lunes, 11 de enero de 2021

La pandemia


 

La pandemia

Ahora que estoy encerrado en mi casa por la contingencia ocasionada por el covid-19, no he podido dejar de meditar sobre su inicio, lo que estamos padeciendo en la actualidad y lo que podría suceder en el futuro inmediato, a mediano plazo y hasta el lejano futuro. Así que dejé volar mi imaginación y decidí plasmarlo en el papel. Quiero dejar bien claro que lo escrito a continuación es solo un producto creado por mi mente, y tal vez un tanto pesimista y sin ninguna base científica; sin embargo pretendo que sea interesante y quizá hasta pudiera hacer recapacitar al posible lector.

۞                                                                         

No lo podía creer, mi esposa había muerto y ni siquiera me permitían verla antes de que la incineraran, sus familiares estaban destrozados y por desgracia aunque yo no tenía ningún síntoma de covid-19 no me permitían estar con ellos para consolarnos mutuamente, estaba confinado a un mes como medida de precaución en las instalaciones especificas del IMSS. Al principio cuando comencé a oír del coronavirus supuestamente originario de la ciudad de Wuhan China, me pareció algo tan lejano que no lo consideré como una amenaza. Más tarde cuando según las noticias se convirtió en pandemia mundial y comenzaron a presentarse infectados del covid-19 en México, no tardó para que a continuación los primeros fallecimientos se fueran incrementando al mismo tiempo que los medios nos avasallaban con informaciones confusas, alarmantes y contradictorias, a diferencia de que en la realidad de mi entorno no se había confirmado ni un solo caso de covid-19, lo cual al igual que mucha otra gente me hizo comenzar a dudar de la veracidad de la supuesta pandemia, reconociendo que era factible lo que estaban difundiendo algunos medios, asegurando que la pandemia era una  confabulación de los gobiernos del mundo para disminuir la sobrepoblación humana que estaba alcanzando proporciones alarmantes, permitiendo también de esa manera darle un respiro al planeta altamente contaminado. Creyendo en ello, estúpidamente no hice caso a las recomendaciones de las autoridades para evitar el contagio.

Los primeros síntomas se comenzaron a presentar un día domingo, cuando mi esposa empezó a estornudar, a tener flujo por la nariz y sentir el cuerpo cortado, haciéndonos pensar que era una simple gripe. Así que no nos pareció un impedimento para que fuéramos a la misa de las doce y al salir todavía decidiéramos ir a comprar un rico pozole a la cenaduría de don Nacho, para más tarde comer en la casa mirando el televisor. Esa misma tarde nos fue obvio que no se trataba de una simple gripe, mi esposa no podía respirar y sentía que se ahogaba, sin pensarlo más en un taxi la llevé hasta la clínica del IMSS que ya se encontraba saturada de pacientes supuestamente infectados del covid-19. Por suerte, gracias a un amigo que trabajaba en la administración de la clínica pude ingresar a mi esposa a emergencias para que la atendieran de inmediato. Esa noche me la pasé en vela esperando noticias sobre el estado de mi esposa, pero fue hasta temprano por la mañana cuando una doctora y un médico me informaron que mi mujer había sido transferida a cuidados intensivos durante la noche y conectada a un respirador artificial; sin embargo, me advirtieron que no tuviera muchas esperanzas porque estaba muy grave y ya no podían hacer más, solo quedaba esperar un milagro. Por la tarde el doctor que ya conocía, con el rostro entristecido me dio la mala noticia de que mi amada esposa había fallecido por un complicación pulmonar derivada del covid-19. Con el corazón destrozado le supliqué que me permitiera verla por última vez para despedirme de ella, pero todo fue inútil, me explicó que tenían estrictas órdenes de evitar el contagio con todas las acciones requeridas, y una de las principales medidas precautorias era incinerar el cadáver de inmediato y ponerme a mí en cuarentena a pesar de no tener síntomas. Así me la pasé casi dos semanas y aun teniendo la compañía de otras personas con el mismo problema no fue una experiencia agradable, la mayoría estaba furiosa y conspiraban para agredir al personal de salud de la clínica, culpándolos por la muerte de sus familiares debido a su supuesta incapacidad y negligencia. Intente persuadirlos de que no hicieran algo de lo cual se arrepintieran después y convencerlos de que los médicos y enfermeras estaban haciendo todo lo posible para salvar a los contagiados, pero eran demasiados y no tenían la capacidad para atenderlos ni los medios requeridos para tratarlos a todos. No tardo mucho para que una mañana, cuando los ayudantes nos llevaban los alimentos del desayuno fueran agredidos por las mujeres que tomaron la iniciativa y todo se volviera un caos. Al salir del recinto donde estábamos aislados, como incontenible cascada se fueron uniendo enfermos y parientes para golpear a médicos, enfermeras, ayudantes y voluntarios. Traté de ayudar a algunas enfermeras pero solo logré salir golpeado también, así que decidí mejor largarme de ese lugar infernal.

Con empeño me dispuse a continuar con mi vida adaptándome a las nuevas circunstancias y opté por mantenerme en mi casa el mayor tiempo posible. Cuando tenía que salir seguía las normas establecidas por las autoridades, pero me llamaba la atención y hasta me molestaba ver a tanta gente caminando y conviviendo en grupos sin ninguna protección.

Cuando la economía comenzó a colapsar debido a la contingencia, el gobierno se vio en la necesidad de suspender la cuarentena puntualizando las medidas de seguridad que se debían de tomar sin excepciones, por desgracia si antes no eran respetadas las indicaciones de seguridad, menos ahora que se había declarado una nueva normalidad. Al principio se permitió la apertura de los comercios, negocios y empresas de primera necesidad y paulatinamente se fueron abrieron restoranes y puestos de comida. No obstante que al principio la mayoría respetaba las medidas de seguridad, paulatinamente la gente se fue relajando haciendo imposible evitar la contaminación, siempre había alguien sin saber que era un portador asintomático o que llevaba el coronavirus en alguna parte de su cuerpo y al tocar cualquier objeto lo contaminaba, dejando latente el riesgo de contagiar a alguien al hacer contacto con el virus.

Tal vez por la amarga experiencia vivida con mi esposa, yo me volví paranoico y exageraba mi protección contra el covid-19; casi no salía de mi casa, no mantenía contacto directo con mi familia y amigos, si tenía algún motivo esencial para salir de mi vivienda me ponía un overol con mangas, me cubría con una mascarilla especial, una careta transparente, guantes de látex y botas de hule. En el centro comercial a donde normalmente iba no hacía contacto con nadie, mantenía la sana distancia recomendada y pagaba con tarjeta. Al regresar a mi hogar rociaba toda mi indumentaria con un espray desinfectante y la colocaba en una caja a la entrada de la casa, para hasta entonces entrar a mi hogar a lavarme las manos.

Pegado a la computadora o mirando la televisión me la pasé durante poco menos de dos meses, hasta que los noticieros comenzaron a informar sobre el rebrote del covid-19 en las grandes ciudades de país. Para mí no fue sorpresa, yo había presagiado esa eventualidad por la actitud negligente de las autoridades y de la gente, así que un tanto preocupado y con curiosidad me vestí con mi indumentaria de protección y salí a la calle para constatar lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Lo primero que percibí era que había muy poca gente en las calles, que las personas con las que me topé solo unas cuantas no llevaban cubre bocas y aunque había algunos negocios abiertos todos cumplían con las normas de seguridad. Por un memento creí que de seguir así no cabía duda de que por fin se controlaría la pandemia; sin embargo para nuestra mala fortuna no fue así, la nueva normalidad llegó muy tarde. La economía no se pudo recuperar, los comercios, negocios y empresas que había sobrevivido estaban muy dañadas y comenzaron a declararse en quiebra provocando que la amenaza de la hambruna se comenzara a manifestar en las regiones más pobres. La gente desesperada comenzó a vandalizar comercios y tiendas de autoservicio en busca de comida y dinero para sus familias, obligando a las fuerzas del orden a tratar de detenerlos, pero todo fue inútil, la gente se defendió como pudo utilizando piedras, barras y palos, hasta que las fuerzas del orden no tuvieron más opción que comenzar a disparar sus armas. Esta acción no logró más que enfurecer a la turba, a la cual se le fue agregando más y más gente indignada por lo que estaba sucediendo, convirtiéndose todo muy pronto en un verdadero caos. Después de varios días de enfrentamientos, en los cuales las autoridades llevaron la peor parte dejando cientos de muertos, las cosas parecieron calmarse en algunos lugares.

No teniendo alternativa, me vi en la necesidad de salir de mi casa para ir a buscar comida, aprovechando una aparente pausa de la violencia en las calles. Todo parecía normal, unas cuantas personas caminaban por las calles respetando el uso del cubre bocas, para mi mala suerte no había caminado ni dos cuadras cuando me topé con una pandilla de adolescentes mal encarados y evidentemente enfermos algunos. Como me lo temía no tardaron en agredirme, despojándome de toda mi indumentaria de seguridad al mismo tiempo que me golpeaban sin piedad burlándose de mí. No sé cuánto tiempo permanecí tirado en la calle semidesnudo, hasta que con mucho esfuerzo y muy adolorido pude levantarme y tambaleante regresar a mi hogar. Pasados unos días, cojeando un poco tuve que ponerme de pie acicateado por el hambre y debí de prepararme para salir a buscar cualquier cosa que me alimentara. Por las noticias que continuaban informando los dos únicos canales televisivos que seguían funcionando e Internet, estaba enterado de que la violencia en las ciudades había regresado con mayor intensidad y ahora la gente ya se atrevía allanar casas particulares, empezando a verse cadáveres tirados en la calles por cualquier lado. Al no tener ya mi indumentaria de seguridad me debí de conformar con solo un tapabocas de simple tela, y así me armé de valor y me lancé al exterior de mi casa. En realidad me asombré de ver las calles casi desiertas y solo me topé con dos pequeños grupos de personas saqueando residencias, quienes al verme me observaron expectantes, y al constatar que yo no era nadie continuaron con su quehacer delictivo como si nada. El centro comercial estaba prácticamente vacío, tirada alguna ropa por ahí, algún juguete por allá y algunos utensilios de cocina, pero de alimentos no quedaba nada. De regreso a mi casa descorazonado y con mi estómago queriendo comerse a mí mismo, comencé a pensar en irrumpir en una casa para buscar comida a como diera lugar. Cuando indeciso me detuve frente a la ventana de mi vecina, ella la entreabrió para preguntarme cómo estaba la situación en las calles. Después de informarle que solo había vándalos saqueando las casas, que los centros comerciales estaban vacíos y yo muriéndome de hambre, apiadándose de mí me invitó a pasar a su hogar para darme algo de comer. Nunca había estado dentro de su casa, pero aun estando arreglada con modestia se veía cómoda y de buen gusto, y qué decir de la comilona que me di, me tragué cuanto me puso a mi alcance y todavía me eché unos panes en los bolsillos. Ella era una mujer de unos cincuenta y tantos años que había enviudado muy joven y se rumoraba que había heredado una fortuna a pesar de que no se le vía por ningún lado, vestía ropa modesta, no tenía cuenta en algún Banco y ni siquiera un auto. Su único hijo se había ido de espalda mojada a los Estados Unidos, o al menos eso se decía, y desde entonces vivía sola con su mascota, un perrito “pura calle” llamado negrito. En algún momento al comenzar a despedirme de la señora agradeciéndole su gentileza, de pronto me propuso quedarme con ella, diciéndome: « ¿Por qué no se queda aquí? Tengo bastante comida en la despensa, está la recamara de mi hijo en la cual puede dormir y yo me sentiría mucho más segura con un hombre en la casa, además su vivienda está a un lado». Pensando en la comida me pareció buena idea, así no tendría que salir a correr el riesgo de infectarme o de ser víctima de los criminales que se habían adueñado de la ciudad.

En realidad fue una magnífica decisión quedarme con mi vecina, ella me atendía a cuerpo de rey, yo le ayudaba a mantener la casa siempre muy limpia e hice un hoyo en un muro para poder acceder a mi casa sin tener que salir a la calle. Pero lo más importante de todo, era que la casa de la señora tenía en un sótano de buen tamaño una despensa llena de víveres que nos permitirían sobrevivir durante bastante tiempo aislados del apocalipsis exterior. Aunque no teníamos mucha vista por las ventanas, las cuales habíamos sellado con tablones, no podíamos dejar de escuchar los disparos de las armas pesadas ni ignorar los gritos desesperados de las personas, quienes de alguna manera estaban muriendo en el infierno en que se había convertido el exterior de nuestro refugio. Así pasaron unos dos meses, los canales televisivos dejaron de transmitir y solo esporádicamente oíamos por la radio algunas alarmantes y confusas noticias, informando que al parecer en todo el mundo había sucedido lo mismo que en nuestra ciudad y se especulaba que ya solo quedaban algunos sobrevivientes en todo el planeta, quienes seguían muriendo infectados por el covid-19. Este hecho afectó a mi compañera de infortunio y se deprimió hasta dañar su salud, yo intentaba de animarla asegurándole que todo volvería a la normalidad en unos cuantos días, sin embargo la realidad me contradijo demasiado pronto. No me cabía duda que de ser cierta la confabulación de los gobiernos para expandir la pandemia del covid-19, esta se les había salido fuera de control y prácticamente habían acabado con la humanidad.

Un silencio espectral lo invadía todo, obligándonos a salir a la calle para buscar respuestas sin importar el riesgo de hacerlo, aunque de todas maneras nos pusimos los cubre bocas como precaución. La verdad no nos asombró gran cosa, más o menos era lo que esperábamos, las calles estaban desiertas de personas, pero nos encontramos con algunos animales que vagaban sin rumbo, especialmente perros, gatos, ratas e increíblemente caballos y vacas. Lo que nos llamó mucho la atención, fue que ningún carroñero había tocado los cadáveres extrañamente momificados de humanos, los cuales era inevitable encontrar en algunos lugares. Después de intentar localizar infructuosamente algún ser humano vivo dentro de su casa, nos dimos por vencidos y regresamos cabizbajos a nuestro refugio. De alguna manera intuíamos que probablemente mi vecina y yo éramos los últimos seres vivos  que quedaban en el planeta tierra. La triste realidad solo obró para complicar aún más  nuestra angustiosa situación, mi estimada vecina se dio por vencida y su salud se deterioró rápidamente, hasta que por fin, sin que yo pudiera hacer algo, una trágica mañana mi vecina Lolita me abandonó, dejándome solo en el mundo.

Durante un tiempo anduve vagando por la ciudad sin ninguna protección, tal vez con la intención de contraer el covid-19 y acabar de una vez con todo, pero para mí infortunio de alguna manera sobreviví. Deduje que el coronavirus también había desaparecido con su última víctima o yo todo el tiempo había sido inmune al covid-19, como fuera estaba solo hasta que un bendito día encontré un cachorrito de perro, al que en memoria de la mascota de Lolita también nombré negrito. El animal creció convirtiéndose en un collie musculoso y de buen tamaño, totalmente negro con solo una mancha blanca en su frente, y como era de esperarse se convirtió en mi inseparable amigo y compañero. En tanto negrito crecía y me demostraba ser muy inteligente, mi mente comenzó a elucubrar lo que debía de hacer en el futuro y puse manos a la obra. Si deseaba recorrer el mundo para constatar con mis propios ojos el holocausto que había sucedido, debía de prepararme para ello comenzando por armarme para el caso de enfrentarme a cualquier peligro desconocido, como eran los canes cada vez más agresivos que en manadas se habían convertido en los amos del mundo y las terroríficas ratas que pululaban por todos lados. En un gran centro comercial cercano encontré una armería, donde me hice de una pistola Glock 9 mm y un rifle de cacería Remington 783 con mira telescópica, además de sus fundas y muchas de sus respectivas municiones. En la agencia GM encontré un Hummer HX color gris en perfectas condiciones y salí a la calle con mi sueño realizado de tener mi propio auto. Como estaban las cosas únicamente debía de molestarme en tomar lo que se me diera la gana para satisfacer mis caprichos y necesidades, sin desearlo el mundo era mío. Por un tiempo permanecí en la ciudad, durante el cual me mudé a una suite de lujo en el Four Seasons Hotel, que aun estando fuera de servicio tenía en la cocina un enorme cuarto de refrigeración lleno de alimentos de todas clases, el cual funcionaría mientras hubiera suministro de electricidad, sin contar que la habitación elegida como mi morada lucía un enorme ventanal con una vista increíble de la bahía. No me podía quejar, vivía como millonario sin tener un solo centavo, no obstante no tenía a nadie con quien compartir mi paraíso, exceptuando a mi querido negrito. Quizá con la esperanza inconsciente de que debía de haber alguien que hubiera sobrevivido al igual que yo, me esmeré entrenando mi cuerpo y practicando el tiro con las armas para estar listo cuanto antes y salir en busca de la realidad.

Una fría mañana cuando el sol parecía asomarse con flojera entre las montañas y el negrito molesto por haberlo despertado se subió gruñendo al Hummer, miré con nostalgia la bahía que en el horizonte se fundía con el mar infinito, para en seguida sentarme detrás del volante encendiendo el motor que exhaló un potente rugido indicándome que también estaba listo, sin más a continuación ingresé a la autopista que al frente se prolongaba hasta donde alcanzaba la vista. Sentía tristeza, pero al mismo tiempo la excitación por el devenir me embargaba y simplemente nunca miré hacia atrás…..

No ha terminado

José Pedro Sergio Valdés Barón


La pandemia (Parte II)

 

La pandemia

       (Parte II)  

Con la mente fija en mi primera meta, crucé varios poblados asentados en ambos lados de la carretera sin ponerles demasiada atención, todos se veían desolados, solo en algunos me pareció ver varios animales. Al llegar a Compostela debí de cargar gasolina y dejar que negrito saliera a hacer sus necesidades; una vez llenado el tanque, en el momento de estar checando el aceite del motor escuché una voz a mis espaldas que me decía:

    ¡Hola! ¿Necesita ayuda?

Sorprendido por completo, volteé de inmediato solo para ver a un anciano con su cubre bocas y un rifle en las manos mirándome intrigado.

    Hola…No gracias— le respondí después de un momento—, solo voy de paso ¿Usted qué hace aquí? ¿Está solo?

    No, somos como unos treinta que estamos intentando sobrevivir aquí ¿Tú estás contagiado?— Preguntó precavido al verme sin cubre bocas.

    ¡No!...Por fortuna creo que no, y ustedes ¿Están infectados?

    Tenemos a siete, pero los mantenemos aislados y dos están muy graves, tememos que pronto morirán…no sabemos qué hacer— me explicó con tristeza en los ojos—, de donde vienes ¿Hay sobrevivientes?

    No hay nadie, yo soy el único. Por eso salí a buscar si había más gente viva en algún lugar. No sabe el gusto que me da verlo y el saber que hay más personas que la están librando ¿En dónde se encuentran?

    Sígueme, sin duda se alegrarán de verte, y con seguridad te llenarán de preguntas que espero puedas responder, al menos algunas— Diciendo esto, con las manos me hizo señas para que lo siguiera, al mismo tiempo que con desfachatez se subía al Hummer.

Llamando al negrito que había permanecido impávido moviendo tan solo su colita, también me trepé al Hummer.

            A unas cuantas cuadras había un elegante Coto residencial, al cual entramos hasta detenernos en una lujosa mansión, de donde salieron con curiosidad varios adultos, al parecer encabezados por un hombre alto de edad indefinida, quien tomó la palabra indicándome con amabilidad que me pusiera mi cubre bocas. A continuación me invitaron a seguirlos con el negrito en mis brazos, dejándolo a mi lado cuando me indicaron que me sentara en un mullido sillón en medio de una enorme sala con mobiliario a todas luces muy fino. Dejando la conversación intrascendente que habíamos sostenido, el hombre alto que se había presentado como Sebastián Regil me preguntó de dónde venía, a lo cual le respondí con mi historia desde que había muerto mi esposa en el hospital del IMSS, hasta que decidí viajar buscando sobrevivientes al morir mi vecina Lolita, encontrar a mi cachorrito negrito y aceptar la desaparición de mi familia y amigos. Para entonces yo estaba seguro de que la gran sala estaba llena con todos los sobrevivientes del lugar cubiertos con sus tapabocas, entre quienes se encontraban mujeres, hombres y algunos niños que con timidez intentaban jugar con negrito. Entonces el señor Sebastián me explicó que la mayoría de ellos eran habitantes de Compostela y unos cuantos venían de poblados vecinos, solo una joven mujer había llegado desde Guadalajara, lugar del cual había huido al convertirse en un verdadero caos, donde estaba muriendo gente por el covid-19 y por la violencia desatada en las calles fuera del control de las autoridades, no quedándole más remedio que en su automóvil trasladarse a Compostela donde esperaba encontrar a su hermana, a quien por desgracia la encontró muerta dentro de su casa víctima del coronavirus. A pesar de ello no se arrepentía de haber dejado su ciudad, porque podía apostar que a esas alturas era muy probable que en Guadalajara no quedara ningún ser humano vivo.

            Con el señor Regil, varias personas mayores y yo concluimos que la pandemia mundial por el covid-19 aparentemente había devastado a las grandes ciudades, a diferencia de las poblaciones con mucho menos habitantes en las cuales al parecer el virus no era tan virulento y la contaminación más lenta. Aunque les hice ver que a pesar de que ellos seguían algunas de las recomendaciones, se mantenían saliendo de sus casas y convivían en grupos, tal y como estábamos ahora reunidos en el enorme salón de la mansión, donde nos encontrábamos intentando responder algunas de las preguntas más apremiantes e intrigantes sin respuesta en nuestras mentes. Una de las más importantes y urgentes acciones que se debían de tomar, era cómo podíamos ayudar a los contagiados que ya se encontraban aislados. Se acordó que las personas que lamentablemente fallecieran se seguirían incinerando de inmediato, y se aceptó mi sugerencia de que los enfermos confinados por más de catorce días que ya no presentaran síntomas de covid-19, se aislaran en otro sitio por otros catorce días, al término de los cuales si continuaban si ningún síntoma se les diera de alta, Mientras tanto cualquier persona que mostrará el más mínimo síntoma de covid-19 de inmediato se aislara con los que permanecían confinados. También se acordó que no se podían juntar grupos de más de cuatro personas, y todos deberían de permanecer en sus hogares saliendo solo por causas justificadas y respetando todas las medidas necesarias para evitar el contagio del covid-19. Permanecí dos días más en Compostela, y una vez que convenimos en mantenernos en contacto por cualquiera de los medios que permanecieran funcionando, les dije hasta luego a Sebastián y a los pocos viejos que me vieron partir.

            No conocía la ciudad de Guadalajara, pero se podía apreciar que había sido dinámica, moderna y llena de vida, en tanto ahora impresionaba su completa soledad y silencio. Recordando las indicaciones de Mireya, la mujer que había huido de ahí, anduve vagando por la ciudad sin encontrar más que unos perros que en manada parecían agresivos. Al caer la noche me dio flojera buscar en dónde dormir, así que me acurruqué con negrito en los asientos del Hummer y nos quedamos profundamente dormidos por el cansancio. A la mañana siguiente, después de hacer nuestras necesidades, negrito y yo nos dispusimos a buscar un centro comercial y una gasolinera para abastecernos de los víveres y combustible que nos permitieran continuar nuestro camino hasta la ciudad de México. Por casualidad me topé con el Supermercado Mercadona y al no ver nada anormal además de su soledad, con negrito a un lado me dispuse a entrar de “compras”. En realidad no sé qué me puso en alerta, confirmada por negrito que comenzó a gruñir, pero al salir a un largo pasillo pudimos distinguir en el fondo a varios perros manteniendo acorralada a una persona subida en una estantería. Por suerte me había acostumbrado a llevar siempre en su funda mi Glock 9mm, la cual gracias a mi metódico entrenamiento apareció de inmediato en mi mano y comencé a disparar. Dos perros cayeron muertos antes de que el resto huyera volando hacía la salida del Súper, con precaución nos acercamos a la persona que estuvo asediada y aterrada, y que permanecía trepada en el estante. Después de tranquilizarla presentándome y asegurándole que negrito era de confianza logré que bajara con cuidado, al hacerlo fui sorprendido por completo, cuando al quitarse la capucha que le cubría la cabeza quedó al descubierto el hermoso rostro de una joven con no más de veinte años, y a pesar de los harapos que vestía sin duda era toda una belleza. Su nombre era Evelin, nos informó una vez que por la tensión sufrida se desahogó llorando sobre mi pecho; sin duda la había pasado bastante mal al morir su familia infectada por el covid-19 y al darse cuenta poco a poco de que se había quedado sola en toda la ciudad, lo cual fue confirmando al no encontrar alma alguna conforme buscaba alguien que siguiera vivo, mientras exploraba las calles y avenidas en el Jeep de su hermano fallecido, manteniéndose comiendo lo que encontraba en los centros comerciales hasta que se enfrentó a la manada de perros en el Súper Mercadona, no quedándole más opción para salvarse que trepar a la estantería más cercana a su alcance, hasta que aparecí yo. Poniéndonos de acuerdo, agradecida por  haberla rescatado se acomidió para ayudarme a surtirme de los víveres necesarios, de manera que pudiéramos salir lo más pronto posible de ese lugar y ya un tanto tranquilos decidir sobre lo que debíamos de hacer en adelante. Al llegar a la salida del Supermercado nos quedamos paralizados, una jauría de más de diez perros hambrientos nos esperaba afuera, supuse que el animal que fuera el líder era tan inteligente que se había agenciado ayuda para atacarnos. Deteniendo a negrito que siendo todavía un cachorro se disponía a enfrentarlos, reconocí que no tenía mi Glock las suficientes balas para rechazar a todos los perros, así que le ordené a Evelin buscar unas botellas de vidrio mientras yo me dirigía el estacionamiento subterráneo, al mismo tiempo que me hacía de una delgada manguera y un galón de plástico vacío al pasar por los estantes de ferretería. De un automóvil saqué gasolina y con el galón lleno regresé a la salida del lugar, ahí me estaban esperando con unas botellas de vino Evelin y negrito que la había acompañado. Vaciando dos botellas las llené del carburante, poniéndoles unas mechas que hice después de desgarrar un vestidito de niña que tomé de un gancho de exhibición. Sin perder más tiempo y antes de que los canes decidieran atacarnos, les informe de mi plan a Evelin y al negrito: yo intentaría matar a tiros con mi pistola el mayor número de animales, al quedarme sin balas les lanzaría una botella incendiaria a los perros más cercanos y correría hasta el Hummer que no estaba muy retirado, en el trayecto les lanzaría la segunda botella incendiaria esperando que me diera el suficiente tiempo para llegar hasta el Hummer, mientras tanto si no lo lograba Evelin y negrito deberían de correr en sentido contrario, alejándose del lugar los más rápido que les permitieran sus piernas sin mirar atrás. Si lo lograba, en el Hummer regresaría por ellos y ya con mi rifle mataría uno por uno a todos los malditos animales. Una vez que lo convenimos, encomendándonos a la diosa fortuna nos pusimos en acción. Apoyado en un banco comencé a disparar con mi Glock a los perros que se acercaban, deshaciéndome de unos cuatro antes de que se me agotaran las balas, en seguida tomé una de las botellas mólotov y encendiendo la mecha la lancé a los animales que volvían a reagruparse con la intención de atacarnos. Sin perder tiempo lancé la segunda mólotov y corrí como diablo sin cola hacia el Hummer, que ahora me parecía encontrarse a diez kilómetros de distancia; no sé como pero sin voltear presentí a los animales muy cerca de mí y al abrir la puerta del vehículo uno me desgarró la pierna del pantalón y otro me hizo gritar del dolor en una nalga, en seguida dando patadas a los  perros como pude cerré la puerta del Hummer y de inmediato cargué mi arma comenzando a diezmar a cuanto animal se me ponía enfrente, hasta que en determinado momento me percaté de un majestuoso animal parado sobre el cofre de un auto y sin dudarlo supe que ese era el líder de la manada, entonces tomé mi rifle Remington y con mucho cuidado le apunté con la mira y disparé sin compasión. El magnífico perro supo que le había disparado, pero su reacción fue tardía y antes de tocar el suelo ya iba muerto. Sin su líder los restantes animales salieron despavoridos perdiéndose entre los autos abandonados en el estacionamiento solitario del Supermercado.

            Tranquilamente Evelin con el negrito caminaban a mi encuentro cuando me acercaba a ellos en el Hummer, en seguida sin prisas acomodamos los víveres y al estar finalmente listos le pregunté a la joven si quería acompañarnos en nuestra aventura. Por toda respuesta se subió al vehículo y para mi sorpresa acomodó al negrito en un asiento trasero sin que siquiera gruñera, me fue obvio que mi perrito ya se había encariñado con la bella jovencita, quien abandonando el Jeep de su hermano, sin inmutarse no miro hacia atrás conforme tomábamos rumbo hacía la ciudad de México.    

            Por la carretera cruzamos varios poblados desolados y en Salamanca de pronto Evelin me exigió que le proporcionara un arma. Sin poder soportar más sus reclamos, en Morelia nos pusimos a buscar una armería, hasta que por fin la encontramos en el desierto centro de la ciudad.  Le escogí una Colt calibre .25 muy eficiente y manuable con suficientes cartuchos para rechazar a toda una manada de perros, el problema fue que la testaruda de Evelin me obligó a enseñarle a disparar allí mismo. En medio de la calle vacía le expliqué cómo funcionaba y se cargaba la pistola, en seguida escogí unos blancos y le mostré cómo se disparaba, finalmente abrazándola por detrás le enseñé cómo apuntar, lo cual debo de aceptar que me pareció muy agradable. Evelin no era tonta y aprendió muy rápido, permitiendo hasta entonces continuar nuestro camino mostrando una enorme sonrisa de satisfacción. Sin embargo, al haber perdido demasiado tiempo por el asunto del arma, me pareció que muy pronto anochecería y no me gustaba manejar de noche, por lo cual decidí pernoctar en esa ciudad. Sin buscar mucho encontramos un acogedor hotel llamado Casa José María cerca de la Catedral en el centro de Morelia y después de escoger dos habitaciones nos dirigimos a la cocina para ver si encontrábamos algo de cenar, antes de que los tres muriéramos de hambre.

Encontramos un enorme refrigerador lleno de carne congelada todavía en buen estado y una despensa del tamaño de un cuarto con toda clase de alimentos y productos para cocinar. Como las estufas todavía funcionaban, Evelin se puso a cocinar y no tardó en demostrar que era una excelente chef; una vez que disfrutamos de la copiosa cena cada quien se fue a su habitación seleccionada, con la novedad de que negrito traicionándome prefirió irse a dormir con Evelin.    

            La ciudad de Toluca me pareció tan grande y moderna como Guadalajara, con la diferencia de que encontramos más animales de varias especies incluyendo los perros, aunque no se veían tan agresivos y huían al paso del Hummer. Sin embargo, Evelin se dio gusto disparándoles con su nueva arma atinándole a algunos, y no conforme también mató un gato y a varias ratas. La jovencita resultó de armas tomar. Para los tres todo nos resultaba nuevo y hermoso, en especial cuando bajando por una densa zona boscosa evadiendo los vehículos peligrosamente abandonados en la carretera, se nos apareció una serie de edificios y casas de arquitectura modernista, indicándonos que entrabamos a la ciudad de México que como un inmenso manto se perdía en todas direcciones. Realmente sorprendidos no dejábamos de admirar todo lo que íbamos descubriendo, y nos parecía increíble que en esa maravillosa ciudad no quedara ningún ser humano con vida. La soledad y el silencio eran estrujantes contrastando con la belleza de los edificios, mansiones y parques. Antes de proseguir quise prevenir y en la primera gasolinera que encontré llené el tanque de gasolina, en tanto que Evelin y el negrito se agenciaban una guía con mapas y un plano de la ciudad. Siguiendo el plano no nos fue muy difícil llegar al centro de la metrópoli y por el camino admirar el bosque llamado Chapultepec y una bella avenida Reforma con su ángel de la independencia. Lo único que empañaba el disfrutar de la magnificencia de la ciudad era su abrumadora soledad y su silencio aterrador, no se veían ni siquiera animales por algún sitio. En verdad nos impresionó la gigantesca plaza llamada Zócalo en cuyo centro permanecía ondeando una mega bandera de México y en la Catedral nos atrevimos a entrar, no rezamos pero nos mantuvimos con la boca abierta de ver tanta mística belleza. Debido a que se encontraban abiertos varios negocios nos pusimos a curiosear y en una elegante joyería Evelin se “compró” lujosos anillos, pulseras y collares, inclusive un collar para el negrito con incrustaciones de rubís, el cual no duró mucho para que a mordidas se lo quitara y lo mandara al carajo. Cansados de tanto trajinar, decidimos sentarnos a comer los sándwiches que había preparado Evelin antes de salir del hotel Casa José María, para lo cual escogimos una de las mesas externas de un restorán que permanecía abierto en espera de los clientes que ya nunca llegarían. Con las panzas llenas no pudimos evitar una pestañada en los cómodos asientos del Hummer; al despertar sabía exactamente a donde deseaba ir, sin pedir permiso al negrito y a Evelin me encaminé hacía Coyoacán. En Internet había visto fotografías de la colonia que me encantaron, así que para mí el recorrido y el lugar eran tan buenos para buscar sobrevivientes como cualquier otra parte de la ciudad, ya que en el centro no vimos nada que no fuera el vacío sin vida.

            Yendo por la avenida llamada Universidad, de improviso descubrí un tesoro que en mi subconsciente desde hacía semanas deseaba encontrar. En una agencia de automóviles estaba mi Camper soñado que parecía estar esperándome, sin pensarlo me detuve ante la sorpresa de Evelin y el negrito que no sabían qué estaba sucediendo. El Camper no era muy grande con solo un eje de llantas, su forma oval de material metálico color plata brillaba bajo el sol y en el techo lucía un panel de energía solar. El interior era increíble, las partes de muros despejados eran de madera color caoba y todo el mobiliario de colores pastel. Al entrar estaba una mesa y dos bancas individuales plegables, a la izquierda una preciosa cocineta con refrigerador y a la derecha el baño individual con regadera, al fondo y al nivel del parabrisas panorámico una cama tamaño King Size, y en la base un sofá para dos con un calentador eléctrico a un lado. Con la ayuda de Evelin desenganche el Camper de una camioneta Van y lo acoplé al Hummer como si fuera un guante. Esa segunda noche dormimos los tres en nuestra nueva casa-camper, Evelin en la cama con el negrito y yo en el pequeño sofá para dos. Al principio debimos de acoplarnos, cuando Evelin se bañaba nosotros nos salíamos y cuando yo lo hacía ella se salía, al negrito entre los dos lo bañábamos a la fuerza. Yo manejaba y Evelin cocinaba y entre los dos hacíamos la limpieza, pero lo más importante era que disfrutábamos de toda la energía necesaria para las luces, un clima artificial, agua caliente, parrilla, televisión para ver programas y películas grabadas en memorias y un mini componente para escuchar la música que nos gustara, todo funcionaba con la energía proporcionada por el panel solar y almacenada en baterías con capacidad para mucho más ¿Qué otra cosa podríamos desear?

            Durante una semana recorrimos el hermoso Coyoacán, caminamos por sus preciosos y románticos callejones tomados de las manos sin darnos cuenta cabal, tranquilizamos nuestras almas en los templos de Santa Catarina y la Conchita, y nos avasalló el misticismo de la Parroquia de San Juan Bautista. En ese paradisiaco lugar, una noche en que meditaba mientras admiraba las estrellas sentado frente a una fogata, al mismo tiempo que Evelin y el negrito dormían adentro del Camper, me dije que era muy triste que ya no pudiera contactar a nadie de Compostela, probablemente todos habían muerto, pero no me sentía deprimido, por el contrario me sentía feliz lleno de vida, lo tenía todo: un fiel compañero, una confortable casa totalmente autónoma con todo lo necesario de la más avanzada tecnología, el poderoso Hummer que nos podía llevar a cualquier sitio que deseáramos, armas con que defendernos de ser necesario y para rematar teníamos el mundo entero a nuestra disposición. Sin embargo, comprendí que lo verdaderamente importante era Evelin. A Ella parecía no importarle el pasado y demostraba a cada momento que el presente lo estaba disfrutando sin ninguna añoranza. Entonces hice consciente que me había enamorado de la joven a pesar de llevarle unos veinte años más, no era viejo y me sentía joven, pero me parecía una barrera infranqueable que debía de respetar; no obstante existía algo que me negaba aceptar, en ocasiones me parecía ver una chispa en sus ojos cuando me miraba, pero de inmediato mi mente lo desechaba, obligándome a guardar con llave mi sentimiento dentro de mi corazón.

            Continuando con nuestro objetivo de encontrar sobrevivientes, con tristeza nos alejamos de Coyoacán, no sin antes llevarnos como recuerdo todos los vídeos y fotografías que Evelin había tomado en su nueva faceta de fotógrafa, que adoptó de improviso cuando se proveyó con cámaras fotográficas. Recorrimos colonias señaladas en el mapa como: la Obrera, Iztacalco y la Doctores entre otras, pero fue en la colonia Popotla cuando cansados de buscar vida en la gran ciudad vacía, nos propusimos viajar hacia el norte al otro día después de recuperarnos durmiendo en nuestra Camper esa noche. Previniendo que me inflara como globo por culpa de las delicias que preparaba Evelin en la cocina y por mantenerme sentado manejando todo el día, me propuse hacer ejercicio por las mañanas corriendo un poco e ir aumentando la distancia paulatinamente, a Evelin le pareció una buena idea, ya que ella también se la pasaba mucho tiempo sentada como mi copiloto temiendo también engordar, así que se unió para correr conmigo desde hacía una semana. Por lo normal no nos alejábamos demasiado del Camper como precaución, y fue una sabía decisión porque cuando estábamos a una tres cuadras de distancia del Camper, de repente de una cloaca comenzaron a salir enormes ratas que se abalanzaron amenazadoras sobre nosotros, ante lo cual de inmediato reaccionamos blandiendo nuestras armas que ya por costumbre siempre llevábamos con nosotros y disparamos hasta agotar las municiones de la Colt de Evelin y de mi Glock abatiendo a los roedores que iban a la vanguardia, por fortuna al retroceder pudimos introducirnos en un edificio cerrando tras de nosotros la puerta que había estado abierta, pero las ratas fueron encontrando huecos por donde penetrar, agrupándose peligrosamente una vez más obligándonos a rechazarlas a patadas; sin otra opción enseguida subimos por una escalera hasta la azotea, de donde saltamos al edificio contiguo para deslizarnos por la escalera de incendios; al aterrizar en el piso de la calle corrimos como liebres hasta alcanzar la salvación en el Hummer. Al recuperar el aliento nos dimos cuenta de que por fortuna negrito había permanecido en el Camper durmiendo por flojera y no se había dado cuenta de nada de lo acontecido. Constatando que no hubiera peligro fui por él para llevarlo al Hummer y todavía con las piernas temblando por la adrenalina circulando en nuestras arterias, nos pusimos en marcha despidiéndonos de la devastada ciudad de México.

          La idea general que nos propusimos fue dirigirnos a los Estados Unidos, nos parecía que por su avanzada tecnología era probable que hubiera sobrevivientes. Guiados por el mapa de carreteras iniciamos el viaje por la autopista a la ciudad de Querétaro, entes de llegar a ella tomamos la desviación a San Luis Potosí, al llegar al entronque para tomar el circuito periférico dudamos si debíamos de arribar a la ciudad, pero asumimos que lo más probable era que también estuviera desierta, así que cargamos gasolina y continuamos hasta Zacatecas donde tuvimos que cruzar sus calles también desoladas sin detenernos. Llegando a Torreón nos hicimos pelotas porque en realidad eran tres ciudades en una, por lo que decidimos quedarnos en Ciudad Lerdo para pasar la noche pensando que a lo mejor ahí podríamos encontrar a alguien vivo en cualquiera de las tres ciudades. Al día siguiente nada cambió, las ciudades de Lerdo, Gómez Palacio y Torreón estaban sin vida, ni siquiera la de animales, a pesar de ello no nos desilusionamos, ya nos estábamos acostumbrando. Sin más agarramos camino y continuamos con nuestro propósito, cruzamos Jiménez, Camargo y Delicias. En Chihuahua no vimos perros ni ratas, pero encontramos algo más peligroso: una manada de lobos. Sin pensarlo no quisimos correr ningún riesgo deteniéndonos en la ciudad y preferimos continuar aun estando cansados, hasta que en un tramo interminable de carretera nos detuvimos a la entrada de Granjas el Paraíso, y al no ver ningún peligro a la vista decidimos acampar con solo unos bisontes pastando en la lejanía.

            Sintiéndonos a salvo y tranquilos sabiendo que cualquier amenaza de peligro el negrito nos alertaría, prendimos una fogata y extendimos unas cobijas en el árido suelo acostándonos sobre ellas. La soledad a nuestro alrededor era diferente, estaba llena de vida bajo un cielo estrellado sin luna, por todos lados se oía a los animales nocturnos mostrando la calma de la naturaleza en aquel paraje desértico. No hacía calor ni frío en esa época del año, aunque por las mañanas ya aparecía el rocío sobre la vegetación y en las superficies expuestas anunciando el invierno que se aproximaba. Evelin y yo guardábamos un silencio expectante, como si deseáramos que sucediera algo que ambos manteníamos en secreto. En un maravilloso momento, nos miramos al mismo tiempo que nuestros rostros se acercaron y sin poderlo evitar culminó en un apasionado beso, entonces el tiempo se detuvo dejando liberar el amor que habíamos reprimido durante toda una eternidad. Sin darnos cuenta el negrito nos miró y gruñendo se metió al Camper.

            En Ciudad Juárez no encontramos nada diferente, se percibía completamente desolado, por inercia más que por interés cruzamos a los Estados Unidos por el Paso Tx. y no descubrimos nada más que la soledad y el silencio deprimentes igual que en todas la ciudades. Platicando mientras comíamos algo los tres, concluimos que no había nada que buscar en todo el planeta y debimos de aceptar que el covid-19 había derrotado a la humanidad, el microscópico bicho coronavirus venció al hombre y en menos de dos años se deshizo de él. Ni el negrito ni Evelin o yo sentimos tristeza o nos deprimimos, simplemente aceptamos nuestro destino y lo superamos sintiéndonos felices de estar vivos y juntos.

            Allá en mi lejano terruño, que ahora me parecía solo una ilusión perdida en el tiempo y el espacio, en algún momento viendo imágenes en Internet deseé ir al gran Cañón del Colorado, y gracias al destino impredecible me encontraba muy cerca para lograrlo. Confesándolo a Evelin y al negrito estuvieron de acuerdo para dirigirnos hacia la ciudad de Alburquerque y siguiendo el mapa después de dos días por fin llegamos a Gran Canyon Village donde dejamos estacionada nuestra Camper en un solitario estacionamiento especial para campers. Muy temprano al día siguiente nos fuimos caminando hasta uno de los miradores en el Gran Cañón del Colorado. Parecía un sueño, pero allí estábamos sentados los tres sobre una roca admirando el maravilloso paisaje. Nos sentíamos en completa calma y armonía, mientras felices abrazados amorosamente nos sabíamos comprometidos para emprender una titánica misión, Evelin y yo, Adam, estábamos dispuestos a volver a empezar.                                                

 

El principio  

José Pedro Sergio Valdés Barón