jueves, 18 de octubre de 2018

Hormigas 2


HORMIGAS 2
(El regreso)
José Pedro Sergio Valdés Barón
*
Por fin ya estaba cerca la terminal de autobuses, se dio cuenta al reconocer las poblaciones que cruzaba por la carretera y era cuestión de minutos para que estuviera en su casa. Había estado fuera por casi tres meses y esperaba que todo estuviera bien, aunque sabía que iba a encontrar polvo hasta dentro del refrigerador, su marido no era devoto del trabajo en el hogar y estaba acostumbrado a que toda la limpieza ella la hiciera.
La primera sorpresa fue que su esposo no la esperara para llevarla a su hogar como siempre lo hacía. Después de un rato se cansó de aguardarlo y tomó un taxi, pero al llegar a su hogar fue sorprendida una vez más, la camioneta estaba sucia con una llanta desinflada y la cochera llena de tierra como si en semanas no se hubiera barrido. Al entrar a la casa se topó con su marido, quien la recibió fríamente disculpándose por no haber ido por ella debido a la llanta ponchada del vehículo. Iba preparada para encontrar la casa un tanto sucia, pero nunca imaginó que su esposo pareciera no haberse bañado desde que ella se fue. Espantada le preguntó: « ¿Qué te pasó, qué tienes?» Él le explicó que había estado enfermo y no se sentía bien. En seguida ella quiso saber si había ido al médico, a lo cual él respondió que no. Mientras deshacía maletas trató de convencerlo para ir con el doctor, pero él se negó rotundamente asegurándole que estaría bien, solo era cuestión de descansar y comer bien, lo cual haría ahora que ella ya estaba en casa.
Por alguna razón las cosas no se normalizaron, aunque ella pareció no darse cuenta, concentrándose en el mucho quehacer para recuperar el aspecto que la casa tenía antes de su viaje. Sin embargo, le molestó bastante que su esposo decidiera dormir en el sofá-cama de la habitación que utilizaba como oficina, con el pretexto de no querer incomodarla con los ruidos y olores producidos por su enfermedad. Esto motivó una fuerte discusión que duró varios días, ella insistía en que acudiera al médico y él se opuso hasta llegar a los gritos con furia deprimida. Ella nunca lo había visto ponerse tan enojado, así que dejó de insistir y guardó silencio. No transcurrió mucho tiempo para que ella se alarmara, al darse cuenta que los ojos de él no tenían brillo, parecían estar muertos, y cuando trataba de verlos él rehuía la mirada, para después evadir el contacto personal encerrándose en la habitación donde dormía. Únicamente aparecía para devorar toda la comida que ella le preparaba y de manera inexplicable no parecía engordarlo.
Llegó el momento en el cual ella ya no pudo ignorar que algo muy malo estaba pasando, y un día durante la comida se atrevió a preguntarle qué estaba sucediendo, él no parecía ser el mismo de antes. Dejando la comida que ahora acostumbraba llevársela a la boca con las manos, lanzó por los aires todo lo que había en la mesa y estuvo a punto de golpear a su esposa, solo una chispa de cordura lo disuadió.
Con su hija habló varias veces por teléfono, pero no le dijo nada para no preocuparla durante sus vacaciones que estaba disfrutando fuera del país. En su lugar habló con algunas amigas de su grupo de manualidades, a quienes les confesó la angustia que vivía en su casa con su marido. Después de discutirlo por un largo tiempo, llegaron a la conclusión que lo más probable era que él tuviera un romance, y estaba enojado con ella porque con su regreso se vio obligado a terminarlo o al menos reprimirlo. Al final todas concordaron que lo más sensato era guardar la calma y esperar a ver qué sucedía. Mientras tanto debía tener paciencia y continuar su vida como siempre lo hacía, dándole su espació al marido al menos hasta que se descubriera la verdad.
Por desgracia las cosas empeoraron y se hicieron cada vez más extrañas e inquietantes. Prácticamente él no le dirigía la palabra más que para pedirle comida constantemente, y el resto del tiempo permanecía encerrado en su cuarto. Ella comenzó a sentir miedo, cuando un día se dio cuenta que la puerta de la habitación donde dormía el marido estaba entreabierta y por curiosidad se atrevió asomarse. De pronto se quedó pasmada al contemplar el cuarto infestado con millones de hormigas, moviéndose como una oleada negra viviente que cubría muros y muebles, y bullendo sobre el cuerpo inerte de quien supuso era su marido. Ahogó el grito de terror que quiso salir de su garganta, y lo único que se le ocurrió fue salir corriendo fuera de la casa. Sin saber qué hacer, se dirigió al templo cercano, y por horas permaneció sentada frente al altar en un intento por explicarse lo que parecía no tener explicación. « ¿Qué demonios hacían tantas hormigas en el cuarto?» Se preguntó, y lo más importante: « ¿Se estaban comiendo a su marido?». No lo sabía, ella había huido como cobarde sin intentar prestarle ayuda « ¡Dios mío! —Se dijo—, ¿Qué está pasando?».
Al salir del templo se encaminó a la casa de su mejor amiga, y cuando ella abrió la puerta la abrazó y se soltó llorando en su hombro. Una vez desahogada le platicó lo sucedido, aunque ella misma dudaba que fuera cierto. Ante el alboroto, el esposo de la amiga trató de calmar a las dos mujeres, y al hacerlo les propuso acompañarlas hasta la mentada casa, donde podría estar muerto el marido, según la mujer, y lo increíble devorado por hormigas.
Todo parecía normal, excepto por la camioneta sucia y ahora con dos llantas ponchadas. Con cautela el hombre entró a la sala, para ser sorprendido por una sombra en la oscuridad que le peguntó: « ¿Quién demonios eres?». « ¡Calma! Solo somos unos vecinos que acompañamos a su esposa, porque pensó que usted había sufrido un accidente ¿Está bien?». En ese momento ella encendió la luz, y pudo ver a su esposo un poco demacrado, pero sin duda en buenas condiciones. « ¡Gracias, Dios mío, que estas bien! Creí que te estaban comiendo las hormigas: ¿Dónde están todos esos bichos?». « ¿De qué hablas mujer, cuáles bichos?» Respondió su esposo, y mirando a los vecinos les aclaró: « Regresó de su viaje un poco alterada por el estrés y cansancio, no se preocupen pronto estará bien, y gracias por acompañarla hasta aquí». Sin mucha cortesía los encaminó a la puerta, y dándoles las gracias una vez más, despidió a los vecinos.
De camino a su casa la mujer le comentó al marido: « ¡Algo malo está pasando ahí! Se me enchinó la piel de miedo; olía raro el lugar y ¿Viste cómo caminaba el hombre? parecía robot moviéndose muy lento». Con una mirada burlona le repuso a su esposa: « ¡No inventes vieja! ¿ya vas a comenzar con tus chismes? Callaron el resto del camino, pero cada quién se sumergió en turbadores pensamientos.
Al quedarse solos, ella buscó en todas las habitaciones sin encontrar una sola hormiga. Desconcertada y alarmada, preguntó una vez más al marido: « ¿Qué está pasando aquí?». Él la miró con sus ojos sin vida, y con una hueca voz le respondió amenazante: « ¡No debiste meterte donde no debías! ¡Ahora lárgate de mi cuarto!». Envuelta en llanto salió corriendo a su recamara y se encerró poniendo el seguro de la puerta, e inconscientemente encendió el televisor para tratar de calmarse y pensar con claridad, pero en su mente solo había confusión, terror, y la duda que crecía de haber perdido la cordura dándole vueltas en la cabeza, hasta que poco a poco la fue venciendo un sueño intranquilo y se quedó dormida.
El fuerte zumbido la despertó, y un olor nauseabundo le inundó la nariz; no sabía qué hora era, pero a juzgar por el ruido de le tele y la imagen de puntos blancos y negros en la pantalla era bastante tarde. En seguida se le erizaron los pelos de la nuca al escuchar que algo grande se arrastraba acercándose con lentitud a la recamara, y de su garganta salió un grito aterrador cuando un fuerte golpe casi derribó la puerta. Desesperada volteó a todos lados en busca de cualquier cosa con la que pudiera defenderse, pero no había nada. La puerta comenzó a resquebrajarse con los golpes cada vez más intensos, y por entre las rajaduras comenzaron a fluir amenazadoras hormigas negras azabache. En ese momento los  ojos de ella se posaron en el closet, y en la semioscuridad distinguió una botella de alcohol y unos cerillos que utilizaba para prender las veladoras de la Virgen. Simultáneamente ella se lanzó hacia el closet y la puerta voló en pedazos. Con la botella de alcohol y los cerillos en las manos ella volteó y se quedó petrificada, en el marco de la puerta destrozada estaba una hormiga gigantesca, sus antenas se movían hacia ella y sus enormes quijadas producían crujidos espeluznantes al abrirse y cerrarse. La monstruosa hormiga con lentitud se fue acercando, y entonces ella reconoció los ojos de quien fue su marido, lo cual la sacó de su marasmo y permitió que sacara fuerzas de la flaqueza. Destapando la botella de alcohol la vació sobre la enorme hormiga que comenzó a chirriar el espantoso zumbido, mientras intentaba agarrar con sus quijadas el cuerpo de ella para partirla a la mitad. Dos o tres veces logró esquivar las tenazas, y al fin pudo encender un cerillo que le lanzó al ente salido del infierno. Las flamas se esparcieron por el cuerpo de la aberración como si fueran impulsadas por un dios, y ante la mirada impávida de ella se fue consumiendo en medio de dolorosas contorsiones y el zumbido agonizante que fue disminuyendo, hasta que finalmente quedó en silencio.
La luz del sol del nuevo día la sorprendió sentada en la cama, permitiéndole contemplar un gran montón de hormigas calcinadas, que con la leve brisa entrando por la ventana se disipó como humo negro que se perdió en la nada.     
Fin

martes, 9 de octubre de 2018

Hormigas


HORMIGAS
José Pedro Sergio Valdés Barón
*
Creo que todo comenzó cuando mi esposa viajó a Ciudad Juárez para ayudar a nuestra nuera con mi nieto de dos años, durante los días que estuviera convaleciente después de dar a luz una nueva nieta. Antes de irse se quejó varias veces conmigo, que la casa estaba invadida de hormigas por todas partes, pero nunca lo hice consciente por estar ocupado en mis quehaceres cotidianos y no le puse atención.
Al principio fue solo una molestia, si dejaba restos de comida en la barra de la cocina o en los botes de basura y trastes sucios en el fregadero en un instante se llenaban de hormigas. Quién sabe de dónde salían, pero no tardaban en formar largas filas que iban y venían por el alimento, especialmente si eran deshechos azucarados o grasos. Recordé que mi esposa había insistido en tirar los desperdicios de comida en una bolsa de plástico, afuera en el patío. Eso hice, además de lavar los trastes y limpiar la cocina matando al mismo tiempo muchas hormigas, pero nunca imaginé que mi acción fuera el verdadero comienzo de mi pesadilla…Y algo más.
No pasó mucho tiempo para que al abrir la alacena la encontrara invadida de los insectos, las envolturas de panes, pastas y dulces de manera increíble las habían violado y solo las latas permanecían intactas. Enojado tiré todo al basurero y me fui a comprar el insecticida más potente que encontré, y al regresar rocié toda la cocina y las plantas del patio trasero de la casa. Era tanta la peste que me vi obligado a salirme a la calle e ir a comer a la cenaduría Coyoacán, para después meterme en un cine esperando que pasara el tiempo suficiente para que se disipara el olor a pesticida y cuando regresara a mi casa el aire fuera respirable. Al abrir la puerta de mi hogar el olor apenas se podía soportar, por lo cual decidí abrir ventanas y puertas, encendiendo todos los ventiladores para que se oreara y poder pasar la noche en mi cama. En la cocina no había ninguna señal de hormigas, y erróneamente creí que me había deshecho de ellas. Nunca pensé que muy pronto me arrepentiría de haberles declarado la guerra.
En los siguientes días no apareció ninguna hormiga y creí que todo había vuelto a la normalidad, pero luego comenzaron a salir algunas hormigas solitarias a las que identifique como exploradoras, las cuales mataba con mis manos. Sin embargo si olvidaba lavar los trastes o dejaba algún alimento en algún lado de inmediato se acumulaban los insectos, lo único que al parecer rehuían era al frio del refrigerador. Entonces comencé a notar algo increíble, cuando me veían u olían trataban huir antes que comenzara aplastarlas con mis manos y las exploradoras zigzagueaban rapidísimo para esconderse. Mientras las aniquilaba sentía que de alguna manera unas cuantas se subían a mi cuerpo y me mordían, produciéndome un dolor agudo como de un pequeño piquete. Lo siguiente en pasar, sin en realidad comprenderlo, fue que no habiendo hormigas a la vista las sentía corriendo por mis brazos y piernas. Primero pensé que eran únicamente mis nervios, pero comprobé que era cierto cuando logré atrapar algunas.
En una ocasión se lo comenté a mi hija, pero ella me contestó que en su casa también tenía una plaga, aconsejándome mantener limpia la cocina, y al platicarlo con mi esposa por teléfono se soltaba riendo y me tildó de loco. Siguiendo el consejo de mi hija me mantenía limpiando, no solo la cocina sino toda la casa. Cuando comenzaron aparecer las hormigas en mi recamara, oficina y el baño decidí que era hora de tomar una medida drástica y pedí auxilio a una empresa exterminadora de plagas. Al llegar a la casa para fumigar me preguntaron cuál era el problema, y después de explicarles lo sucedido me aseguraron que dejara de preocuparme, ellos se encargarían de aniquilar la plaga de insectos; aunque al decir esto disimularon una sonrisa burlona, como diciendo «A este tipo le falla el coco».
Efectivamente la fumigación funcionó, pero solo por casi un mes. Las hormigas regresaron más agresivas que nunca, no había lugar en la casa donde no estuvieran, y comenzaron aparecer grandes grupos de hormigas alrededor de los cadáveres de otros insectos, como cucarachas, grillos y hasta arañas, haciendo inútil toda limpieza. Harto me clavé en la computadora buscando una solución, y descubrí que mis enemigas eran monomorium mínimum originarias de Estados Unidos, principalmente del estado de California y los estados del Este. Al parecer nadie les había informado a los insectos que estaban muchos kilómetros al sur de su hábitat y no debían estar en mi casa. Conociendo más a las invasoras, probé toda clase de remedios caseros que encontré en Internet contra las plagas de hormigas caseras, pero tampoco funcionaron, con algunos disminuía la cantidad de insectos por unos días, pero regresaban cada vez más amenazantes. Comencé a encontrar lagartijas, aves y ratones cubiertos de los diminutos monstruos devorándolos; lo inverosímil fue cuando apareció el cuerpo de un pequeño perro comido a medias por las hormigas. No sé cómo lograron matarlo y arrastrarlo hasta dentro de la cochera de la casa, pero el hecho debió alertarme para huir de mi hogar, en lugar de hacerme el valiente y creer que podría contra ellas.
Al mismo tiempo comenzaron a suceder cosas extrañas. A pesar de ser invierno y por la noche enfriar bastante el exterior, dentro de la casa hacía un calor infernal subiendo el termómetro digital interior hasta 45º centígrados, obligándome a encender los aires acondicionados de todas las habitaciones en un intento para poder dormir. Al enfriarse la casa la invadía un olor penetrante, y se comenzaba a escuchar una especie de zumbido que oscilaba su intensidad sin poder precisar de dónde provenía, parecía venir de todas partes desde el interior de los muros.
Ese día transcurrió muy tranquilo, las hormigas no aparecieron por ningún lado dándome falsas esperanzas, pero por la tarde cuando me encontraba lavando los trastes, al prender la luz porque anochecía muy temprano, me quedé congelado al ver que todo parecía estar infestado de hormigas negras azabache, que como un manto viviente se movía en oleadas hacia mí. Ahora no había las que exploraban, en su lugar iban al frente las guerreras un poco más grandes que las obreras, pero con una enorme cabeza con aterradoras mandíbulas. La verdad no supe qué hacer, hasta cuando comenzaron a subirse por mis piernas expuestas por los shorts, y empecé a sentir las dolorosas mordidas que al contacto segregaban ácido fórmico. Como pude corrí hacia el baño y me metí bajo la regadera abriendo la llave del agua que salió bastante fresca, mientras al mismo tiempo mataba con mis manos todas las hormigas que podía. Después de un rato y al no sentirlas recorriendo mi cuerpo me atreví a prender la luz del baño. Aliviado no vi ninguna, ni siquiera los cuerpos de las que había matado, al parecer el agua las arrastró por la coladera, y solo quedaba como prueba de su presencia las muchas ronchas ardiendo en mi anatomía. Con cautela abrí la puerta del baño, y al no ver nada peligroso constaté que las hormigas se habían esfumado como si nunca estuvieron ahí. Confieso que sentí miedo y me propuse abandonar mi hogar al día siguiente e irme a refugiar a la casa de mi hija. Supongo que ese fue el peor error que pude cometer, porque debí irme de inmediato lejos de ahí, pero no lo hice por no parecer un cobarde, aunque esa misma noche sucedió lo inimaginable.
Encerrado en mi recamara mirando adormilado el televisor de improviso se fue la luz, aunque por la ventana vi que las luces en la casa de enfrente y del arbotante de la calle permanecían encendidas. Enseguida empecé a sentir que subía rápidamente la temperatura del cuarto y un aterrador zumbido aumentaba su intensidad; despierto por completo, de inmediato me levanté de la cama y agarrando ropa y toallas del closet tapé todas las rendijas de la puerta que pude, agazapándome sobre la cama con una revista enrollada como arma en la mano. En la oscuridad no podía distinguir a los insectos, pero sabía que habían entrado a la habitación y amenazantes se acercaban lentamente hacia mí. Traté de conservar la calma, pero el miedo se apoderó de mí impidiendo que pensara con claridad y emprendiera la huida, y cuando percibí que subían a la cama ya era muy tarde y no pasó mucho tiempo para que estuvieran sobre mí. Con furia tiré golpes contra ellas a diestra y siniestra, pero el dolor agudo de sus mordeduras era intenso y sentí que comenzaba a sangrar por las heridas, haciéndome soltar la revista y con las manos tratar de aplastarlas en mi cuerpo. Aterrorizado intenté salir corriendo de la casa, pero las piernas no me respondieron. El dolor, el cansancio y el terror nublaron mi mente y caí al piso, entonces con mis últimas fuerzas me arrastré hacia la sala en un desesperado intento por salir a la calle y mi salvación. Cerca a la puerta de la sala que da a la cochera no pude más y me rendí. En ese instante acepté que había sido vencido por unas diminutas hormigas.
Fin