lunes, 11 de enero de 2021

La pandemia (Parte II)

 

La pandemia

       (Parte II)  

Con la mente fija en mi primera meta, crucé varios poblados asentados en ambos lados de la carretera sin ponerles demasiada atención, todos se veían desolados, solo en algunos me pareció ver varios animales. Al llegar a Compostela debí de cargar gasolina y dejar que negrito saliera a hacer sus necesidades; una vez llenado el tanque, en el momento de estar checando el aceite del motor escuché una voz a mis espaldas que me decía:

    ¡Hola! ¿Necesita ayuda?

Sorprendido por completo, volteé de inmediato solo para ver a un anciano con su cubre bocas y un rifle en las manos mirándome intrigado.

    Hola…No gracias— le respondí después de un momento—, solo voy de paso ¿Usted qué hace aquí? ¿Está solo?

    No, somos como unos treinta que estamos intentando sobrevivir aquí ¿Tú estás contagiado?— Preguntó precavido al verme sin cubre bocas.

    ¡No!...Por fortuna creo que no, y ustedes ¿Están infectados?

    Tenemos a siete, pero los mantenemos aislados y dos están muy graves, tememos que pronto morirán…no sabemos qué hacer— me explicó con tristeza en los ojos—, de donde vienes ¿Hay sobrevivientes?

    No hay nadie, yo soy el único. Por eso salí a buscar si había más gente viva en algún lugar. No sabe el gusto que me da verlo y el saber que hay más personas que la están librando ¿En dónde se encuentran?

    Sígueme, sin duda se alegrarán de verte, y con seguridad te llenarán de preguntas que espero puedas responder, al menos algunas— Diciendo esto, con las manos me hizo señas para que lo siguiera, al mismo tiempo que con desfachatez se subía al Hummer.

Llamando al negrito que había permanecido impávido moviendo tan solo su colita, también me trepé al Hummer.

            A unas cuantas cuadras había un elegante Coto residencial, al cual entramos hasta detenernos en una lujosa mansión, de donde salieron con curiosidad varios adultos, al parecer encabezados por un hombre alto de edad indefinida, quien tomó la palabra indicándome con amabilidad que me pusiera mi cubre bocas. A continuación me invitaron a seguirlos con el negrito en mis brazos, dejándolo a mi lado cuando me indicaron que me sentara en un mullido sillón en medio de una enorme sala con mobiliario a todas luces muy fino. Dejando la conversación intrascendente que habíamos sostenido, el hombre alto que se había presentado como Sebastián Regil me preguntó de dónde venía, a lo cual le respondí con mi historia desde que había muerto mi esposa en el hospital del IMSS, hasta que decidí viajar buscando sobrevivientes al morir mi vecina Lolita, encontrar a mi cachorrito negrito y aceptar la desaparición de mi familia y amigos. Para entonces yo estaba seguro de que la gran sala estaba llena con todos los sobrevivientes del lugar cubiertos con sus tapabocas, entre quienes se encontraban mujeres, hombres y algunos niños que con timidez intentaban jugar con negrito. Entonces el señor Sebastián me explicó que la mayoría de ellos eran habitantes de Compostela y unos cuantos venían de poblados vecinos, solo una joven mujer había llegado desde Guadalajara, lugar del cual había huido al convertirse en un verdadero caos, donde estaba muriendo gente por el covid-19 y por la violencia desatada en las calles fuera del control de las autoridades, no quedándole más remedio que en su automóvil trasladarse a Compostela donde esperaba encontrar a su hermana, a quien por desgracia la encontró muerta dentro de su casa víctima del coronavirus. A pesar de ello no se arrepentía de haber dejado su ciudad, porque podía apostar que a esas alturas era muy probable que en Guadalajara no quedara ningún ser humano vivo.

            Con el señor Regil, varias personas mayores y yo concluimos que la pandemia mundial por el covid-19 aparentemente había devastado a las grandes ciudades, a diferencia de las poblaciones con mucho menos habitantes en las cuales al parecer el virus no era tan virulento y la contaminación más lenta. Aunque les hice ver que a pesar de que ellos seguían algunas de las recomendaciones, se mantenían saliendo de sus casas y convivían en grupos, tal y como estábamos ahora reunidos en el enorme salón de la mansión, donde nos encontrábamos intentando responder algunas de las preguntas más apremiantes e intrigantes sin respuesta en nuestras mentes. Una de las más importantes y urgentes acciones que se debían de tomar, era cómo podíamos ayudar a los contagiados que ya se encontraban aislados. Se acordó que las personas que lamentablemente fallecieran se seguirían incinerando de inmediato, y se aceptó mi sugerencia de que los enfermos confinados por más de catorce días que ya no presentaran síntomas de covid-19, se aislaran en otro sitio por otros catorce días, al término de los cuales si continuaban si ningún síntoma se les diera de alta, Mientras tanto cualquier persona que mostrará el más mínimo síntoma de covid-19 de inmediato se aislara con los que permanecían confinados. También se acordó que no se podían juntar grupos de más de cuatro personas, y todos deberían de permanecer en sus hogares saliendo solo por causas justificadas y respetando todas las medidas necesarias para evitar el contagio del covid-19. Permanecí dos días más en Compostela, y una vez que convenimos en mantenernos en contacto por cualquiera de los medios que permanecieran funcionando, les dije hasta luego a Sebastián y a los pocos viejos que me vieron partir.

            No conocía la ciudad de Guadalajara, pero se podía apreciar que había sido dinámica, moderna y llena de vida, en tanto ahora impresionaba su completa soledad y silencio. Recordando las indicaciones de Mireya, la mujer que había huido de ahí, anduve vagando por la ciudad sin encontrar más que unos perros que en manada parecían agresivos. Al caer la noche me dio flojera buscar en dónde dormir, así que me acurruqué con negrito en los asientos del Hummer y nos quedamos profundamente dormidos por el cansancio. A la mañana siguiente, después de hacer nuestras necesidades, negrito y yo nos dispusimos a buscar un centro comercial y una gasolinera para abastecernos de los víveres y combustible que nos permitieran continuar nuestro camino hasta la ciudad de México. Por casualidad me topé con el Supermercado Mercadona y al no ver nada anormal además de su soledad, con negrito a un lado me dispuse a entrar de “compras”. En realidad no sé qué me puso en alerta, confirmada por negrito que comenzó a gruñir, pero al salir a un largo pasillo pudimos distinguir en el fondo a varios perros manteniendo acorralada a una persona subida en una estantería. Por suerte me había acostumbrado a llevar siempre en su funda mi Glock 9mm, la cual gracias a mi metódico entrenamiento apareció de inmediato en mi mano y comencé a disparar. Dos perros cayeron muertos antes de que el resto huyera volando hacía la salida del Súper, con precaución nos acercamos a la persona que estuvo asediada y aterrada, y que permanecía trepada en el estante. Después de tranquilizarla presentándome y asegurándole que negrito era de confianza logré que bajara con cuidado, al hacerlo fui sorprendido por completo, cuando al quitarse la capucha que le cubría la cabeza quedó al descubierto el hermoso rostro de una joven con no más de veinte años, y a pesar de los harapos que vestía sin duda era toda una belleza. Su nombre era Evelin, nos informó una vez que por la tensión sufrida se desahogó llorando sobre mi pecho; sin duda la había pasado bastante mal al morir su familia infectada por el covid-19 y al darse cuenta poco a poco de que se había quedado sola en toda la ciudad, lo cual fue confirmando al no encontrar alma alguna conforme buscaba alguien que siguiera vivo, mientras exploraba las calles y avenidas en el Jeep de su hermano fallecido, manteniéndose comiendo lo que encontraba en los centros comerciales hasta que se enfrentó a la manada de perros en el Súper Mercadona, no quedándole más opción para salvarse que trepar a la estantería más cercana a su alcance, hasta que aparecí yo. Poniéndonos de acuerdo, agradecida por  haberla rescatado se acomidió para ayudarme a surtirme de los víveres necesarios, de manera que pudiéramos salir lo más pronto posible de ese lugar y ya un tanto tranquilos decidir sobre lo que debíamos de hacer en adelante. Al llegar a la salida del Supermercado nos quedamos paralizados, una jauría de más de diez perros hambrientos nos esperaba afuera, supuse que el animal que fuera el líder era tan inteligente que se había agenciado ayuda para atacarnos. Deteniendo a negrito que siendo todavía un cachorro se disponía a enfrentarlos, reconocí que no tenía mi Glock las suficientes balas para rechazar a todos los perros, así que le ordené a Evelin buscar unas botellas de vidrio mientras yo me dirigía el estacionamiento subterráneo, al mismo tiempo que me hacía de una delgada manguera y un galón de plástico vacío al pasar por los estantes de ferretería. De un automóvil saqué gasolina y con el galón lleno regresé a la salida del lugar, ahí me estaban esperando con unas botellas de vino Evelin y negrito que la había acompañado. Vaciando dos botellas las llené del carburante, poniéndoles unas mechas que hice después de desgarrar un vestidito de niña que tomé de un gancho de exhibición. Sin perder más tiempo y antes de que los canes decidieran atacarnos, les informe de mi plan a Evelin y al negrito: yo intentaría matar a tiros con mi pistola el mayor número de animales, al quedarme sin balas les lanzaría una botella incendiaria a los perros más cercanos y correría hasta el Hummer que no estaba muy retirado, en el trayecto les lanzaría la segunda botella incendiaria esperando que me diera el suficiente tiempo para llegar hasta el Hummer, mientras tanto si no lo lograba Evelin y negrito deberían de correr en sentido contrario, alejándose del lugar los más rápido que les permitieran sus piernas sin mirar atrás. Si lo lograba, en el Hummer regresaría por ellos y ya con mi rifle mataría uno por uno a todos los malditos animales. Una vez que lo convenimos, encomendándonos a la diosa fortuna nos pusimos en acción. Apoyado en un banco comencé a disparar con mi Glock a los perros que se acercaban, deshaciéndome de unos cuatro antes de que se me agotaran las balas, en seguida tomé una de las botellas mólotov y encendiendo la mecha la lancé a los animales que volvían a reagruparse con la intención de atacarnos. Sin perder tiempo lancé la segunda mólotov y corrí como diablo sin cola hacia el Hummer, que ahora me parecía encontrarse a diez kilómetros de distancia; no sé como pero sin voltear presentí a los animales muy cerca de mí y al abrir la puerta del vehículo uno me desgarró la pierna del pantalón y otro me hizo gritar del dolor en una nalga, en seguida dando patadas a los  perros como pude cerré la puerta del Hummer y de inmediato cargué mi arma comenzando a diezmar a cuanto animal se me ponía enfrente, hasta que en determinado momento me percaté de un majestuoso animal parado sobre el cofre de un auto y sin dudarlo supe que ese era el líder de la manada, entonces tomé mi rifle Remington y con mucho cuidado le apunté con la mira y disparé sin compasión. El magnífico perro supo que le había disparado, pero su reacción fue tardía y antes de tocar el suelo ya iba muerto. Sin su líder los restantes animales salieron despavoridos perdiéndose entre los autos abandonados en el estacionamiento solitario del Supermercado.

            Tranquilamente Evelin con el negrito caminaban a mi encuentro cuando me acercaba a ellos en el Hummer, en seguida sin prisas acomodamos los víveres y al estar finalmente listos le pregunté a la joven si quería acompañarnos en nuestra aventura. Por toda respuesta se subió al vehículo y para mi sorpresa acomodó al negrito en un asiento trasero sin que siquiera gruñera, me fue obvio que mi perrito ya se había encariñado con la bella jovencita, quien abandonando el Jeep de su hermano, sin inmutarse no miro hacia atrás conforme tomábamos rumbo hacía la ciudad de México.    

            Por la carretera cruzamos varios poblados desolados y en Salamanca de pronto Evelin me exigió que le proporcionara un arma. Sin poder soportar más sus reclamos, en Morelia nos pusimos a buscar una armería, hasta que por fin la encontramos en el desierto centro de la ciudad.  Le escogí una Colt calibre .25 muy eficiente y manuable con suficientes cartuchos para rechazar a toda una manada de perros, el problema fue que la testaruda de Evelin me obligó a enseñarle a disparar allí mismo. En medio de la calle vacía le expliqué cómo funcionaba y se cargaba la pistola, en seguida escogí unos blancos y le mostré cómo se disparaba, finalmente abrazándola por detrás le enseñé cómo apuntar, lo cual debo de aceptar que me pareció muy agradable. Evelin no era tonta y aprendió muy rápido, permitiendo hasta entonces continuar nuestro camino mostrando una enorme sonrisa de satisfacción. Sin embargo, al haber perdido demasiado tiempo por el asunto del arma, me pareció que muy pronto anochecería y no me gustaba manejar de noche, por lo cual decidí pernoctar en esa ciudad. Sin buscar mucho encontramos un acogedor hotel llamado Casa José María cerca de la Catedral en el centro de Morelia y después de escoger dos habitaciones nos dirigimos a la cocina para ver si encontrábamos algo de cenar, antes de que los tres muriéramos de hambre.

Encontramos un enorme refrigerador lleno de carne congelada todavía en buen estado y una despensa del tamaño de un cuarto con toda clase de alimentos y productos para cocinar. Como las estufas todavía funcionaban, Evelin se puso a cocinar y no tardó en demostrar que era una excelente chef; una vez que disfrutamos de la copiosa cena cada quien se fue a su habitación seleccionada, con la novedad de que negrito traicionándome prefirió irse a dormir con Evelin.    

            La ciudad de Toluca me pareció tan grande y moderna como Guadalajara, con la diferencia de que encontramos más animales de varias especies incluyendo los perros, aunque no se veían tan agresivos y huían al paso del Hummer. Sin embargo, Evelin se dio gusto disparándoles con su nueva arma atinándole a algunos, y no conforme también mató un gato y a varias ratas. La jovencita resultó de armas tomar. Para los tres todo nos resultaba nuevo y hermoso, en especial cuando bajando por una densa zona boscosa evadiendo los vehículos peligrosamente abandonados en la carretera, se nos apareció una serie de edificios y casas de arquitectura modernista, indicándonos que entrabamos a la ciudad de México que como un inmenso manto se perdía en todas direcciones. Realmente sorprendidos no dejábamos de admirar todo lo que íbamos descubriendo, y nos parecía increíble que en esa maravillosa ciudad no quedara ningún ser humano con vida. La soledad y el silencio eran estrujantes contrastando con la belleza de los edificios, mansiones y parques. Antes de proseguir quise prevenir y en la primera gasolinera que encontré llené el tanque de gasolina, en tanto que Evelin y el negrito se agenciaban una guía con mapas y un plano de la ciudad. Siguiendo el plano no nos fue muy difícil llegar al centro de la metrópoli y por el camino admirar el bosque llamado Chapultepec y una bella avenida Reforma con su ángel de la independencia. Lo único que empañaba el disfrutar de la magnificencia de la ciudad era su abrumadora soledad y su silencio aterrador, no se veían ni siquiera animales por algún sitio. En verdad nos impresionó la gigantesca plaza llamada Zócalo en cuyo centro permanecía ondeando una mega bandera de México y en la Catedral nos atrevimos a entrar, no rezamos pero nos mantuvimos con la boca abierta de ver tanta mística belleza. Debido a que se encontraban abiertos varios negocios nos pusimos a curiosear y en una elegante joyería Evelin se “compró” lujosos anillos, pulseras y collares, inclusive un collar para el negrito con incrustaciones de rubís, el cual no duró mucho para que a mordidas se lo quitara y lo mandara al carajo. Cansados de tanto trajinar, decidimos sentarnos a comer los sándwiches que había preparado Evelin antes de salir del hotel Casa José María, para lo cual escogimos una de las mesas externas de un restorán que permanecía abierto en espera de los clientes que ya nunca llegarían. Con las panzas llenas no pudimos evitar una pestañada en los cómodos asientos del Hummer; al despertar sabía exactamente a donde deseaba ir, sin pedir permiso al negrito y a Evelin me encaminé hacía Coyoacán. En Internet había visto fotografías de la colonia que me encantaron, así que para mí el recorrido y el lugar eran tan buenos para buscar sobrevivientes como cualquier otra parte de la ciudad, ya que en el centro no vimos nada que no fuera el vacío sin vida.

            Yendo por la avenida llamada Universidad, de improviso descubrí un tesoro que en mi subconsciente desde hacía semanas deseaba encontrar. En una agencia de automóviles estaba mi Camper soñado que parecía estar esperándome, sin pensarlo me detuve ante la sorpresa de Evelin y el negrito que no sabían qué estaba sucediendo. El Camper no era muy grande con solo un eje de llantas, su forma oval de material metálico color plata brillaba bajo el sol y en el techo lucía un panel de energía solar. El interior era increíble, las partes de muros despejados eran de madera color caoba y todo el mobiliario de colores pastel. Al entrar estaba una mesa y dos bancas individuales plegables, a la izquierda una preciosa cocineta con refrigerador y a la derecha el baño individual con regadera, al fondo y al nivel del parabrisas panorámico una cama tamaño King Size, y en la base un sofá para dos con un calentador eléctrico a un lado. Con la ayuda de Evelin desenganche el Camper de una camioneta Van y lo acoplé al Hummer como si fuera un guante. Esa segunda noche dormimos los tres en nuestra nueva casa-camper, Evelin en la cama con el negrito y yo en el pequeño sofá para dos. Al principio debimos de acoplarnos, cuando Evelin se bañaba nosotros nos salíamos y cuando yo lo hacía ella se salía, al negrito entre los dos lo bañábamos a la fuerza. Yo manejaba y Evelin cocinaba y entre los dos hacíamos la limpieza, pero lo más importante era que disfrutábamos de toda la energía necesaria para las luces, un clima artificial, agua caliente, parrilla, televisión para ver programas y películas grabadas en memorias y un mini componente para escuchar la música que nos gustara, todo funcionaba con la energía proporcionada por el panel solar y almacenada en baterías con capacidad para mucho más ¿Qué otra cosa podríamos desear?

            Durante una semana recorrimos el hermoso Coyoacán, caminamos por sus preciosos y románticos callejones tomados de las manos sin darnos cuenta cabal, tranquilizamos nuestras almas en los templos de Santa Catarina y la Conchita, y nos avasalló el misticismo de la Parroquia de San Juan Bautista. En ese paradisiaco lugar, una noche en que meditaba mientras admiraba las estrellas sentado frente a una fogata, al mismo tiempo que Evelin y el negrito dormían adentro del Camper, me dije que era muy triste que ya no pudiera contactar a nadie de Compostela, probablemente todos habían muerto, pero no me sentía deprimido, por el contrario me sentía feliz lleno de vida, lo tenía todo: un fiel compañero, una confortable casa totalmente autónoma con todo lo necesario de la más avanzada tecnología, el poderoso Hummer que nos podía llevar a cualquier sitio que deseáramos, armas con que defendernos de ser necesario y para rematar teníamos el mundo entero a nuestra disposición. Sin embargo, comprendí que lo verdaderamente importante era Evelin. A Ella parecía no importarle el pasado y demostraba a cada momento que el presente lo estaba disfrutando sin ninguna añoranza. Entonces hice consciente que me había enamorado de la joven a pesar de llevarle unos veinte años más, no era viejo y me sentía joven, pero me parecía una barrera infranqueable que debía de respetar; no obstante existía algo que me negaba aceptar, en ocasiones me parecía ver una chispa en sus ojos cuando me miraba, pero de inmediato mi mente lo desechaba, obligándome a guardar con llave mi sentimiento dentro de mi corazón.

            Continuando con nuestro objetivo de encontrar sobrevivientes, con tristeza nos alejamos de Coyoacán, no sin antes llevarnos como recuerdo todos los vídeos y fotografías que Evelin había tomado en su nueva faceta de fotógrafa, que adoptó de improviso cuando se proveyó con cámaras fotográficas. Recorrimos colonias señaladas en el mapa como: la Obrera, Iztacalco y la Doctores entre otras, pero fue en la colonia Popotla cuando cansados de buscar vida en la gran ciudad vacía, nos propusimos viajar hacia el norte al otro día después de recuperarnos durmiendo en nuestra Camper esa noche. Previniendo que me inflara como globo por culpa de las delicias que preparaba Evelin en la cocina y por mantenerme sentado manejando todo el día, me propuse hacer ejercicio por las mañanas corriendo un poco e ir aumentando la distancia paulatinamente, a Evelin le pareció una buena idea, ya que ella también se la pasaba mucho tiempo sentada como mi copiloto temiendo también engordar, así que se unió para correr conmigo desde hacía una semana. Por lo normal no nos alejábamos demasiado del Camper como precaución, y fue una sabía decisión porque cuando estábamos a una tres cuadras de distancia del Camper, de repente de una cloaca comenzaron a salir enormes ratas que se abalanzaron amenazadoras sobre nosotros, ante lo cual de inmediato reaccionamos blandiendo nuestras armas que ya por costumbre siempre llevábamos con nosotros y disparamos hasta agotar las municiones de la Colt de Evelin y de mi Glock abatiendo a los roedores que iban a la vanguardia, por fortuna al retroceder pudimos introducirnos en un edificio cerrando tras de nosotros la puerta que había estado abierta, pero las ratas fueron encontrando huecos por donde penetrar, agrupándose peligrosamente una vez más obligándonos a rechazarlas a patadas; sin otra opción enseguida subimos por una escalera hasta la azotea, de donde saltamos al edificio contiguo para deslizarnos por la escalera de incendios; al aterrizar en el piso de la calle corrimos como liebres hasta alcanzar la salvación en el Hummer. Al recuperar el aliento nos dimos cuenta de que por fortuna negrito había permanecido en el Camper durmiendo por flojera y no se había dado cuenta de nada de lo acontecido. Constatando que no hubiera peligro fui por él para llevarlo al Hummer y todavía con las piernas temblando por la adrenalina circulando en nuestras arterias, nos pusimos en marcha despidiéndonos de la devastada ciudad de México.

          La idea general que nos propusimos fue dirigirnos a los Estados Unidos, nos parecía que por su avanzada tecnología era probable que hubiera sobrevivientes. Guiados por el mapa de carreteras iniciamos el viaje por la autopista a la ciudad de Querétaro, entes de llegar a ella tomamos la desviación a San Luis Potosí, al llegar al entronque para tomar el circuito periférico dudamos si debíamos de arribar a la ciudad, pero asumimos que lo más probable era que también estuviera desierta, así que cargamos gasolina y continuamos hasta Zacatecas donde tuvimos que cruzar sus calles también desoladas sin detenernos. Llegando a Torreón nos hicimos pelotas porque en realidad eran tres ciudades en una, por lo que decidimos quedarnos en Ciudad Lerdo para pasar la noche pensando que a lo mejor ahí podríamos encontrar a alguien vivo en cualquiera de las tres ciudades. Al día siguiente nada cambió, las ciudades de Lerdo, Gómez Palacio y Torreón estaban sin vida, ni siquiera la de animales, a pesar de ello no nos desilusionamos, ya nos estábamos acostumbrando. Sin más agarramos camino y continuamos con nuestro propósito, cruzamos Jiménez, Camargo y Delicias. En Chihuahua no vimos perros ni ratas, pero encontramos algo más peligroso: una manada de lobos. Sin pensarlo no quisimos correr ningún riesgo deteniéndonos en la ciudad y preferimos continuar aun estando cansados, hasta que en un tramo interminable de carretera nos detuvimos a la entrada de Granjas el Paraíso, y al no ver ningún peligro a la vista decidimos acampar con solo unos bisontes pastando en la lejanía.

            Sintiéndonos a salvo y tranquilos sabiendo que cualquier amenaza de peligro el negrito nos alertaría, prendimos una fogata y extendimos unas cobijas en el árido suelo acostándonos sobre ellas. La soledad a nuestro alrededor era diferente, estaba llena de vida bajo un cielo estrellado sin luna, por todos lados se oía a los animales nocturnos mostrando la calma de la naturaleza en aquel paraje desértico. No hacía calor ni frío en esa época del año, aunque por las mañanas ya aparecía el rocío sobre la vegetación y en las superficies expuestas anunciando el invierno que se aproximaba. Evelin y yo guardábamos un silencio expectante, como si deseáramos que sucediera algo que ambos manteníamos en secreto. En un maravilloso momento, nos miramos al mismo tiempo que nuestros rostros se acercaron y sin poderlo evitar culminó en un apasionado beso, entonces el tiempo se detuvo dejando liberar el amor que habíamos reprimido durante toda una eternidad. Sin darnos cuenta el negrito nos miró y gruñendo se metió al Camper.

            En Ciudad Juárez no encontramos nada diferente, se percibía completamente desolado, por inercia más que por interés cruzamos a los Estados Unidos por el Paso Tx. y no descubrimos nada más que la soledad y el silencio deprimentes igual que en todas la ciudades. Platicando mientras comíamos algo los tres, concluimos que no había nada que buscar en todo el planeta y debimos de aceptar que el covid-19 había derrotado a la humanidad, el microscópico bicho coronavirus venció al hombre y en menos de dos años se deshizo de él. Ni el negrito ni Evelin o yo sentimos tristeza o nos deprimimos, simplemente aceptamos nuestro destino y lo superamos sintiéndonos felices de estar vivos y juntos.

            Allá en mi lejano terruño, que ahora me parecía solo una ilusión perdida en el tiempo y el espacio, en algún momento viendo imágenes en Internet deseé ir al gran Cañón del Colorado, y gracias al destino impredecible me encontraba muy cerca para lograrlo. Confesándolo a Evelin y al negrito estuvieron de acuerdo para dirigirnos hacia la ciudad de Alburquerque y siguiendo el mapa después de dos días por fin llegamos a Gran Canyon Village donde dejamos estacionada nuestra Camper en un solitario estacionamiento especial para campers. Muy temprano al día siguiente nos fuimos caminando hasta uno de los miradores en el Gran Cañón del Colorado. Parecía un sueño, pero allí estábamos sentados los tres sobre una roca admirando el maravilloso paisaje. Nos sentíamos en completa calma y armonía, mientras felices abrazados amorosamente nos sabíamos comprometidos para emprender una titánica misión, Evelin y yo, Adam, estábamos dispuestos a volver a empezar.                                                

 

El principio  

José Pedro Sergio Valdés Barón      

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                          

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