lunes, 11 de enero de 2021

La pandemia


 

La pandemia

Ahora que estoy encerrado en mi casa por la contingencia ocasionada por el covid-19, no he podido dejar de meditar sobre su inicio, lo que estamos padeciendo en la actualidad y lo que podría suceder en el futuro inmediato, a mediano plazo y hasta el lejano futuro. Así que dejé volar mi imaginación y decidí plasmarlo en el papel. Quiero dejar bien claro que lo escrito a continuación es solo un producto creado por mi mente, y tal vez un tanto pesimista y sin ninguna base científica; sin embargo pretendo que sea interesante y quizá hasta pudiera hacer recapacitar al posible lector.

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No lo podía creer, mi esposa había muerto y ni siquiera me permitían verla antes de que la incineraran, sus familiares estaban destrozados y por desgracia aunque yo no tenía ningún síntoma de covid-19 no me permitían estar con ellos para consolarnos mutuamente, estaba confinado a un mes como medida de precaución en las instalaciones especificas del IMSS. Al principio cuando comencé a oír del coronavirus supuestamente originario de la ciudad de Wuhan China, me pareció algo tan lejano que no lo consideré como una amenaza. Más tarde cuando según las noticias se convirtió en pandemia mundial y comenzaron a presentarse infectados del covid-19 en México, no tardó para que a continuación los primeros fallecimientos se fueran incrementando al mismo tiempo que los medios nos avasallaban con informaciones confusas, alarmantes y contradictorias, a diferencia de que en la realidad de mi entorno no se había confirmado ni un solo caso de covid-19, lo cual al igual que mucha otra gente me hizo comenzar a dudar de la veracidad de la supuesta pandemia, reconociendo que era factible lo que estaban difundiendo algunos medios, asegurando que la pandemia era una  confabulación de los gobiernos del mundo para disminuir la sobrepoblación humana que estaba alcanzando proporciones alarmantes, permitiendo también de esa manera darle un respiro al planeta altamente contaminado. Creyendo en ello, estúpidamente no hice caso a las recomendaciones de las autoridades para evitar el contagio.

Los primeros síntomas se comenzaron a presentar un día domingo, cuando mi esposa empezó a estornudar, a tener flujo por la nariz y sentir el cuerpo cortado, haciéndonos pensar que era una simple gripe. Así que no nos pareció un impedimento para que fuéramos a la misa de las doce y al salir todavía decidiéramos ir a comprar un rico pozole a la cenaduría de don Nacho, para más tarde comer en la casa mirando el televisor. Esa misma tarde nos fue obvio que no se trataba de una simple gripe, mi esposa no podía respirar y sentía que se ahogaba, sin pensarlo más en un taxi la llevé hasta la clínica del IMSS que ya se encontraba saturada de pacientes supuestamente infectados del covid-19. Por suerte, gracias a un amigo que trabajaba en la administración de la clínica pude ingresar a mi esposa a emergencias para que la atendieran de inmediato. Esa noche me la pasé en vela esperando noticias sobre el estado de mi esposa, pero fue hasta temprano por la mañana cuando una doctora y un médico me informaron que mi mujer había sido transferida a cuidados intensivos durante la noche y conectada a un respirador artificial; sin embargo, me advirtieron que no tuviera muchas esperanzas porque estaba muy grave y ya no podían hacer más, solo quedaba esperar un milagro. Por la tarde el doctor que ya conocía, con el rostro entristecido me dio la mala noticia de que mi amada esposa había fallecido por un complicación pulmonar derivada del covid-19. Con el corazón destrozado le supliqué que me permitiera verla por última vez para despedirme de ella, pero todo fue inútil, me explicó que tenían estrictas órdenes de evitar el contagio con todas las acciones requeridas, y una de las principales medidas precautorias era incinerar el cadáver de inmediato y ponerme a mí en cuarentena a pesar de no tener síntomas. Así me la pasé casi dos semanas y aun teniendo la compañía de otras personas con el mismo problema no fue una experiencia agradable, la mayoría estaba furiosa y conspiraban para agredir al personal de salud de la clínica, culpándolos por la muerte de sus familiares debido a su supuesta incapacidad y negligencia. Intente persuadirlos de que no hicieran algo de lo cual se arrepintieran después y convencerlos de que los médicos y enfermeras estaban haciendo todo lo posible para salvar a los contagiados, pero eran demasiados y no tenían la capacidad para atenderlos ni los medios requeridos para tratarlos a todos. No tardo mucho para que una mañana, cuando los ayudantes nos llevaban los alimentos del desayuno fueran agredidos por las mujeres que tomaron la iniciativa y todo se volviera un caos. Al salir del recinto donde estábamos aislados, como incontenible cascada se fueron uniendo enfermos y parientes para golpear a médicos, enfermeras, ayudantes y voluntarios. Traté de ayudar a algunas enfermeras pero solo logré salir golpeado también, así que decidí mejor largarme de ese lugar infernal.

Con empeño me dispuse a continuar con mi vida adaptándome a las nuevas circunstancias y opté por mantenerme en mi casa el mayor tiempo posible. Cuando tenía que salir seguía las normas establecidas por las autoridades, pero me llamaba la atención y hasta me molestaba ver a tanta gente caminando y conviviendo en grupos sin ninguna protección.

Cuando la economía comenzó a colapsar debido a la contingencia, el gobierno se vio en la necesidad de suspender la cuarentena puntualizando las medidas de seguridad que se debían de tomar sin excepciones, por desgracia si antes no eran respetadas las indicaciones de seguridad, menos ahora que se había declarado una nueva normalidad. Al principio se permitió la apertura de los comercios, negocios y empresas de primera necesidad y paulatinamente se fueron abrieron restoranes y puestos de comida. No obstante que al principio la mayoría respetaba las medidas de seguridad, paulatinamente la gente se fue relajando haciendo imposible evitar la contaminación, siempre había alguien sin saber que era un portador asintomático o que llevaba el coronavirus en alguna parte de su cuerpo y al tocar cualquier objeto lo contaminaba, dejando latente el riesgo de contagiar a alguien al hacer contacto con el virus.

Tal vez por la amarga experiencia vivida con mi esposa, yo me volví paranoico y exageraba mi protección contra el covid-19; casi no salía de mi casa, no mantenía contacto directo con mi familia y amigos, si tenía algún motivo esencial para salir de mi vivienda me ponía un overol con mangas, me cubría con una mascarilla especial, una careta transparente, guantes de látex y botas de hule. En el centro comercial a donde normalmente iba no hacía contacto con nadie, mantenía la sana distancia recomendada y pagaba con tarjeta. Al regresar a mi hogar rociaba toda mi indumentaria con un espray desinfectante y la colocaba en una caja a la entrada de la casa, para hasta entonces entrar a mi hogar a lavarme las manos.

Pegado a la computadora o mirando la televisión me la pasé durante poco menos de dos meses, hasta que los noticieros comenzaron a informar sobre el rebrote del covid-19 en las grandes ciudades de país. Para mí no fue sorpresa, yo había presagiado esa eventualidad por la actitud negligente de las autoridades y de la gente, así que un tanto preocupado y con curiosidad me vestí con mi indumentaria de protección y salí a la calle para constatar lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Lo primero que percibí era que había muy poca gente en las calles, que las personas con las que me topé solo unas cuantas no llevaban cubre bocas y aunque había algunos negocios abiertos todos cumplían con las normas de seguridad. Por un memento creí que de seguir así no cabía duda de que por fin se controlaría la pandemia; sin embargo para nuestra mala fortuna no fue así, la nueva normalidad llegó muy tarde. La economía no se pudo recuperar, los comercios, negocios y empresas que había sobrevivido estaban muy dañadas y comenzaron a declararse en quiebra provocando que la amenaza de la hambruna se comenzara a manifestar en las regiones más pobres. La gente desesperada comenzó a vandalizar comercios y tiendas de autoservicio en busca de comida y dinero para sus familias, obligando a las fuerzas del orden a tratar de detenerlos, pero todo fue inútil, la gente se defendió como pudo utilizando piedras, barras y palos, hasta que las fuerzas del orden no tuvieron más opción que comenzar a disparar sus armas. Esta acción no logró más que enfurecer a la turba, a la cual se le fue agregando más y más gente indignada por lo que estaba sucediendo, convirtiéndose todo muy pronto en un verdadero caos. Después de varios días de enfrentamientos, en los cuales las autoridades llevaron la peor parte dejando cientos de muertos, las cosas parecieron calmarse en algunos lugares.

No teniendo alternativa, me vi en la necesidad de salir de mi casa para ir a buscar comida, aprovechando una aparente pausa de la violencia en las calles. Todo parecía normal, unas cuantas personas caminaban por las calles respetando el uso del cubre bocas, para mi mala suerte no había caminado ni dos cuadras cuando me topé con una pandilla de adolescentes mal encarados y evidentemente enfermos algunos. Como me lo temía no tardaron en agredirme, despojándome de toda mi indumentaria de seguridad al mismo tiempo que me golpeaban sin piedad burlándose de mí. No sé cuánto tiempo permanecí tirado en la calle semidesnudo, hasta que con mucho esfuerzo y muy adolorido pude levantarme y tambaleante regresar a mi hogar. Pasados unos días, cojeando un poco tuve que ponerme de pie acicateado por el hambre y debí de prepararme para salir a buscar cualquier cosa que me alimentara. Por las noticias que continuaban informando los dos únicos canales televisivos que seguían funcionando e Internet, estaba enterado de que la violencia en las ciudades había regresado con mayor intensidad y ahora la gente ya se atrevía allanar casas particulares, empezando a verse cadáveres tirados en la calles por cualquier lado. Al no tener ya mi indumentaria de seguridad me debí de conformar con solo un tapabocas de simple tela, y así me armé de valor y me lancé al exterior de mi casa. En realidad me asombré de ver las calles casi desiertas y solo me topé con dos pequeños grupos de personas saqueando residencias, quienes al verme me observaron expectantes, y al constatar que yo no era nadie continuaron con su quehacer delictivo como si nada. El centro comercial estaba prácticamente vacío, tirada alguna ropa por ahí, algún juguete por allá y algunos utensilios de cocina, pero de alimentos no quedaba nada. De regreso a mi casa descorazonado y con mi estómago queriendo comerse a mí mismo, comencé a pensar en irrumpir en una casa para buscar comida a como diera lugar. Cuando indeciso me detuve frente a la ventana de mi vecina, ella la entreabrió para preguntarme cómo estaba la situación en las calles. Después de informarle que solo había vándalos saqueando las casas, que los centros comerciales estaban vacíos y yo muriéndome de hambre, apiadándose de mí me invitó a pasar a su hogar para darme algo de comer. Nunca había estado dentro de su casa, pero aun estando arreglada con modestia se veía cómoda y de buen gusto, y qué decir de la comilona que me di, me tragué cuanto me puso a mi alcance y todavía me eché unos panes en los bolsillos. Ella era una mujer de unos cincuenta y tantos años que había enviudado muy joven y se rumoraba que había heredado una fortuna a pesar de que no se le vía por ningún lado, vestía ropa modesta, no tenía cuenta en algún Banco y ni siquiera un auto. Su único hijo se había ido de espalda mojada a los Estados Unidos, o al menos eso se decía, y desde entonces vivía sola con su mascota, un perrito “pura calle” llamado negrito. En algún momento al comenzar a despedirme de la señora agradeciéndole su gentileza, de pronto me propuso quedarme con ella, diciéndome: « ¿Por qué no se queda aquí? Tengo bastante comida en la despensa, está la recamara de mi hijo en la cual puede dormir y yo me sentiría mucho más segura con un hombre en la casa, además su vivienda está a un lado». Pensando en la comida me pareció buena idea, así no tendría que salir a correr el riesgo de infectarme o de ser víctima de los criminales que se habían adueñado de la ciudad.

En realidad fue una magnífica decisión quedarme con mi vecina, ella me atendía a cuerpo de rey, yo le ayudaba a mantener la casa siempre muy limpia e hice un hoyo en un muro para poder acceder a mi casa sin tener que salir a la calle. Pero lo más importante de todo, era que la casa de la señora tenía en un sótano de buen tamaño una despensa llena de víveres que nos permitirían sobrevivir durante bastante tiempo aislados del apocalipsis exterior. Aunque no teníamos mucha vista por las ventanas, las cuales habíamos sellado con tablones, no podíamos dejar de escuchar los disparos de las armas pesadas ni ignorar los gritos desesperados de las personas, quienes de alguna manera estaban muriendo en el infierno en que se había convertido el exterior de nuestro refugio. Así pasaron unos dos meses, los canales televisivos dejaron de transmitir y solo esporádicamente oíamos por la radio algunas alarmantes y confusas noticias, informando que al parecer en todo el mundo había sucedido lo mismo que en nuestra ciudad y se especulaba que ya solo quedaban algunos sobrevivientes en todo el planeta, quienes seguían muriendo infectados por el covid-19. Este hecho afectó a mi compañera de infortunio y se deprimió hasta dañar su salud, yo intentaba de animarla asegurándole que todo volvería a la normalidad en unos cuantos días, sin embargo la realidad me contradijo demasiado pronto. No me cabía duda que de ser cierta la confabulación de los gobiernos para expandir la pandemia del covid-19, esta se les había salido fuera de control y prácticamente habían acabado con la humanidad.

Un silencio espectral lo invadía todo, obligándonos a salir a la calle para buscar respuestas sin importar el riesgo de hacerlo, aunque de todas maneras nos pusimos los cubre bocas como precaución. La verdad no nos asombró gran cosa, más o menos era lo que esperábamos, las calles estaban desiertas de personas, pero nos encontramos con algunos animales que vagaban sin rumbo, especialmente perros, gatos, ratas e increíblemente caballos y vacas. Lo que nos llamó mucho la atención, fue que ningún carroñero había tocado los cadáveres extrañamente momificados de humanos, los cuales era inevitable encontrar en algunos lugares. Después de intentar localizar infructuosamente algún ser humano vivo dentro de su casa, nos dimos por vencidos y regresamos cabizbajos a nuestro refugio. De alguna manera intuíamos que probablemente mi vecina y yo éramos los últimos seres vivos  que quedaban en el planeta tierra. La triste realidad solo obró para complicar aún más  nuestra angustiosa situación, mi estimada vecina se dio por vencida y su salud se deterioró rápidamente, hasta que por fin, sin que yo pudiera hacer algo, una trágica mañana mi vecina Lolita me abandonó, dejándome solo en el mundo.

Durante un tiempo anduve vagando por la ciudad sin ninguna protección, tal vez con la intención de contraer el covid-19 y acabar de una vez con todo, pero para mí infortunio de alguna manera sobreviví. Deduje que el coronavirus también había desaparecido con su última víctima o yo todo el tiempo había sido inmune al covid-19, como fuera estaba solo hasta que un bendito día encontré un cachorrito de perro, al que en memoria de la mascota de Lolita también nombré negrito. El animal creció convirtiéndose en un collie musculoso y de buen tamaño, totalmente negro con solo una mancha blanca en su frente, y como era de esperarse se convirtió en mi inseparable amigo y compañero. En tanto negrito crecía y me demostraba ser muy inteligente, mi mente comenzó a elucubrar lo que debía de hacer en el futuro y puse manos a la obra. Si deseaba recorrer el mundo para constatar con mis propios ojos el holocausto que había sucedido, debía de prepararme para ello comenzando por armarme para el caso de enfrentarme a cualquier peligro desconocido, como eran los canes cada vez más agresivos que en manadas se habían convertido en los amos del mundo y las terroríficas ratas que pululaban por todos lados. En un gran centro comercial cercano encontré una armería, donde me hice de una pistola Glock 9 mm y un rifle de cacería Remington 783 con mira telescópica, además de sus fundas y muchas de sus respectivas municiones. En la agencia GM encontré un Hummer HX color gris en perfectas condiciones y salí a la calle con mi sueño realizado de tener mi propio auto. Como estaban las cosas únicamente debía de molestarme en tomar lo que se me diera la gana para satisfacer mis caprichos y necesidades, sin desearlo el mundo era mío. Por un tiempo permanecí en la ciudad, durante el cual me mudé a una suite de lujo en el Four Seasons Hotel, que aun estando fuera de servicio tenía en la cocina un enorme cuarto de refrigeración lleno de alimentos de todas clases, el cual funcionaría mientras hubiera suministro de electricidad, sin contar que la habitación elegida como mi morada lucía un enorme ventanal con una vista increíble de la bahía. No me podía quejar, vivía como millonario sin tener un solo centavo, no obstante no tenía a nadie con quien compartir mi paraíso, exceptuando a mi querido negrito. Quizá con la esperanza inconsciente de que debía de haber alguien que hubiera sobrevivido al igual que yo, me esmeré entrenando mi cuerpo y practicando el tiro con las armas para estar listo cuanto antes y salir en busca de la realidad.

Una fría mañana cuando el sol parecía asomarse con flojera entre las montañas y el negrito molesto por haberlo despertado se subió gruñendo al Hummer, miré con nostalgia la bahía que en el horizonte se fundía con el mar infinito, para en seguida sentarme detrás del volante encendiendo el motor que exhaló un potente rugido indicándome que también estaba listo, sin más a continuación ingresé a la autopista que al frente se prolongaba hasta donde alcanzaba la vista. Sentía tristeza, pero al mismo tiempo la excitación por el devenir me embargaba y simplemente nunca miré hacia atrás…..

No ha terminado

José Pedro Sergio Valdés Barón


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