Al final
José
Pedro Sergio Valdés Barón
Estaba por completo confundido, la joven
tomándome del brazo me parecía conocida a pesar de mí vista borrosa, y su dulce
voz que apenas podía escuchar me tranquilizaba. Por más que intentaba recordar no
sabía dónde estaba, sin embargo me sentía seguro con la joven llevándome hacia
algún lado.
El sol brillaba intensamente
en el firmamento a esa hora del día, no obstante yo sentía frio mientras
caminaba con lentitud siguiendo a la joven, sin importar que mis piernas y mi
espalda encorvada me dolieran un poco a cada paso que daba, pero eso no era lo
que me preocupaba, sino el no poder recordar nada de lo que había hecho esa
mañana, lagunas que eran más frecuentes cada día. Lo último que recordaba era
que había salido de mi casa acompañado por alguien, pero a partir de ahí todo
se volvía borroso. Mirando a la joven de pronto me sentí angustiado, caí en
cuenta que no me importaba verme en el espejo con la cara arrugada, con la
barba y mi poco pelo totalmente cano, sino me dolía que en mi mente se
comenzara a esfumar mi vida, que mi pasado y el presente se confundieran y
muchas veces no distinguiera lo real con lo que creaba mi imaginación.
Volví a mirar a la
joven y su rostro se me hizo familiar, de alguna manera sentí que la amaba y
ella me correspondía, sin duda existía un fuerte lazo entre los dos, por lo cual
no me explicaba por qué no la podía recordar. Me deje llevar por ella sin
ningún temor, me subió a su auto y me llevó por las calles de mi ciudad que
tanto amaba. Casi sin darme cuenta reconocí la fachada de mi casa cuando
llegamos al frente, y me pareció que la joven había sido muy gentil al llevarme
hasta mi hogar, por ello no podía dejar de darle las gracias, fue entonces
cuando ella me abrazó y riendo me dijo: « ¡Papá! soy yo, tu hija». Por fin la
reconocí y me pregunté cómo había sido posible que olvidara aquel bello rostro
de mi propia hija, y sin poder evitarlo el mundo se me vino encima, porque a
partir de ese momento le temo más a la vida que a la muerte.
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