domingo, 21 de enero de 2018

Trasmutación

Trasmutación
José Pedro Sergio Valdés Barón

No se dio cuenta hasta cuando tenía unos siete años, lo comenzó hacer en las ocasiones en las cuales su madre lo buscaba para castigarlo por haber hecho alguna travesura grave. Al principio no sabía cómo lo hacía, ni lograba controlarlo por mucho tiempo, pero con la practica aprendió lo que podía hacer y cuáles eran sus limitaciones. Se le escapaba a su madre transformándose en cualquiera de sus amigos por un corto lapso, y al pasarle el enojo a su madre regresaba a su casa. En la escuela se convertía en otro niño cuando su profesor o el director lo querían castigar por alguna falta, y se anticipaba a los alumnos mayores que deseaban hacerle bullying, escondiéndose en los baños o en el closet de materiales didácticos para transformarse en un niño más grande y fuerte, amenazándolos con golpearlos si le hacían algún daño a su supuesto protegido, de esa manera ningún abusador se atrevía meterse con él. Como era inteligente y sabía utilizar la computadora de su padre, investigó en Internet su anomalía sin encontrar nada al respecto, concluyendo que posiblemente él era único en todo el mundo. No obstante, la información obtenida de otros fenómenos extraños le abrió los ojos, y muy pronto entendió que su don debería mantenerlo en secreto para obtener mejores resultados, y además no deseaba ser un fenómeno circense para la gente, ni un conejillo de indias para los médicos. 
            Con el tiempo prefirió comportarse como una persona normal, y solo en raras ocasiones o por alguna razón importante utilizaba su don de transformarse con solo pensarlo y tan fácil como hacer un simple gesto, aunque únicamente podía lograrlo con su cuerpo modificando su color, facciones, complexión y estatura por un máximo de doce horas. Así llegó a la edad adulta siendo un hombre exitoso en su profesión de periodista, y no obstante haber tenido muchas mujeres en su vida nunca se casó ni encontró el verdadero amor.
            Solitario, y cerca de los sesenta y cinco años de edad, su única diversión era ver televisión en su departamento de soltero o meterse en un cine y vivir fantasías a través de la pantalla, permitiéndole a su imaginación vagar dentro de los personajes ficticios de las películas o más tarde en los mundos creados por él mismo. Sin embargo, un día cambió su vida por completo al contemplar en la pantalla gigante a la mujer más hermosa jamás vista por él. Su nombre era Gemma Arlington, una actriz Australiana de indescriptible belleza. Fue amor instantáneo a primera vista, y desde ese momento se convirtió en la razón de vivir del anciano Juan Pérez. Lo primero en hacer al día siguiente fue buscar en todas las filmotecas las películas protagonizadas por Gemma, que por desgracia no eran muchas, y continuó indagando toda la información de ella subida a Internet, para finalmente sentir la imperiosa necesidad  de conocerla en persona y tal vez algo más.
            Pasados unos días no solo estaba perdidamente enamorado, sino ya se encontraba obsesionado con ella. Sentía conocerla desde siempre y en su mente estaba gravado cada centímetro de su cuerpo. Aunque estaba consciente que ella vivía en otro mundo por completo diferente al de él, no solo separado por la distancia sino también por el tiempo, Gemma tenía treinta y un años y él era un viejo. Por suerte ella no tenía hijos y estaba separada de su cónyuge por el momento, dándole a él una oportunidad imposible de desperdiciar. Con la información conseguida logró conocer los gustos de Gemma, sus preferencias, necesidades y debilidades, permitiéndole elaborar un plan con muchas probabilidades para conquistarla. Comenzó con practicar su don casi olvidado para transformarse con el físico más atractivo para Gemma, sin olvidar la personalidad y el carácter admirados por ella, y como a lo largo de su vida de soltero había acumulado una pequeña fortuna con su profesión periodística e inversiones bastantes lucrativas, no tuvo problemas económicos para llevar a cabo su plan ya definido.
            Un buen día partió a la ciudad de los Ángeles, Cal. con la intención de encontrarse con su amada Gemma y conocerla en persona. Por medio de sus contactos periodísticos conservados supo que estaba filmando una serie televisiva en Sony Pictures en Culver City, usa y hasta allá se dirigió. Se hospedó en el hotel Ramada Culver City cercano a los estudios, y gracias a su dominio del idioma inglés, pudo ponerse en contacto telefónico con el responsable de relaciones públicas de los estudios para concertar una cita con él. Dos días después recibió la confirmación para una reunión con un asistente de relaciones públicas de Sony Pictures. Se presentó en los estudios con la fisonomía de quien sería el nuevo Juan Pérez, y se identificó con su credencial oficial de periodista que conservaba, requiriéndole solo alterar la fotografía con su apariencia actual. El motivo argumentado, con el representante llamado Alan Taylor, fue que una revista muy importante en México estaba interesada en publicar un reportaje con su estrella Gemma Arlington, lo cual, sin duda, ayudaría a los estudios Sony en la promoción en México de la nueva serie que estaban grabando. La petición no era extraña, y el representante Alan Taylor se comprometió con Juan para responderle a la mayor brevedad posible. Satisfecho regresó al hotel y se puso a repasar todo lo que sabía sobre Gemma. Sin mutación, para distraerse y matar el tiempo transcurriendo lentamente el viejo Juan Pérez conoció los lugares turísticos cercanos, como: La Marina del Rey y Santa Mónica, y una semana después recibió una llamada de Alan Taylor para entrevistarse con la actriz Gemma Arlington.
            Con su mejor apariencia y muy nervioso se presentó en los estudios a la hora indicada llevando una grabadora portátil, y en una confortable estancia se sentó a esperar impaciente, acompañado de su amable anfitrión, la aparición de su amada. No esperaron mucho, y de pronto Juan sintió iluminarse el lugar al contemplar por primera vez la hermosura de la mujer amada en persona. Al estrechar su mano se dio cuenta de dos cosas: la belleza de ella superaba todo lo imaginado, y en sus ojos marrones percibió que él le agradaba sin la menor duda. Al quedarse solos, Juan inició la entrevista como solía hacerlo, y poco a poco fue haciendo crecer el interés de ella, quien disimuladamente quiso saber aspectos personales de él, como: dónde vivía, si era casado o tenía pareja, y no obstante haber visitado México en varias ocasiones, insistió le describiera lugares románticos para conocer en el país Azteca, fuera del contexto profesional de la entrevista y como una insinuación sutil. Así el tiempo voló y Gemma debió irse, no sin antes aceptar una invitación a cenar de Juan, con el pretexto de terminar el reportaje.
            En un automóvil rentado y vestido de gala se presentó con antelación en el restorán Mastro´s Steakhouse para esperar con calma a Gemma. Al entrar radiante la actriz captó la atención de los hombres, y no pocos envidiaron a Juan cuando lo besó en la mejilla sentándose frente a él. La cena transcurrió como si se conocieran desde mucho tiempo antes, y el motivo principal pronto quedó en el olvido para dar paso a una relación que prometía ir más allá de una simple amistad, la mutua atracción fue evidente. Esa noche se despidieron a la entrada del restorán, y antes de subirse a la limosina con un chofer esperándola, las comisuras de sus labios se rosaron al darse el beso de despedida en las mejillas.
            Cansado pero feliz, Juan Pérez, el viejo, meditaba recostado en la amplia cama del hotel. Todo salió como en ruedas, sin duda había logrado atraerla lo suficiente para pensar en poder conquistarla. En los siguientes días no pudo verla tanto como él hubiera deseado, durante la mayor parte del día estaba ocupada en el set de grabación, y por las noches debía dormir temprano porque al día siguiente tenía llamado a primera hora. Tan solo un domingo durante el cual estuvo libre pudieron ir a pasear a Santa Mónica, y utilizando su amplia experiencia con las mujeres no tardó mucho para lograr se comportaran como un par de enamorados. Visitaron el famoso Muelle de Santa Mónica, anduvieron por la Third Street Promenade, comieron en el restorán de mariscos The Lobster y contemplaron la indescriptible puesta de sol en Ocean Ave en el Perri´s Café.
            Unas noches después, Juan llevó a Gemma a su lujosa residencia en Beverly Hills, y antes de despedirse lo invitó a pasar. El interior estaba amueblado con lujo y buen gusto, pero parecía algo impersonal, tal vez debido a que su verdadero hogar estaba en Sídney, Australia, o por el rompimiento con su marido en proceso de divorcio. Como fuera, a Juan le temblaban las rodillas por la excitación, presentía que esa noche podría culminar su fantasía iniciada en la butaca de un cine cuando la vio por primera vez. No se desilusionó, casi sin darse cuenta paso a paso una pasión desenfrenada hizo presa de los dos, llevándolos a la cama en la habitación de ella hasta la madrugada. Cuando agotados en la penumbra se contemplaban tiernamente con ojos de enamorados, fue el momento en el cual la alarma en el cerebro de Juan comenzó a sonar. Le quedaba una hora, tal vez dos, para volverse a convertir en Juan Pérez, el viejo. Pretextando que debía reportarse a México muy temprano y enviar el material recopilado hasta el momento, se despidió de Gemma y resignados prometieron verse lo más pronto posible.
            Juan Pérez, el viejo, tenía un serio problema, su dilema era continuar con el engaño como hasta el momento, a pesar que cada día se estaba complicando y por el cansancio cada vez le costaba más esfuerzo mantener la mutación, o confesar la verdad aunque pareciera increíble y a sabiendas que todo terminaría destrozando sus corazones. Por un lado sería honesto con ella aunque sacrificara su amor, y por el otro sería un egoísta engañando al amor de toda su vida y seguiría sufriendo el remordimiento que ya le quemaba. Mientras rumiaba su dilema, un día al salir del hotel fue enfrentado agresivamente por un hombre, al cual reconoció como el exesposo de Gemma, quien incrédulo le interpeló si él era Juan Pérez, el amante de quien todavía era su esposa de acuerdo a la ley. Juan sorprendido titubeó en responder, permitiendo al exmarido manifestar su duda muy lógica y tomarlo por las solapas de la camisa, para espetarle: — ¡Usted no puede ser el desgraciado Juan Pérez, usted es un viejo!—. Más por confusión que por miedo, Juan aprovechó la salida, diciendo: —Usted ha de estar buscando a mi hijo— con lo dicho Juan esperaba ganar tiempo para aclarar su mente. — ¿En dónde está el maldito?— quiso saber el furibundo cornudo. — ¡No lo sé…No lo he visto desde ayer!— respondió, Juan, aliviado. Empujando a Juan, el marido ofendido se retiró furioso subiéndose a un auto estacionado frente al hotel. Pasado el susto, Juan intento comunicarse con Gemma, pero no pudo hacerlo por estar ella en plena grabación. Como se habían citado esa noche en la casa de ella decidió esperar hasta entonces, dejando lo sucedido pendiente. Después de comer regresó al hotel a descansar para estar listo en la noche, sin darse cuenta el sueño lo venció y despertó cuando un noticiero de la tarde informaba de la agresión sufrida por la actriz Gemma Arlington en manos del actor Peter Fabiani, quien fuera su marido y ahora estuviera en proceso el divorcio del matrimonio. La actriz se encontraba en estado crítico en algún hospital de Santa Mónica y la policía estaba en busca del supuesto agresor sin éxito hasta el momento. Por medio del representante de Sony, Alan Taylor, Juan supo dónde estaba internada Gemma y, sin pensarlo, de inmediato se dirigió al lugar sintiendo que su corazón se le salía del pecho. Durante cinco días, Juan permaneció la mayor parte del día cerca de su amada en calidad de amigo para las autoridades que la custodiaban, y solo se ausentaba para ir al hotel por las noches a transformarse, bañarse y cambiarse de ropa para estar al día siguiente junto a ella. Por fin, al quinto día Gemma salió del coma inducido, para reconocer primero a sus padres quienes habían viajado desde Australia, y en seguida mirar a Juan con lágrimas en los ojos. Días más tarde, Gemma abandonó el hospital en silla de ruedas, con un brazo enyesado y un corsé inmovilizándole dos costillas rotas. Como en los estudios Sony le dieron permiso para ausentarse hasta su completa recuperación, los padres de Gemma la convencieron para viajar a su hogar en Sydney, y solo aceptó al prometerle Juan alcanzarla tan pronto arreglara sus asuntos pendientes.
            Juan no tuvo la necesidad de buscarlo, se había dado cuenta que el tal Fabiani lo vigilaba, sin duda buscando el momento oportuno para atacarlo y antes que la policía lo atrapara. Juan se había quedado para vengarse y eliminar cualquier riesgo de otra agresión a su amada Gemma, por lo tanto urdió un plan para llevarlo a cabo antes de viajar a Sydney. Esa misma noche, después de despedirse de Gemma y su padres en el aeropuerto internacional de los Ángeles, Juan, el joven, salió del hotel para caminar por el parque cercano, y al percatarse de la aproximación del agresor, se ocultó en unos baños públicos para transformarse en un verdadero monstruo asesino que sorprendió por completo a Peter Fabiani, quien solo esperaba encontrarse con su indefensa víctima. En realidad no le costó mucho esfuerzo dejar moribundo al infeliz Peter Fabiani, quien de sobrevivir no sabría decir ni quién o qué lo atacó, y si la policía buscaba a Juan Pérez, el joven, para interrogarlo jamás lo encontraría, estaría viajando hacía Australia como Juan Pérez, el viejo, para reunirse con su amada Gemma.
            Juan, el joven, por razones obvias rechazó quedarse en la casa familiar de Gemma, e insistió en hospedarse en el hotel Vibe Hotel Sydney, no muy retirado de la zona residencial de Rose Bay donde estaba el hogar de los padres. No obstante estar limitada su movilidad, Gemma se las ingenió para llevar a Juan a los lugares más emblemáticos de Sydney, como: por supuesto el edificio de la Ópera de Sydney, el puente de la Bahía de Sydney, Bondi Beach y Chinatown. A los dos meses de haber vivido en el paraíso, aunque no se hicieron el amor con frecuencia, Gemma debía regresar a los estudios de grabación Sony en Culver City, y ella ya hablaba de vivir juntos en su casa de Beverly Hills. Para Juan significaba la hora para tomar la decisión más importante de su vida, el ser joven por unas horas al día cada vez era más difícil, el engaño lo atormentaba y el cansancio lo abrumaba, y convivir con su amada en los usa estaba fuera de toda realidad. Ahora solo era cuestión de dónde y en qué momento confesarle la verdad. Una noche antes de viajar a los usa y después que el amor los transportó al edén de los enamorados, Juan se armó de valor y le explicó la realidad, la cual al principio Gemma creyó era una broma pesada y en el momento equivocado; sin embargo, no pudo evitar desmayarse cuando contempló cómo su amado se transformaba en un viejo decrépito ante sus propios ojos. Juan lloró al ver la expresión de incredulidad y asombro de Gemma antes de desvanecerse, y aceptó que ese era el final de la breve felicidad compartida con su amada. Por fin comprendió que todas las cosas en la vida tienen un propósito, y ahora sabía que su don tuvo la finalidad de encontrar el amor, a pesar haber nacido en otra época y en otro espacio diferentes a los de Gemma. Contemplando la belleza de su amada entendió que ya no tenía ninguna razón de vivir.
            Al volver en sí, Gemma creyó estar soñando, mientras lograba enfocar sus hermosos ojos marrones en la figura borrosa que tenía enfrente, pero no fue así, paulatinamente se fue definiendo el rostro de quien suponía era su amado Juan Pérez. Le parecía imposible lo visto antes de perder el sentido, sin embargo ahí estaba ese viejo y su amor no se veía por ningún lado. Entonces notó que el hombre no se movía, en tanto sus ojos la miraban fijamente sin pestañear; armándose de valor se fue acercando hasta reconocer los ojos de su amado ahora sin brillo y en un rostro desconocido. Superando su miedo se atrevió a tocar aquella cara sintiendo la frialdad de la muerte. Impulsada por la necesidad de encontrar una respuesta, registro el cadáver hasta encontrar una credencial de identificación y un sobre con el nombre de ella. La identificación era de un hombre llamado Juan Pérez Nahualtzin, de sesenta y cuatro años y nacionalidad mexicana. Más tranquila, aunque incrédula y con el corazón destrozado, leyó la carta dirigida a ella, donde Juan le explicaba todo y cómo se había enamorado desde que la vio por primera vez en la pantalla de un cine.
            Nunca supo explicarse lo que percibió, pero ya no contempló el rostro desconocido de un viejo, sino lo único que veía Gemma fueron los ojos de su amado Juan Pérez, quien en vida tuvo un don imposible de creer, con el cual rompió todas las barreras imaginables para amarla. Con los ojos humedecidos posó sus labios en los de Juan, el viejo, y le susurró: te amo.

Fin