Los siete pecados capitales
José Pedro Sergio Valdés Barón
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Decidió pasar sus últimas horas en el centro
comercial Misiones en la fronteriza Ciudad
Juárez, ahora tristemente famosa por ser una de las ciudades más violentas del
orbe.
A pesar de la inseguridad el
moderno centro comercial se encontraba atiborrado, principalmente por jóvenes
que esperaban recibir el año nuevo en los bares y restoranes del mall comenzando animarse por las
festividades, aunque todavía no se encontraban llenos por completo. Las tiendas
permanecían abiertas a esa temprana hora de la noche, esperando lograr las
últimas ventas del año que terminaba.
Tratando de pasar desapercibido y
arrastrando su vejez, se mezcló entre las personas que caminaban por el
corredor de la planta baja, mientras contemplaban los artículos lujosos exhibiéndose
en los escaparates de las tiendas de marca. Sin poderlo evitar no pudo dejar de
admirar a las mujeres hermosas, quienes glamorosas lucían sus atuendos invernales.
No tardó mucho en sentirse cansado y al ver el asiento vacío en una banca,
procedió a sentarse para seguir divirtiéndose observando a la gente, en tanto
recobraba el aliento.
La lujuria
No había pasado mucho tiempo, cuando le llamó la
atención una joven pareja que, sin importarles la multitud a su alrededor, se
besaban apasionadamente sin ninguna inhibición. Sin dejar de verlos, se
preguntó si el amor se había deteriorado a una mera expresión sexual pública de
los jóvenes supuestamente enamorados, como lo representó Hieronymus Bosch en su
cuadro El jardín de las delicias.
Desde los inicios de la humanidad el hombre ha sido víctima de sus propias
compulsiones, trasgresiones sexuales y hasta de género; incluyendo la adicción
al sexo, el adulterio y la violación, pero en la actualidad parecían haberse
generalizado y degradado.
Suspirando, se dijo que debería de
hacer algo al respecto para el año a punto de iniciarse. Trataría de revalorar
el amor como un sentimiento sublime y noble, que debe de culminar con las sanas
relaciones sexuales entre la mujer y el hombre, como el verdadero medio divino
de la procreación y no como mero objeto de placer libertino.
La gula
De pronto sintió el hambre que le apretaba el
estómago, y olvidándose de la juvenil pareja que continuaban entrelazados como
si nadie más existiera, se dirigió a un restorán donde servían platillos de
comida italiana. Acomodado en una mesa para dos personas, ordenó al mesero que
se acercó para atenderlo: una entrada de antipasto
variado, como platillo fuerte el carpaccio
de bacalao y de postre un esponjado
de limón; para acompañar su cena pidió una botella de suave vino blanco del
Rihin Oppenheimer. Mientras disfrutaba la comida deleitándose con una copa de
licor de amaretto como sobremesa que lo hizo sentirse plenamente satisfecho, observaba
a los comensales de las mesas cercanas. Entonces le llamó la atención un
grupito de personas con sobrepeso, que sin ninguna inhibición devoraban de
manera continua la comida e ingerían las bebidas que los meseros les iban
trayendo, con una actitud como si se fueran agotar todos los alimentos del
mundo. Entonces se dio cuenta de que él mismo había caído en el exceso de
consumir bebidas y comida, tal como lo estaban haciendo las personas en aquella
mesa, y se preguntó si todos serían merecedores del mismo castigo que recibían
los penitentes del purgatorio de la Divina
Comedia de Alighieri.
Por lo pronto se dijo que a partir
del año nuevo, a minutos de iniciar, trataría de medir la ingesta de alimentos,
y adoptar el hábito del ejercicio para mantenerse en forma y con buena salud
durante todo el año.
La avaricia
Pagando su cuenta y mientras le echaba una última
mirada a los comensales golosos, salió del restaurante de comida italiana. Era
evidente que conforme se acercaba la media noche iba disminuyendo la gente en
los corredores, al mismo tiempo que se cerraban las tiendas y se comenzaban a
llenar los bares y restoranes, donde el ambiente festivo se incrementaba minuto
a minuto.
Contemplando los aparadores
adornados con motivos de la temporada, se detuvo donde se exhibía ropa de marca,
como Armandi, Fendi y Versace; bolsas y joyas Gucci, D&G y Prada; lencería
Victoria´s Secret y muchas cosas más. Pero lo que realmente le llamó su
atención, fueron los desorbitantes precios marcados en las etiquetas prendidas
en cada uno de los artículos exhibidos. Sin duda, pensó, todavía había gente en
Ciudad Juárez que a pesar de la crisis económica podía pagar esa clase de lujos;
personas acaudaladas que podían gastar grandes cantidades de dinero en cosas
vanas y materiales, sin ponerse a pensar que había demasiados niños
sobreviviendo en la pobreza extrema y sin ninguna esperanza.
Se prometió a sí mismo, que durante
el año aproximándose sería su propósito lograr una mejor repartición de la
riqueza, de manera que unos cuantos no tuvieran demasiada y evitar que muchos no
tuvieran nada.
La pereza
Continuando su camino por el mall, se topó con un
aparador donde se mostraban los televisores de plasma más modernos y grandes,
en los cuales se trasmitía un programa con la recopilación de los
acontecimientos más sobresalientes del año en Ciudad Juárez, haciendo hincapié
en la violencia desatada en las calles y en la afectación que esta tenía en la
economía de la ciudad.
Frunciendo el ceño se dijo que aunque
todo el mundo culpaba a los delincuentes y gobernantes del grave problema, a él
le parecía que una gran parte de la culpa la tenían los mismos ciudadanos. La
acidia era el más metafísico de los pecados, y en la actualidad podía aceptarse
como una manifestación de esta la desidia, la apatía y el conformismo de la
población. Era evidente que los habitantes de Ciudad Juárez no estaban haciendo
nada o casi nada para ayudar a combatir el crimen y la violencia.
Un buen propósito para año nuevo
sería denunciar los delitos e involucrarse en cualquier iniciativa individual o
colectiva, para ayudar y exigir a las autoridades combatir el crimen, y de esa
manera lograr que regresen la paz y tranquilidad a las calles de Ciudad Juárez.
La ira
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, meditó
sobre lo que estaba sucediendo a la humanidad. La maldad se estaba imponiendo
sobre el bien; las guerras, el crimen y la violencia estaban ganando la batalla
a la justicia, la equidad y libertad.
Los sentimientos desordenados y
sin control como el odio y enojo se estaban manifestando en el comportamiento
humano como una constante, y la negación vehemente de la verdad y la realidad
como un hábito normal; inclusive hasta el grado de deshumanizarse por completo
como sucedía con sicarios y secuestradores. Su arrugada piel se crispó con solo
pensar en la furia que esos maleantes debían de sentir en su corazón, como para
asesinar sin ninguna compasión o remordimiento a niños y mujeres en un acto irracional
de extrema cobardía.
Se comprometió en sus adentros
hacer hasta lo imposible para lograr en el próximo año que la inteligencia emocional
controlara la conducta de las personas, en un equilibrio natural entre la razón
y la lógica con los sentimientos y emociones.
La envidia
Cediendo a la necesidad de sus agotadas piernas, se
vio obligado a reposar otro rato mientras esperaba consumir los últimos minutos
del año moribundo. Sentado en otra banca, ahora en el segundo nivel del mall,
se encontró junto a una mujer de edad indefinida. No era ni fea ni bonita y su
vestimenta era modesta, pero adecuada para la ocasión y el lugar. Después de un
momento de silencio la mujer habló sin dirigirse precisamente a él, sino más
bien como pensando en voz alta. Lo que alcanzó a escuchar le hizo suponer que se
había citado con una amiga, para festejar el fin de año en uno de los
restoranes del centro comercial. Su amiga, al igual que ella, eran personas que
se encontraban solas en la vida por diferentes razones y por eso en esas festividades
se hacían mutua compañía.
Al ver pasar frente a ella una
feliz familia, la mujer no pudo evitar una mueca de disgusto y sus ojos se
humedecieron visiblemente. Él comprendió que en ese preciso momento aquella
mujer se sintió herida, y sin poderlo evitar envidió el cariño que se profesaban
esas personas y que ella no tenía. Entonces él confirmó que la envidia va tan
flaca y amarilla porque muerde pero no come.
Sin duda, un buen propósito para
el año nuevo sería que la gente lograra aceptarse así misma tal y como es. Amarnos
primero para poder amar a nuestros semejantes, sin importar si uno tiene mucho,
poco o nada.
La soberbia
No pasó mucho tiempo, para que la mujer se levantara
de la banca y fuera al encuentro de su amiga con una gran sonrisa en el rostro.
Después de abrazarse se dirigieron hacia el lugar que habían elegido para cenar
y recibir el año nuevo. Mirando su reloj se percató de que no faltaban muchos
minutos para el gran momento. Levantándose de la banca se dispuso a bajar por
la escalera eléctrica, para buscar un lugar solitario y prepararse para el
inevitable cambio.
Al salir de la escalera, sin
poderlo evitar se enfrentó con un gran espejo que estaba dentro de un
escaparate en la tienda de ropa femenina. Asombrado, contempló su vejez deprimente.
Parecía increíble que tan solo en doce meses su aspecto se hubiese deteriorado
tanto. Pero no importaba en realidad, porque en tan solo unos cuantos segundos
más, él volvería a nacer como lo hacía desde el inicio de los tiempos. Sería
nuevamente joven, y volvería a tener la fuerza suficiente para poder cumplir
con sus siete propósitos capitales a los que se había comprometido. Mientras
sonaban las doce campanadas comenzó a transformarse y se sintió como un dios,
era tan poderoso que él solo iba a enfrentarse a los siete demonios de los
pecados capitales: Asmodeo el de la lujuria, Behemont de la gula, Mammon de la
avaricia, Belfegor de la pereza, Amon de la ira y Leviatán el de la envidia.
En ese momento se sintió tan
omnipotente, que no cayó en cuenta de que siendo nuevamente un niño había sido
vencido por Lucifer, y ya cargaba sobre sus espaldas con el pecado capital de
la soberbia.
Feliz y próspero año nuevo