HORMIGAS
José Pedro Sergio Valdés Barón
*
Creo que todo comenzó cuando mi esposa viajó a Ciudad
Juárez para ayudar a nuestra nuera con mi nieto de dos años, durante los días
que estuviera convaleciente después de dar a luz una nueva nieta. Antes de irse
se quejó varias veces conmigo, que la casa estaba invadida de hormigas por
todas partes, pero nunca lo hice consciente por estar ocupado en mis quehaceres
cotidianos y no le puse atención.
Al principio fue solo una molestia, si dejaba restos
de comida en la barra de la cocina o en los botes de basura y trastes sucios en
el fregadero en un instante se llenaban de hormigas. Quién sabe de dónde
salían, pero no tardaban en formar largas filas que iban y venían por el
alimento, especialmente si eran deshechos azucarados o grasos. Recordé que mi
esposa había insistido en tirar los desperdicios de comida en una bolsa de
plástico, afuera en el patío. Eso hice, además de lavar los trastes y limpiar
la cocina matando al mismo tiempo muchas hormigas, pero nunca imaginé que mi
acción fuera el verdadero comienzo de mi pesadilla…Y algo más.
No pasó mucho tiempo para que al abrir la alacena la
encontrara invadida de los insectos, las envolturas de panes, pastas y dulces de
manera increíble las habían violado y solo las latas permanecían intactas.
Enojado tiré todo al basurero y me fui a comprar el insecticida más potente que
encontré, y al regresar rocié toda la cocina y las plantas del patio trasero de
la casa. Era tanta la peste que me vi obligado a salirme a la calle e ir a
comer a la cenaduría Coyoacán, para
después meterme en un cine esperando que pasara el tiempo suficiente para que
se disipara el olor a pesticida y cuando regresara a mi casa el aire fuera respirable.
Al abrir la puerta de mi hogar el olor apenas se podía soportar, por lo cual
decidí abrir ventanas y puertas, encendiendo todos los ventiladores para que se
oreara y poder pasar la noche en mi cama. En la cocina no había ninguna señal
de hormigas, y erróneamente creí que me había deshecho de ellas. Nunca pensé
que muy pronto me arrepentiría de haberles declarado la guerra.
En los siguientes días no apareció ninguna hormiga y creí
que todo había vuelto a la normalidad, pero luego comenzaron a salir algunas
hormigas solitarias a las que identifique como exploradoras, las cuales mataba
con mis manos. Sin embargo si olvidaba lavar los trastes o dejaba algún
alimento en algún lado de inmediato se acumulaban los insectos, lo único que al
parecer rehuían era al frio del refrigerador. Entonces comencé a notar algo
increíble, cuando me veían u olían trataban huir antes que comenzara
aplastarlas con mis manos y las exploradoras zigzagueaban rapidísimo para
esconderse. Mientras las aniquilaba sentía que de alguna manera unas cuantas se
subían a mi cuerpo y me mordían, produciéndome un dolor agudo como de un
pequeño piquete. Lo siguiente en pasar, sin en realidad comprenderlo, fue que no
habiendo hormigas a la vista las sentía corriendo por mis brazos y piernas. Primero
pensé que eran únicamente mis nervios, pero comprobé que era cierto cuando
logré atrapar algunas.
En una ocasión se lo comenté a mi hija, pero ella me
contestó que en su casa también tenía una plaga, aconsejándome mantener limpia
la cocina, y al platicarlo con mi esposa por teléfono se soltaba riendo y me
tildó de loco. Siguiendo el consejo de mi hija me mantenía limpiando, no solo
la cocina sino toda la casa. Cuando comenzaron aparecer las hormigas en mi
recamara, oficina y el baño decidí que era hora de tomar una medida drástica y pedí
auxilio a una empresa exterminadora de plagas. Al llegar a la casa para fumigar
me preguntaron cuál era el problema, y después de explicarles lo sucedido me
aseguraron que dejara de preocuparme, ellos se encargarían de aniquilar la
plaga de insectos; aunque al decir esto disimularon una sonrisa burlona, como
diciendo «A este tipo le falla el coco».
Efectivamente la fumigación funcionó, pero solo por
casi un mes. Las hormigas regresaron más agresivas que nunca, no había lugar en
la casa donde no estuvieran, y comenzaron aparecer grandes grupos de hormigas
alrededor de los cadáveres de otros insectos, como cucarachas, grillos y hasta
arañas, haciendo inútil toda limpieza. Harto me clavé en la computadora
buscando una solución, y descubrí que mis enemigas eran monomorium mínimum
originarias de Estados Unidos, principalmente del estado de California y
los estados del Este. Al parecer nadie les había informado a los insectos que
estaban muchos kilómetros al sur de su hábitat y no debían estar en mi casa. Conociendo
más a las invasoras, probé toda clase de remedios caseros que encontré en
Internet contra las plagas de hormigas caseras, pero tampoco funcionaron, con
algunos disminuía la cantidad de insectos por unos días, pero regresaban cada
vez más amenazantes. Comencé a encontrar lagartijas, aves y ratones cubiertos
de los diminutos monstruos devorándolos; lo inverosímil fue cuando apareció el
cuerpo de un pequeño perro comido a medias por las hormigas. No sé cómo
lograron matarlo y arrastrarlo hasta dentro de la cochera de la casa, pero el
hecho debió alertarme para huir de mi hogar, en lugar de hacerme el valiente y
creer que podría contra ellas.
Al mismo
tiempo comenzaron a suceder cosas extrañas. A pesar de ser invierno y por la
noche enfriar bastante el exterior, dentro de la casa hacía un calor infernal
subiendo el termómetro digital interior hasta 45º centígrados, obligándome a
encender los aires acondicionados de todas las habitaciones en un intento para
poder dormir. Al enfriarse la casa la invadía un olor penetrante, y se
comenzaba a escuchar una especie de zumbido que oscilaba su intensidad sin
poder precisar de dónde provenía, parecía venir de todas partes desde el
interior de los muros.
Ese día
transcurrió muy tranquilo, las hormigas no aparecieron por ningún lado dándome
falsas esperanzas, pero por la tarde cuando me encontraba lavando los trastes,
al prender la luz porque anochecía muy temprano, me quedé congelado al ver que
todo parecía estar infestado de hormigas negras azabache, que como un manto
viviente se movía en oleadas hacia mí. Ahora no había las que exploraban, en su
lugar iban al frente las guerreras un poco más grandes que las obreras, pero
con una enorme cabeza con aterradoras mandíbulas. La verdad no supe qué hacer,
hasta cuando comenzaron a subirse por mis piernas expuestas por los shorts, y
empecé a sentir las dolorosas mordidas que al contacto segregaban ácido
fórmico. Como pude corrí hacia el baño y me metí bajo la regadera abriendo la
llave del agua que salió bastante fresca, mientras al mismo tiempo mataba con
mis manos todas las hormigas que podía. Después de un rato y al no sentirlas
recorriendo mi cuerpo me atreví a prender la luz del baño. Aliviado no vi
ninguna, ni siquiera los cuerpos de las que había matado, al parecer el agua
las arrastró por la coladera, y solo quedaba como prueba de su presencia las muchas
ronchas ardiendo en mi anatomía. Con cautela abrí la puerta del baño, y al no
ver nada peligroso constaté que las hormigas se habían esfumado como si nunca
estuvieron ahí. Confieso que sentí miedo y me propuse abandonar mi hogar al día
siguiente e irme a refugiar a la casa de mi hija. Supongo que ese fue el peor
error que pude cometer, porque debí irme de inmediato lejos de ahí, pero no lo
hice por no parecer un cobarde, aunque esa misma noche sucedió lo inimaginable.
Encerrado en mi recamara mirando adormilado el
televisor de improviso se fue la luz, aunque por la ventana vi que las luces en
la casa de enfrente y del arbotante de la calle permanecían encendidas.
Enseguida empecé a sentir que subía rápidamente la temperatura del cuarto y un
aterrador zumbido aumentaba su intensidad; despierto por completo, de inmediato
me levanté de la cama y agarrando ropa y toallas del closet tapé todas las
rendijas de la puerta que pude, agazapándome sobre la cama con una revista
enrollada como arma en la mano. En la oscuridad no podía distinguir a los
insectos, pero sabía que habían entrado a la habitación y amenazantes se
acercaban lentamente hacia mí. Traté de conservar la calma, pero el miedo se
apoderó de mí impidiendo que pensara con claridad y emprendiera la huida, y cuando
percibí que subían a la cama ya era muy tarde y no pasó mucho tiempo para que estuvieran
sobre mí. Con furia tiré golpes contra ellas a diestra y siniestra, pero el
dolor agudo de sus mordeduras era intenso y sentí que comenzaba a sangrar por
las heridas, haciéndome soltar la revista y con las manos tratar de aplastarlas
en mi cuerpo. Aterrorizado intenté salir corriendo de la casa, pero las piernas
no me respondieron. El dolor, el cansancio y el terror nublaron mi mente y caí
al piso, entonces con mis últimas fuerzas me arrastré hacia la sala en un
desesperado intento por salir a la calle y mi salvación. Cerca a la puerta de
la sala que da a la cochera no pude más y me rendí. En ese instante acepté que
había sido vencido por unas diminutas hormigas.
Fin
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