La
pandemia
Ahora que estoy encerrado en mi casa por
la contingencia ocasionada por el covid-19, no he podido dejar de meditar sobre
su inicio, lo que estamos padeciendo en la actualidad y lo que podría suceder
en el futuro inmediato, a mediano plazo y hasta el lejano futuro. Así que dejé
volar mi imaginación y decidí plasmarlo en el papel. Quiero dejar bien claro
que lo escrito a continuación es solo un producto creado por mi mente, y tal vez
un tanto pesimista y sin ninguna base científica; sin embargo pretendo que sea
interesante y quizá hasta pudiera hacer recapacitar al posible lector.
۞
No lo podía creer, mi
esposa había muerto y ni siquiera me permitían verla antes de que la
incineraran, sus familiares estaban destrozados y por desgracia aunque yo no
tenía ningún síntoma de covid-19 no me permitían estar con ellos para
consolarnos mutuamente, estaba confinado a un mes como medida de precaución en
las instalaciones especificas del IMSS. Al principio cuando comencé a oír del
coronavirus supuestamente originario de la ciudad de Wuhan China, me pareció
algo tan lejano que no lo consideré como una amenaza. Más tarde cuando según
las noticias se convirtió en pandemia mundial y comenzaron a presentarse
infectados del covid-19 en México, no tardó para que a continuación los
primeros fallecimientos se fueran incrementando al mismo tiempo que los medios
nos avasallaban con informaciones confusas, alarmantes y contradictorias, a
diferencia de que en la realidad de mi entorno no se había confirmado ni un
solo caso de covid-19, lo cual al igual que mucha otra gente me hizo comenzar a
dudar de la veracidad de la supuesta pandemia, reconociendo que era factible lo
que estaban difundiendo algunos medios, asegurando que la pandemia era una confabulación de los gobiernos del mundo para
disminuir la sobrepoblación humana que estaba alcanzando proporciones
alarmantes, permitiendo también de esa manera darle un respiro al planeta
altamente contaminado. Creyendo en ello, estúpidamente no hice caso a las
recomendaciones de las autoridades para evitar el contagio.
Los primeros síntomas se
comenzaron a presentar un día domingo, cuando mi esposa empezó a estornudar, a
tener flujo por la nariz y sentir el cuerpo cortado, haciéndonos pensar que era
una simple gripe. Así que no nos pareció un impedimento para que fuéramos a la
misa de las doce y al salir todavía decidiéramos ir a comprar un rico pozole a
la cenaduría de don Nacho, para más tarde comer en la casa mirando el
televisor. Esa misma tarde nos fue obvio que no se trataba de una simple gripe,
mi esposa no podía respirar y sentía que se ahogaba, sin pensarlo más en un
taxi la llevé hasta la clínica del IMSS que ya se encontraba saturada de
pacientes supuestamente infectados del covid-19. Por suerte, gracias a un amigo
que trabajaba en la administración de la clínica pude ingresar a mi esposa a
emergencias para que la atendieran de inmediato. Esa noche me la pasé en vela
esperando noticias sobre el estado de mi esposa, pero fue hasta temprano por la
mañana cuando una doctora y un médico me informaron que mi mujer había sido
transferida a cuidados intensivos durante la noche y conectada a un respirador
artificial; sin embargo, me advirtieron que no tuviera muchas esperanzas porque
estaba muy grave y ya no podían hacer más, solo quedaba esperar un milagro. Por
la tarde el doctor que ya conocía, con el rostro entristecido me dio la mala
noticia de que mi amada esposa había fallecido por un complicación pulmonar
derivada del covid-19. Con el corazón destrozado le supliqué que me permitiera
verla por última vez para despedirme de ella, pero todo fue inútil, me explicó
que tenían estrictas órdenes de evitar el contagio con todas las acciones requeridas,
y una de las principales medidas precautorias era incinerar el cadáver de
inmediato y ponerme a mí en cuarentena a pesar de no tener síntomas. Así me la
pasé casi dos semanas y aun teniendo la compañía de otras personas con el mismo
problema no fue una experiencia agradable, la mayoría estaba furiosa y conspiraban
para agredir al personal de salud de la clínica, culpándolos por la muerte de
sus familiares debido a su supuesta incapacidad y negligencia. Intente
persuadirlos de que no hicieran algo de lo cual se arrepintieran después y
convencerlos de que los médicos y enfermeras estaban haciendo todo lo posible
para salvar a los contagiados, pero eran demasiados y no tenían la capacidad
para atenderlos ni los medios requeridos para tratarlos a todos. No tardo mucho
para que una mañana, cuando los ayudantes nos llevaban los alimentos del
desayuno fueran agredidos por las mujeres que tomaron la iniciativa y todo se
volviera un caos. Al salir del recinto donde estábamos aislados, como
incontenible cascada se fueron uniendo enfermos y parientes para golpear a
médicos, enfermeras, ayudantes y voluntarios. Traté de ayudar a algunas
enfermeras pero solo logré salir golpeado también, así que decidí mejor
largarme de ese lugar infernal.
Con empeño me dispuse a
continuar con mi vida adaptándome a las nuevas circunstancias y opté por
mantenerme en mi casa el mayor tiempo posible. Cuando tenía que salir seguía
las normas establecidas por las autoridades, pero me llamaba la atención y hasta
me molestaba ver a tanta gente caminando y conviviendo en grupos sin ninguna
protección.
Cuando la economía
comenzó a colapsar debido a la contingencia, el gobierno se vio en la necesidad
de suspender la cuarentena puntualizando las medidas de seguridad que se debían
de tomar sin excepciones, por desgracia si antes no eran respetadas las
indicaciones de seguridad, menos ahora que se había declarado una nueva
normalidad. Al principio se permitió la apertura de los comercios, negocios y
empresas de primera necesidad y paulatinamente se fueron abrieron restoranes y
puestos de comida. No obstante que al principio la mayoría respetaba las
medidas de seguridad, paulatinamente la gente se fue relajando haciendo imposible
evitar la contaminación, siempre había alguien sin saber que era un portador
asintomático o que llevaba el coronavirus en alguna parte de su cuerpo y al
tocar cualquier objeto lo contaminaba, dejando latente el riesgo de contagiar a
alguien al hacer contacto con el virus.
Tal vez por la amarga
experiencia vivida con mi esposa, yo me volví paranoico y exageraba mi
protección contra el covid-19; casi no salía de mi casa, no mantenía contacto
directo con mi familia y amigos, si tenía algún motivo esencial para salir de
mi vivienda me ponía un overol con mangas, me cubría con una mascarilla
especial, una careta transparente, guantes de látex y botas de hule. En el
centro comercial a donde normalmente iba no hacía contacto con nadie, mantenía
la sana distancia recomendada y pagaba con tarjeta. Al regresar a mi hogar
rociaba toda mi indumentaria con un espray desinfectante y la colocaba en una
caja a la entrada de la casa, para hasta entonces entrar a mi hogar a lavarme
las manos.
Pegado a la computadora o
mirando la televisión me la pasé durante poco menos de dos meses, hasta que los
noticieros comenzaron a informar sobre el rebrote del covid-19 en las grandes
ciudades de país. Para mí no fue sorpresa, yo había presagiado esa eventualidad
por la actitud negligente de las autoridades y de la gente, así que un tanto
preocupado y con curiosidad me vestí con mi indumentaria de protección y salí a
la calle para constatar lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Lo primero que
percibí era que había muy poca gente en las calles, que las personas con las
que me topé solo unas cuantas no llevaban cubre bocas y aunque había algunos
negocios abiertos todos cumplían con las normas de seguridad. Por un memento
creí que de seguir así no cabía duda de que por fin se controlaría la pandemia;
sin embargo para nuestra mala fortuna no fue así, la nueva normalidad llegó muy
tarde. La economía no se pudo recuperar, los comercios, negocios y empresas que
había sobrevivido estaban muy dañadas y comenzaron a declararse en quiebra
provocando que la amenaza de la hambruna se comenzara a manifestar en las regiones
más pobres. La gente desesperada comenzó a vandalizar comercios y tiendas de
autoservicio en busca de comida y dinero para sus familias, obligando a las
fuerzas del orden a tratar de detenerlos, pero todo fue inútil, la gente se
defendió como pudo utilizando piedras, barras y palos, hasta que las fuerzas
del orden no tuvieron más opción que comenzar a disparar sus armas. Esta acción
no logró más que enfurecer a la turba, a la cual se le fue agregando más y más
gente indignada por lo que estaba sucediendo, convirtiéndose todo muy pronto en
un verdadero caos. Después de varios días de enfrentamientos, en los cuales las
autoridades llevaron la peor parte dejando cientos de muertos, las cosas parecieron
calmarse en algunos lugares.
No teniendo alternativa,
me vi en la necesidad de salir de mi casa para ir a buscar comida, aprovechando
una aparente pausa de la violencia en las calles. Todo parecía normal, unas
cuantas personas caminaban por las calles respetando el uso del cubre bocas, para
mi mala suerte no había caminado ni dos cuadras cuando me topé con una pandilla
de adolescentes mal encarados y evidentemente enfermos algunos. Como me lo
temía no tardaron en agredirme, despojándome de toda mi indumentaria de
seguridad al mismo tiempo que me golpeaban sin piedad burlándose de mí. No sé
cuánto tiempo permanecí tirado en la calle semidesnudo, hasta que con mucho
esfuerzo y muy adolorido pude levantarme y tambaleante regresar a mi hogar.
Pasados unos días, cojeando un poco tuve que ponerme de pie acicateado por el
hambre y debí de prepararme para salir a buscar cualquier cosa que me
alimentara. Por las noticias que continuaban informando los dos únicos canales
televisivos que seguían funcionando e Internet, estaba enterado de que la
violencia en las ciudades había regresado con mayor intensidad y ahora la gente
ya se atrevía allanar casas particulares, empezando a verse cadáveres tirados
en la calles por cualquier lado. Al no tener ya mi indumentaria de seguridad me
debí de conformar con solo un tapabocas de simple tela, y así me armé de valor
y me lancé al exterior de mi casa. En realidad me asombré de ver las calles
casi desiertas y solo me topé con dos pequeños grupos de personas saqueando residencias,
quienes al verme me observaron expectantes, y al constatar que yo no era nadie
continuaron con su quehacer delictivo como si nada. El centro comercial estaba
prácticamente vacío, tirada alguna ropa por ahí, algún juguete por allá y
algunos utensilios de cocina, pero de alimentos no quedaba nada. De regreso a
mi casa descorazonado y con mi estómago queriendo comerse a mí mismo, comencé a
pensar en irrumpir en una casa para buscar comida a como diera lugar. Cuando
indeciso me detuve frente a la ventana de mi vecina, ella la entreabrió para
preguntarme cómo estaba la situación en las calles. Después de informarle que
solo había vándalos saqueando las casas, que los centros comerciales estaban
vacíos y yo muriéndome de hambre, apiadándose de mí me invitó a pasar a su hogar
para darme algo de comer. Nunca había estado dentro de su casa, pero aun estando
arreglada con modestia se veía cómoda y de buen gusto, y qué decir de la
comilona que me di, me tragué cuanto me puso a mi alcance y todavía me eché
unos panes en los bolsillos. Ella era una mujer de unos cincuenta y tantos años
que había enviudado muy joven y se rumoraba que había heredado una fortuna a
pesar de que no se le vía por ningún lado, vestía ropa modesta, no tenía cuenta
en algún Banco y ni siquiera un auto. Su único hijo se había ido de espalda
mojada a los Estados Unidos, o al menos eso se decía, y desde entonces vivía
sola con su mascota, un perrito “pura calle” llamado negrito. En algún momento al comenzar a despedirme de la señora
agradeciéndole su gentileza, de pronto me propuso quedarme con ella,
diciéndome: « ¿Por qué no se queda aquí? Tengo bastante comida en la despensa, está
la recamara de mi hijo en la cual puede dormir y yo me sentiría mucho más
segura con un hombre en la casa, además su vivienda está a un lado». Pensando
en la comida me pareció buena idea, así no tendría que salir a correr el riesgo
de infectarme o de ser víctima de los criminales que se habían adueñado de la
ciudad.
En realidad fue una
magnífica decisión quedarme con mi vecina, ella me atendía a cuerpo de rey, yo
le ayudaba a mantener la casa siempre muy limpia e hice un hoyo en un muro para
poder acceder a mi casa sin tener que salir a la calle. Pero lo más importante
de todo, era que la casa de la señora tenía en un sótano de buen tamaño una
despensa llena de víveres que nos permitirían sobrevivir durante bastante
tiempo aislados del apocalipsis exterior. Aunque no teníamos mucha vista por
las ventanas, las cuales habíamos sellado con tablones, no podíamos dejar de
escuchar los disparos de las armas pesadas ni ignorar los gritos desesperados
de las personas, quienes de alguna manera estaban muriendo en el infierno en
que se había convertido el exterior de nuestro refugio. Así pasaron unos dos meses,
los canales televisivos dejaron de transmitir y solo esporádicamente oíamos por
la radio algunas alarmantes y confusas noticias, informando que al parecer en todo
el mundo había sucedido lo mismo que en nuestra ciudad y se especulaba que ya
solo quedaban algunos sobrevivientes en todo el planeta, quienes seguían
muriendo infectados por el covid-19. Este hecho afectó a mi compañera de
infortunio y se deprimió hasta dañar su salud, yo intentaba de animarla
asegurándole que todo volvería a la normalidad en unos cuantos días, sin embargo
la realidad me contradijo demasiado pronto. No me cabía duda que de ser cierta
la confabulación de los gobiernos para expandir la pandemia del covid-19, esta
se les había salido fuera de control y prácticamente habían acabado con la
humanidad.
Un silencio espectral lo
invadía todo, obligándonos a salir a la calle para buscar respuestas sin
importar el riesgo de hacerlo, aunque de todas maneras nos pusimos los cubre
bocas como precaución. La verdad no nos asombró gran cosa, más o menos era lo
que esperábamos, las calles estaban desiertas de personas, pero nos encontramos
con algunos animales que vagaban sin rumbo, especialmente perros, gatos, ratas
e increíblemente caballos y vacas. Lo que nos llamó mucho la atención, fue que
ningún carroñero había tocado los cadáveres extrañamente momificados de humanos,
los cuales era inevitable encontrar en algunos lugares. Después de intentar localizar
infructuosamente algún ser humano vivo dentro de su casa, nos dimos por
vencidos y regresamos cabizbajos a nuestro refugio. De alguna manera intuíamos
que probablemente mi vecina y yo éramos los últimos seres vivos que quedaban en el planeta tierra. La triste
realidad solo obró para complicar aún más
nuestra angustiosa situación, mi estimada vecina se dio por vencida y su
salud se deterioró rápidamente, hasta que por fin, sin que yo pudiera hacer
algo, una trágica mañana mi vecina Lolita me abandonó, dejándome solo en el
mundo.
Durante un tiempo anduve
vagando por la ciudad sin ninguna protección, tal vez con la intención de
contraer el covid-19 y acabar de una vez con todo, pero para mí infortunio de
alguna manera sobreviví. Deduje que el coronavirus también había desaparecido
con su última víctima o yo todo el tiempo había sido inmune al covid-19, como
fuera estaba solo hasta que un bendito día encontré un cachorrito de perro, al
que en memoria de la mascota de Lolita también nombré negrito. El animal creció convirtiéndose en un collie musculoso y
de buen tamaño, totalmente negro con solo una mancha blanca en su frente, y como
era de esperarse se convirtió en mi inseparable amigo y compañero. En tanto negrito crecía y me demostraba ser muy
inteligente, mi mente comenzó a elucubrar lo que debía de hacer en el futuro y
puse manos a la obra. Si deseaba recorrer el mundo para constatar con mis
propios ojos el holocausto que había sucedido, debía de prepararme para ello
comenzando por armarme para el caso de enfrentarme a cualquier peligro
desconocido, como eran los canes cada vez más agresivos que en manadas se
habían convertido en los amos del mundo y las terroríficas ratas que pululaban
por todos lados. En un gran centro comercial cercano encontré una armería,
donde me hice de una pistola Glock 9 mm y un rifle de cacería Remington 783 con
mira telescópica, además de sus fundas y muchas de sus respectivas municiones. En
la agencia GM encontré un Hummer HX color gris en perfectas condiciones y salí
a la calle con mi sueño realizado de tener mi propio auto. Como estaban las
cosas únicamente debía de molestarme en tomar lo que se me diera la gana para
satisfacer mis caprichos y necesidades, sin desearlo el mundo era mío. Por un
tiempo permanecí en la ciudad, durante el cual me mudé a una suite de lujo en
el Four Seasons Hotel, que aun estando fuera de servicio tenía en la cocina un
enorme cuarto de refrigeración lleno de alimentos de todas clases, el cual
funcionaría mientras hubiera suministro de electricidad, sin contar que la
habitación elegida como mi morada lucía un enorme ventanal con una vista
increíble de la bahía. No me podía quejar, vivía como millonario sin tener un
solo centavo, no obstante no tenía a nadie con quien compartir mi paraíso, exceptuando
a mi querido negrito. Quizá con la
esperanza inconsciente de que debía de haber alguien que hubiera sobrevivido al
igual que yo, me esmeré entrenando mi cuerpo y practicando el tiro con las
armas para estar listo cuanto antes y salir en busca de la realidad.
Una fría mañana cuando el
sol parecía asomarse con flojera entre las montañas y el negrito molesto por haberlo despertado se subió gruñendo al Hummer,
miré con nostalgia la bahía que en el horizonte se fundía con el mar infinito, para
en seguida sentarme detrás del volante encendiendo el motor que exhaló un
potente rugido indicándome que también estaba listo, sin más a continuación ingresé
a la autopista que al frente se prolongaba hasta donde alcanzaba la vista.
Sentía tristeza, pero al mismo tiempo la excitación por el devenir me embargaba
y simplemente nunca miré hacia atrás…..
No
ha terminado
José Pedro Sergio
Valdés Barón