jueves, 22 de abril de 2021

 


Los siete pecados capitales

 

 José Pedro Sergio Valdés Barón

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Decidió pasar sus últimas horas en el centro comercial Misiones en la fronteriza Ciudad Juárez, ahora tristemente famosa por ser una de las ciudades más violentas del orbe.

A pesar de la inseguridad el moderno centro comercial se encontraba atiborrado, principalmente por jóvenes que esperaban recibir el año nuevo en los bares y restoranes del mall comenzando animarse por las festividades, aunque todavía no se encontraban llenos por completo. Las tiendas permanecían abiertas a esa temprana hora de la noche, esperando lograr las últimas ventas del año que terminaba.

Tratando de pasar desapercibido y arrastrando su vejez, se mezcló entre las personas que caminaban por el corredor de la planta baja, mientras contemplaban los artículos lujosos exhibiéndose en los escaparates de las tiendas de marca. Sin poderlo evitar no pudo dejar de admirar a las mujeres hermosas, quienes glamorosas lucían sus atuendos invernales. No tardó mucho en sentirse cansado y al ver el asiento vacío en una banca, procedió a sentarse para seguir divirtiéndose observando a la gente, en tanto recobraba el aliento.

 

La lujuria

No había pasado mucho tiempo, cuando le llamó la atención una joven pareja que, sin importarles la multitud a su alrededor, se besaban apasionadamente sin ninguna inhibición. Sin dejar de verlos, se preguntó si el amor se había deteriorado a una mera expresión sexual pública de los jóvenes supuestamente enamorados, como lo representó Hieronymus Bosch en su cuadro El jardín de las delicias. Desde los inicios de la humanidad el hombre ha sido víctima de sus propias compulsiones, trasgresiones sexuales y hasta de género; incluyendo la adicción al sexo, el adulterio y la violación, pero en la actualidad parecían haberse generalizado y degradado.  

Suspirando, se dijo que debería de hacer algo al respecto para el año a punto de iniciarse. Trataría de revalorar el amor como un sentimiento sublime y noble, que debe de culminar con las sanas relaciones sexuales entre la mujer y el hombre, como el verdadero medio divino de la procreación y no como mero objeto de placer libertino.

 

La gula

De pronto sintió el hambre que le apretaba el estómago, y olvidándose de la juvenil pareja que continuaban entrelazados como si nadie más existiera, se dirigió a un restorán donde servían platillos de comida italiana. Acomodado en una mesa para dos personas, ordenó al mesero que se acercó para atenderlo: una entrada de antipasto variado, como platillo fuerte el carpaccio de bacalao y de postre un esponjado de limón; para acompañar su cena pidió una botella de suave vino blanco del Rihin Oppenheimer. Mientras disfrutaba la comida deleitándose con una copa de licor de amaretto como sobremesa que lo hizo sentirse plenamente satisfecho, observaba a los comensales de las mesas cercanas. Entonces le llamó la atención un grupito de personas con sobrepeso, que sin ninguna inhibición devoraban de manera continua la comida e ingerían las bebidas que los meseros les iban trayendo, con una actitud como si se fueran agotar todos los alimentos del mundo. Entonces se dio cuenta de que él mismo había caído en el exceso de consumir bebidas y comida, tal como lo estaban haciendo las personas en aquella mesa, y se preguntó si todos serían merecedores del mismo castigo que recibían los penitentes del purgatorio de la Divina Comedia de Alighieri.

Por lo pronto se dijo que a partir del año nuevo, a minutos de iniciar, trataría de medir la ingesta de alimentos, y adoptar el hábito del ejercicio para mantenerse en forma y con buena salud durante todo el año.

 

La avaricia

Pagando su cuenta y mientras le echaba una última mirada a los comensales golosos, salió del restaurante de comida italiana. Era evidente que conforme se acercaba la media noche iba disminuyendo la gente en los corredores, al mismo tiempo que se cerraban las tiendas y se comenzaban a llenar los bares y restoranes, donde el ambiente festivo se incrementaba minuto a minuto.

Contemplando los aparadores adornados con motivos de la temporada, se detuvo donde se exhibía ropa de marca, como Armandi, Fendi y Versace; bolsas y joyas Gucci, D&G y Prada; lencería Victoria´s Secret y muchas cosas más. Pero lo que realmente le llamó su atención, fueron los desorbitantes precios marcados en las etiquetas prendidas en cada uno de los artículos exhibidos. Sin duda, pensó, todavía había gente en Ciudad Juárez que a pesar de la crisis económica podía pagar esa clase de lujos; personas acaudaladas que podían gastar grandes cantidades de dinero en cosas vanas y materiales, sin ponerse a pensar que había demasiados niños sobreviviendo en la pobreza extrema y sin ninguna esperanza.

Se prometió a sí mismo, que durante el año aproximándose sería su propósito lograr una mejor repartición de la riqueza, de manera que unos cuantos no tuvieran demasiada y evitar que muchos no tuvieran nada.

 

La pereza

Continuando su camino por el mall, se topó con un aparador donde se mostraban los televisores de plasma más modernos y grandes, en los cuales se trasmitía un programa con la recopilación de los acontecimientos más sobresalientes del año en Ciudad Juárez, haciendo hincapié en la violencia desatada en las calles y en la afectación que esta tenía en la economía de la ciudad.

Frunciendo el ceño se dijo que aunque todo el mundo culpaba a los delincuentes y gobernantes del grave problema, a él le parecía que una gran parte de la culpa la tenían los mismos ciudadanos. La acidia era el más metafísico de los pecados, y en la actualidad podía aceptarse como una manifestación de esta la desidia, la apatía y el conformismo de la población. Era evidente que los habitantes de Ciudad Juárez no estaban haciendo nada o casi nada para ayudar a combatir el crimen y la violencia.

Un buen propósito para año nuevo sería denunciar los delitos e involucrarse en cualquier iniciativa individual o colectiva, para ayudar y exigir a las autoridades combatir el crimen, y de esa manera lograr que regresen la paz y tranquilidad a las calles de Ciudad Juárez.

 

La ira

Siguiendo esta misma línea de pensamiento, meditó sobre lo que estaba sucediendo a la humanidad. La maldad se estaba imponiendo sobre el bien; las guerras, el crimen y la violencia estaban ganando la batalla a la justicia, la equidad y libertad.

Los sentimientos desordenados y sin control como el odio y enojo se estaban manifestando en el comportamiento humano como una constante, y la negación vehemente de la verdad y la realidad como un hábito normal; inclusive hasta el grado de deshumanizarse por completo como sucedía con sicarios y secuestradores. Su arrugada piel se crispó con solo pensar en la furia que esos maleantes debían de sentir en su corazón, como para asesinar sin ninguna compasión o remordimiento a niños y mujeres en un acto irracional de extrema cobardía.

Se comprometió en sus adentros hacer hasta lo imposible para lograr en el próximo año que la inteligencia emocional controlara la conducta de las personas, en un equilibrio natural entre la razón y la lógica con los sentimientos y emociones.

 

La envidia

Cediendo a la necesidad de sus agotadas piernas, se vio obligado a reposar otro rato mientras esperaba consumir los últimos minutos del año moribundo. Sentado en otra banca, ahora en el segundo nivel del mall, se encontró junto a una mujer de edad indefinida. No era ni fea ni bonita y su vestimenta era modesta, pero adecuada para la ocasión y el lugar. Después de un momento de silencio la mujer habló sin dirigirse precisamente a él, sino más bien como pensando en voz alta. Lo que alcanzó a escuchar le hizo suponer que se había citado con una amiga, para festejar el fin de año en uno de los restoranes del centro comercial. Su amiga, al igual que ella, eran personas que se encontraban solas en la vida por diferentes razones y por eso en esas festividades se hacían mutua compañía.

Al ver pasar frente a ella una feliz familia, la mujer no pudo evitar una mueca de disgusto y sus ojos se humedecieron visiblemente. Él comprendió que en ese preciso momento aquella mujer se sintió herida, y sin poderlo evitar envidió el cariño que se profesaban esas personas y que ella no tenía. Entonces él confirmó que la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde pero no come.

Sin duda, un buen propósito para el año nuevo sería que la gente lograra aceptarse así misma tal y como es. Amarnos primero para poder amar a nuestros semejantes, sin importar si uno tiene mucho, poco o nada.

 

La soberbia

No pasó mucho tiempo, para que la mujer se levantara de la banca y fuera al encuentro de su amiga con una gran sonrisa en el rostro. Después de abrazarse se dirigieron hacia el lugar que habían elegido para cenar y recibir el año nuevo. Mirando su reloj se percató de que no faltaban muchos minutos para el gran momento. Levantándose de la banca se dispuso a bajar por la escalera eléctrica, para buscar un lugar solitario y prepararse para el inevitable cambio.

Al salir de la escalera, sin poderlo evitar se enfrentó con un gran espejo que estaba dentro de un escaparate en la tienda de ropa femenina. Asombrado, contempló su vejez deprimente. Parecía increíble que tan solo en doce meses su aspecto se hubiese deteriorado tanto. Pero no importaba en realidad, porque en tan solo unos cuantos segundos más, él volvería a nacer como lo hacía desde el inicio de los tiempos. Sería nuevamente joven, y volvería a tener la fuerza suficiente para poder cumplir con sus siete propósitos capitales a los que se había comprometido. Mientras sonaban las doce campanadas comenzó a transformarse y se sintió como un dios, era tan poderoso que él solo iba a enfrentarse a los siete demonios de los pecados capitales: Asmodeo el de la lujuria, Behemont de la gula, Mammon de la avaricia, Belfegor de la pereza, Amon de la ira y Leviatán el de la envidia.  

En ese momento se sintió tan omnipotente, que no cayó en cuenta de que siendo nuevamente un niño había sido vencido por Lucifer, y ya cargaba sobre sus espaldas con el pecado capital de la soberbia.

 

 

Feliz y próspero año nuevo