El alien
José Pedro Sergio Valdés Barón
Comencé a darme cuenta de que algo no andaba bien
conmigo a los ocho años de edad, tenía sueños raros y hacía cosas diferentes a
las que hacían lo niños de mi edad. Mis padres me tranquilizaban asegurándome
que era algo normal a mi edad y yo les creí al principio; sin embargo, las
imágenes que venían a mi mente cada vez eran más reales y se comenzaron a
presentar a cualquier hora del día. A mis padres dejé de comentarles mis
visiones porque no me creían y, además, no deseaba preocuparlos haciéndolos
pensar que tenía una enfermedad mental; no obstante, el hecho de sentirme
diferente me hizo ser serio y retraído aislándome de mis amigos y compañeros de
la escuela. Por un tiempo yo mismo pensé que estaba enfermo y me esforcé por
encontrar las respuestas que atormentaban mi cerebro, lo cual me impulsó a
sumergirme mucho tiempo en Internet y bibliotecas públicas, sin encontrar nada
relevante que explicara lo que me estaba sucediendo. Sin embargo, a los diez
años de edad completé el cuadro en mi mente, con algunas lagunas, de quien era en
realidad, y aunque podía sustentar mi historia con mis facultades físicas y
mentales, no me pareció adecuado ni sensato compartirla con alguien de mi
entorno sin que le pareciera un fenómeno adolecente, ni tampoco deseaba
hacerles sentir lástima a mis amigos y familiares, y mucho menos mostrarme ante
las autoridades científicas para quienes solo sería un conejillo de indias.
A mi corta edad debí de aceptar que tenía un grave
problema, ahora sabía con certeza que no pertenecía a ese lugar, ni tampoco
podía regresar al mío, y de hacerlo, ahí sería imposible ocultar mi rareza. Mi
dilema parecía no tener solución, o me adaptaba totalmente al medio donde
transcurría mi vida olvidándome de quién era o me concentraba en buscar la poco
probable manera de regresar a donde pertenecía; para mí mala fortuna en ninguna
de las dos opciones mi felicidad sería completa.
En mi mente ya no eran solo visiones e imágenes
surrealistas, todo se había convertido en un nítido recuerdo de mi pasado,
vivencias reales de lo que me había sucedido en mi otra vida. Todo se inició cuando
una improbable coincidencia hizo que un micro meteorito masivo se impactara en
la nave exploradora VBS-14232 de la Unión Intergaláctica y dañara el programa
orbital diseñado para el tercer planeta del sistema solar tipo- G en la galaxia
Vía Láctea, provocando que la nave se impactara con el planeta. De los seis
tripulantes que nos encontrábamos en las cámaras de hibernación fallecieron
cinco y solo sobreviví yo, aunque quedé muy malherido y debí de aceptar que no
viviría más de veinticuatro horas tiempo del planeta tierra. Entonces se me
ocurrió transferir toda la valiosa información que contenía mi cerebro en algún
humanoide nativo del planeta y así conservar mis conocimientos en un ser
pensante, quien con el tiempo pudiera cambiar al mundo aunque su civilización
estuviera retrasada miles de años. Con mucho esfuerzo logré llegar a un poblado,
caminando en la oscuridad de la noche por un terreno que me era desconocido.
Con mis últimas fuerzas busqué entre el caserío al humano que más conviniera
para mis fines, al mismo tiempo que controlaba con mi mente a los perros que
ladrando trataban de agredirme. Cuando estaba a punto de darme por vencido vi
una luz al fondo de una callejuela y hacía allí me dirigí. En la vivienda
estaba una pareja de humanos de género diferente, y con mi mente pude entender
que discutían sobre un objeto que habían visto caer del cielo. Después de un
tiempo en que me sentí desfallecer, finalmente apagaron la luz y se recostaron
para lo que interpreté como quedarse en modo de suspensión. Incrementando su
estado de sopor con mi mente me introduje en la habitación para observarlos más
de cerca y seleccionar al humano más adecuado. Mi esfuerzo me recompensó,
porque al parecer la fémina humanoide estaba iniciando una gestación y, aunque
no era el más conveniente espécimen, podría utilizar el embrión de no más de
dos semanas para transferirle mi psiquis. La extraordinaria circunstancia me
permitió introducir con telequinesis mi genoma prime en el útero de la mujer humana,
para que se integrara al embrión y así, al término de la gestación, su
apariencia pareciera normal para los de su especie, pero con mi genoma prime conservaría
desapercibidas muchas características mías y toda la valiosa información
cultural y tecnológica de mi civilización.
Antes de morir, repasé lo que debía de hacer. Había
desintegrado todo vestigio de la nave, incluyendo los organismos de mis
hermanos, dejando solo un hoyo carbonizado que podría semejar el impacto de un
gran meteoro, del que al parecer muy pocos humanoides se dieron cuenta de su
caída. Finalmente fue mi turno y satisfecho comencé mi desintegración hasta
desaparecer por completo, pero dejando mi legado en un pequeño embrión de un
ser humano, de la extraña especie que habitaba en el tercer planeta del sistema
solar en la periferia de la Vía Láctea.
Así llegué a este mundo en medio de una humilde
familia, en un poblado campirano de solo trescientas casuchas de adobe la
mayoría. Fui el mayor de tres hermanos y una hermana, siendo el de menor estatura
y el más delgado de los cuatro, aunque un tanto cabezón. Sin embargo en la
escuela me destaqué por ser el más inteligente de todos los alumnos y los tres maestros
comunitarios, lo cual llevó a mi maestra Eduviges a intentar convencer a mis
padres de que era imperativo inscribirme en una escuela especial para niños
superdotados, lo cual fue imposible para mis padres dada la precaria situación
económica de mi familia. La maestra Eduviges no se dio por vencida y logró que
toda la comunidad de Gualeguas cooperara para mandarme al instituto
especializado más cercano en la ciudad de Guadalajara; para entonces yo ya
estaba consciente de mi verdadera identidad y, en verdad, la escuela primaria y
la vida de campesino me resultaba demasiado aburrida, así que pensé que me
haría bien un cambio y tal vez me sirviera de algo.
Dejé tristes a mis padres, a mis hermanos y con
algunas lágrimas a mi madre y a mi hermana, y con la maestra Eduviges tomé
camino rumbo a la ciudad de Guadalajara en un camión de segunda. No obstante que en mi otra vida había viajado desde otra galaxia,
como niño humano era la primera vez que salía de Gualeguas. La nueva
experiencia fue muy interesante, me impactaron los poblados que cruzaba la
carretera, y los paisajes eran tan asombrosamente rebosantes de vida que
opacaban las vistas de modernidad fría y oscura de mí otro mundo. Guadalajara
resultó ser una ciudad grande en comparación con Gualeguas, sin embargo si la
equiparamos con las tres ciudades de mi planeta Mirashic, que cubrían casi la
totalidad de su superficie diez veces más grande que la tierra con solo
vestigios de antiquísimos mares, era poco más que un punto en esa inmensidad. La
primera noche la pasamos con familiares de la profesora que se portaron muy
amables conmigo, y al día siguiente la profesora y yo nos presentamos en el
Instituto Académico Especializado, para tramitar mi ingreso como lo habíamos
solicitado desde Gualeguas. Tal como lo temía, durante tres días estuve
resolviendo pruebas y asistido a entrevistas con psicólogos y profesores
especializados, hasta que finalmente fui admitido como interno en el Instituto
con una beca completa. Al despedirme de la maestra Eduviges sabía que mi vida
había dado un giro por completo, mi infancia tranquila quedó atrás y mi futuro
me daría la oportunidad de convertirme en el humanoide que en realidad era,
aunque físicamente mi apariencia siguiera siendo normal en ese planeta.
El principio en la Academia fue difícil porque me
sentía como un bicho raro, pero paulatinamente mis compañeros también especiales
me ayudaron a irme adaptando al ambiente sofisticado y a las rutinas estrictas
del Instituto. El grupo de alumnos superdotados era pequeño, solo éramos siete
hombres adolescentes y cuatro mujeres, y todos teníamos cualidades especiales,
aunque muy pronto los superé a todos llamando la atención de psicólogos y
maestros, quienes no encontraban una explicación razonable para lo que
vislumbraban en mi mente y que nunca permití que profundizarán más allá de lo
que me convenía. Durante las breves vacaciones que teníamos al año iba a mi
terruño a disfrutar de mi familia y a convivir con la pequeña comunidad de
Gualeguas durante la celebraciones Navideñas, y en una ocasión, deseando
ayudarlos para salir de la pobreza, le entregué al Mayordomo del poblado una
fórmula agrícola que había desarrollado en los laboratorios de la Academia; la
formula era un abono líquido que se debía verter en los pozos acuíferos para
irrigación una vez al año, y que al diseminarse en la tierra la convertía en la
más fértil de la que se tuviese memoria, lo cual le permitiría a la comunidad
de Gualeguas tener cosechas ricas y abundantes, permitiendo el progreso deseado
para todos y principalmente el de mi familia. Unos dos años después el poblado
de Gualeguas comenzó a cambiar, sus residentes reconstruyeron sus casas y por
todos lados se veían grandes camionetas y pick-up Tornado, Silverado o Ram. Mis
padres no se conformaron y construyeron una nueva casa, compraron vacas
lecheras, un tractor y mis hermanos asistieron a escuelas privadas de Jalisco.
Las autoridades de la Secretaría de Agricultura y
Ganadería no salían de su asombro por las abundantes cosechas en el ejido de
Gualeguas y envió inspectores para investigar a qué se debía el raro fenómeno,
especialmente en una época particularmente poco lluviosa. Los inspectores
lograron descubrir que un joven de la comunidad les había entregado un abono
agrícola para aplicarlo en sus tierras ejidales, teniendo los increíbles
resultados que beneficiaron a todos los habitantes de Gualeguas. Intrigados los
jefes de SAGARPA ordenaron una investigación a fondo que los llevó hasta mí, y
que provocó los eventos que más tarde afectarían mi vida para siempre,
haciéndose realidad lo que más temía. Cuando me entrevistaron los expertos técnicos
de SAGARPA quedaron maravillados con la fórmula de abono para tierras agrícolas
que había inventado, y de inmediato se dieron cuenta de que significaba
asegurar el alimento para toda la población, no solo del país, sino del mundo
entero y, por supuesto, que era una excelente oportunidad para hacer un gran
negocio para los líderes del corrupto gobierno mexicano. Anticipándome a ello,
en la revista internacional de Ciencias Agrícolas publiqué la fórmula de mi
abono líquido, con el objetivo de que cualquier empresa o país en el planeta pudiera
copiarla sin ningún requisito y utilizarla en beneficio de la población
mundial, propiciando así que su costo se mantuviera al alcance de cualquier
economía.
Por un momento pensé que no habría consecuencias, sin
embargo de alguna manera lograron convencer a mis padres para que permitieran
que fuera trasladado a un centro especializado de niños superdotados en
Pasadena, California, EUA para recibir la educación que requería mi capacidad
intelectual. En realidad no fue sorpresa que me internaran en el Specialized
Center for gifted children, pero si me llamó la atención la discriminación de
que fui objeto por parte de los niños genios con los que conviviría; todos
ellos eran americanos güeritos y yo un prietito campesino mexicano. Sin embargo
no tardaron en darse cuenta de que mi inteligencia era muy superior a la de
ellos y sin mayor problema aceptaron mi superioridad psíquica aceptándome en su
grupo de superdotados. Esta circunstancia influyó para que los responsables del
Center me dieran un trato especial, y me aislaran para evitar cualquier tipo de
contaminación o influencia que pudiera alterar sus investigaciones sobre mi
capacidad mental que, en verdad, los tenía intrigados. Si en la Academia me
sentí prisionero, en el Specialized Center solo
era un objeto de investigación, un simple ratón de laboratorio al cual sometían
a todo tipo de pruebas físicas y psicológicas. Enclaustrado, muchas veces pensé
en escaparme utilizando mi poder de telequinesis o psicoquinesia, pero el temor
de hacer daño a alguna de las enfermeras o vigilantes me detenía, sin contar
que todo el tiempo me mantenían vigilado sin ninguna privacidad. Así
transcurrieron los meses y los años, con solo algunas ocasiones en que convivía
con los otros niños superdotados y dos o tres veces que me permitieron ver a
mis padres, quienes hacían hasta lo imposible para sacarme de ahí sin éxito
alguno. La prisión se hacía más llevadera cuando la doctora Elizabeth MacGregor
me entrevistaba, ella era una psicóloga especializada en el comportamiento
humano, quien me analizaba y me ponía pruebas en diferentes medios ambientales
y circunstancias. La doctora Elizabeth no solo era bella sino también muy
inteligente, permitiendo que entabláramos un estrecho enlace suficiente para
que en algún momento intuyera parte de la verdad de lo que yo era en realidad. La
clave fue cuando finalmente, después de años de estudiarme, los biólogos
descubrieron en mi ADN un gen que no era normal, y que después de estudiarlo
exhaustivamente concluyeron que era el responsable de que yo fuera diferente,
pero no les aclaraba ni les decía nada; para los científicos fue un enigma más
sin resolver y mis padres no les esclarecieron nada, el meticuloso estudio al
que sometieron a todos los miembros de mi familia resultó que eran
completamente normales y con una inteligencia promedio. Sin embargo, para la
doctora Elizabeth le sugirió que yo tenía alguna clase de relación fuera de
este mundo y así me lo hizo saber.
A mis dieciocho años ya había perdido gran parte de
mi vida siendo un bicho raro de laboratorio y sin mucha experiencia en
relaciones humanas; sin embargo, Elizabeth me inspiraba entendimiento, cariño y
mucha confianza, así que no le mentí y le confesé toda la verdad. Si en algún
momento dudé que me creyera estaba equivocado, ella no solo me creyó sino que
se compadeció de mí y sin más se propuso ayudarme. Lo primero que hizo fue
ubicarme, haciéndome entender que en efecto yo pertenecía a dos mundos, pero
uno era el pasado que debía dejarlo ir y el otro era el presente el cual debía
de aceptar para ser feliz, aunque era cierto que tenía que buscar y luchar por
un mejor futuro al que a la fecha estaba sufriendo. En ese punto era donde ella
podría ayudarme encontrando la forma para sacarme de ese enclaustramiento que
me ahogaba y me atormentaba. Así lo hizo y en unos cuantos días teníamos un sencillo
plan para que pudiera escapar de ese infierno.
Faltaban cinco minutos para que sonara el timbre
avisando que se apagarían las luces en el dormitorio, y conforme se restaban
los segundos lentamente yo me iba poniendo más nervioso acumulando las dudas.
Al sonar el timbre y apagarse las luces, Elizabeth irrumpió en el centro de
control de las instalaciones y distrajo por un momento a los vigías de los
monitores, tiempo suficiente para que yo acomodara las almohadas para simular
mi cuerpo dormido en la cama, y usando la telequinesis accioné la chapa
magnética para abrir la puerta de la habitación. Abriendo las cerraduras
magnéticas de las puertas, como sombra me desplacé por los corredores desiertos
a esa hora, crucé los laboratorios donde todavía había personal trabajando en
algunos cubículos, en seguida pasé por las oficinas para finalmente salir al
estacionamiento de directores sin ningún contratiempo. Ahí me estaba esperando
ya Elizabeth en su camioneta, al vernos nos sonreímos y con toda calma nos
dirigimos a la salida. Pocas veces había utilizado la psicoquinesia para
influir en la mente de humanos porque temía hacer daño a la persona, pero ahora
no tenía opción y al llegar a las casetas de acceso al complejo del Specialized
Center, influí en los oficiales de guardia para dar por hecha la revisión de la
camioneta de la doctora McGregor sin ninguna anormalidad. Poco nos duró el
gusto, al acceder a la autopista interstate 210 nos percatamos que dos
camionetas negras se nos venían encima sonando sus sirenas, de alguna manera
notaron mi ausencia y de inmediato se fueron tras de nosotros. Elizabeth
resultó ser una excelente conductora y rebasando vehículos volamos por la
autopista, aunque dos o tres veces tuve que utilizar la telequinesis para
evitar una colisión. Con un brusco cambio de dirección, Elizabeth logró tomar
una salida de la autopista, pero la camioneta más cercana que nos perseguía no
pudo hacerlo y se impactó contra el muro de contención, explotando como una
bola de fuego que iluminó la noche varios kilómetros a la redonda. La
afortunada maniobra de Elizabeth permitió deshacernos de nuestros
perseguidores, porque al transitar por la avenida Lincoln no vimos a nadie que
nos siguiera. En ese punto decidimos cambiar de planes y tomamos la dirección
contraria, nos pareció lo más probable que los agentes de Seguridad Nacional
pensaran que nos dirigiríamos hacia los Ángeles, en cambio nosotros iríamos
hacia el este por la autopista 15. Sin embargo las fuerzas de Seguridad
Nacional se estaban moviendo muy rápido cubriendo todas las salidas posibles y
al llegar a Temecula nos topamos con una barricada de revisión. Nuevamente tuve
que emplear mis poderes mentales para que los agentes y policías nos
autorizaran pasar sin ningún impedimento. Ingresando a la carretera 79 llegamos
a Pine Valley, donde cargamos gasolina y en la cafetería comimos un sándwich y
bebimos café para seguir adelante. Continuamos por la Buckman Springs Rd. hasta
la carretera 94, allí dimos vuelta otra vez hacia el oeste para llegar a la frontera
con la ciudad mexicana de Tecate. En esa pintoresca ciudad debí despedirme con
gran tristeza de mi salvadora y amiga; tomándola de la mano besé su mejilla y
le pregunté si estaría bien, ella me respondió que no me preocupara, estaba
segura de que los directores de la National Security de los EUA no dudarían de
que había sido víctima de mi poder mental, que la había inducido para hacer
todo lo que yo le ordenaba sin siquiera poder recordar. Al verla alejarse en su
camioneta se me encogió el corazón, pero sabía que ella tendría una gran vida y
yo debería continuar con la mía.
Sentí temor al quedarme solo por primera vez en mi
vida y en un lugar desconocido, pero era mi única opción, debía cruzar la
frontera para ingresar a mi país; Elizabeth no lo había hecho conmigo para no
dejar rastro de hacia dónde me dirigía y ahora yo tendría que hacerlo sin su ayuda. Un
tanto nervioso me preparé para pasar por el corredor de la caseta americana,
pero ni siquiera voltearon a verme los guardias, al parecer la National Security
estaba enfocada a vigilar la entrada de personas a los EUA y no su salida; más
confiado crucé por la garita mexicana, solo para que el único guardia que había
me mirara de reojo mientras bostezaba.
Con el dinero que me había facilitado Elizabeth era
más que suficiente para viajar por la ruta que habíamos planeado, y en la
central de autobuses de la ciudad de Tecate abordé un autobús de primera que me
llevó hasta Santa Ana, de allí transbordé a otro autobús que me regresó a la
frontera de Agua Prieta, para finalmente subirme al camión que me dejó, después de horas interminables de tormento, en
Fresnillo, Zacatecas, donde esperaba pasar algún tiempo no muy lejos de mi
familia, la cual sin duda estaría siendo vigilada por elementos mexicanos en
contubernio con la National Security de los EUA.
En la hermosa ciudad de Fresnillo encontré trabajo de
peón en la hacienda Morales y ahí conocí a mi primera esposa Rosario, con quien
tuve tres hijos. Al morir ella me trasladé con mis hijos al estado de San Luis
Potosí en el cual requerían campesinos para trabajar en un ejido cercano a
Ciudad Valles. Por fin la vida me sonreía y aceptando mí presente como me lo
había señalado la inolvidable Elizabeth MacGregor, encontré la paz y
tranquilidad en una vida sencilla y de muy bajo perfil, para no volver a ser
para nadie un mono de experimentación. En ese maravilloso entorno campirano me
enamoré dos veces más, con Eulalia tuve cuatro hijos, antes de que me
abandonara con el líder ejidatario, y con Emilia procreé cinco hijos más que
completaron mi felicidad. Con mucho trabajo y esfuerzo, y con la ayuda de todos
mis hijos, logramos hacernos de nuestra tierrita que nos brindó estabilidad
económica y ayudó para la educación de mis hijos. Todos nacieron superdotados
con mi genoma heredado; sin embargo, enseñados por mí, ninguno destacó más allá
de ser humanos brillantes, quienes no llamaron la atención de ninguna autoridad
educativa, pero que tuvieron grandes logros personales. Sin planearlo, inicié
una mutación humana que con el tiempo llevaría a la civilización a un futuro
jamás soñado.
Casi sin darme cuenta se esfumaron los años; sin
embargo nunca abandoné la ilusión de volver a mi pasado, así que con discreción
construí un transmisor fotoisotrópico que envía señales de fotones a la
velocidad de la luz, concentrados en un haz con dirección al quinto planeta del
sistema planetario binario de las estrellas Alrahk y Balhatic en la galaxia de
Andrómeda.
A mis ciento tres años he disfrutado la vida a plenitud
y no me arrepiento de nada, Tengo todo lo que un humano puede desear: mis
hijos, mi anciana esposa, una casucha humilde pero acogedora y mi bicicleta que
me lleva a todas partes. Durante el día disfruto de los maravillosos paisajes
campiranos y por las noches contemplo a las estrellas en espera de una pequeña nave
exploradora que venga por mí.
Fin
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