Un
alma alegre
No sé cuándo la vi por primera vez, pero
la fui haciendo consciente porque me la encontraba cada vez que iba a la tienda
cercana a mi casa una o dos veces al día. Ella trabajaba o ayudaba algún
familiar en un pequeño local de fruta y jugos que se encontraba de camino a la
tienda, en donde también me topaba con ella algunas veces comprando dulces o
comida chatarra o simplemente platicando con una de las dueñas del lugar. Me
llamó la atención, no tanto por su rostro afectado gravemente por el labio
leporino, sino porque siempre la veía sonriente y alegre sin ningún complejo, y
toda la gente que estaba con ella se comportaba como si no tuviera ningún
defecto. Sin proponérmelo comencé a observarla con discreción y paulatinamente
la fui admirando más cada vez que la veía hasta que tocó mi corazón.
Al principio pensé que no era posible que
nada se pudiese hacer, sin embargo conforme más lo meditaba decidí que merecía
que alguien la ayudara de alguna forma y, a pesar que yo no tenía recursos
económicos, me empeñé en intentar ayudarla. Cuando tuve una vaga idea de lo que
podría hacer me di cuenta que necesitaba información, así que me propuse buscarla
a donde fuera. Mi primer paso fue ir a la sucursal del Banco donde tenía una
modesta cuenta con un saldo de $ 517.54 pesos, para preguntar a la ejecutiva de
atención a clientes: ¿Cómo podría abrir una cuenta para recibir donativos que
sirvieran para ayudar a una persona y que fuera a prueba de mal uso? La
ejecutiva me propuso un fideicomiso a nombre del beneficiario, del cual solo se
podría sacar dinero con la solicitud del beneficiario, la aprobación del tutor
y la autorización del banco, de acuerdo a un presupuesto previo para el que se destinaría
el dinero.
A continuación busqué un cirujano plástico
con buena reputación, quien resultó ser la mejor opción que pude haber hecho
cuando lo encontré. Después de escuchar mi propósito no solo se interesó, sino
que se ofreció hacer la cirugía sin cobrar honorarios, y además intentaría
convencer al anestesiólogo y a las enfermeras para que hicieran lo mismo, de
esa manera solo se tendrían que liquidar los costos hospitalarios necesarios
que se requirieran, como quirófano, medicamentos y cama de recuperación. Sin
embargo, antes de todo el cirujano tendría que ver a la paciente, para
determinar el diagnóstico y elaborar el presupuesto de la intervención
quirúrgica. Ahora solo me faltaba llevar a cabo la parte más difícil e
importante para mí, contactar a la familia y a la niña. Un día que no se veía a
la niña por algún lado, me armé de valor y hablé con la encargada del local de
frutas, quien una vez que le aclaré la razón de conversar con ella se comportó
muy amable y me relató la historia de la niña cuyo nombre era Lucero.
Cuando Luchis, como llamaban a la niña,
tenía unos cuatro años de edad, la señora Amanda le prometió a su mejor amiga que
se encontraba en el lecho de muerte por una grave infección, que vería por la
niña como si fuera su propia hija, lo cual así lo hizo cuando murió la madre de
Lucero. Desde entonces la niña se convirtió en una parte muy importante de su
vida, y al no tener hijos la niña llenó su corazón y no solo la amaba sino que
la admiraba por su carácter siempre alegre y feliz a pesar de la malformación
de su rostro, pero que con su eterna sonrisa lo hacía pasar desapercibido a
toda la gente que la conocía. Sin embargo, hubo tiempos muy difíciles que
debieron superar, como cuando entró al kínder y los niños se burlaban de Lucero,
lo cual continuó en la primaria hasta que Amanda decidió sacarla de la escuela
y se propuso enseñarle ella misma lo básico, como sumar, restar, leer y
escribir. Por fortuna Luchis resultó ser una niña muy inteligente y no se conformó
con lo que le enseñaba su Má, como la niña llamaba a la señora Amanda, sino que
se interesó en leer cualquier libro que estuviera al alcance de sus manos,
ampliándose su portal al conocimiento cuando una madre admiradora de Lucero, le
regaló la computadora vieja de su hija al comprarle una nueva laptop en su
cumpleaños. Para Lucero fue como si se le hubiera abierto un mundo nuevo lleno
de todo lo imaginable, el cual absorbía como una esponja ávida de información. No
obstante era tan responsable que nunca dejaba de ayudar a su Má en el negocio
de frutas. A pesar que la señora Amanda era feliz con su hija ahora de 14 años,
le dolía no poder hacer nada para mejorar el aspecto de Luchis, por esa razón
le alegró mi propósito y estuvo de acuerdo en, junto conmigo, explicarle a
Lucero cual era nuestra propuesta.
El hogar de la señora Amanda y Lucero era
bastante modesto, pero admirablemente limpio y ordenado, acudí al lugar como
invitado para hablar con Luchis, quien nos escuchó con mucha atención y sin preguntar
nada. Al terminar de explicarle nuestro propósito, con su eterna alegría nos
respondió que no deseaba hacer nada al respecto, ella era feliz tal como era y
no quería cambiar nada. Amaba a su madre, disfrutaba su trabajo de ayudarla en
la frutería y le encantaba el mundo virtual que le proporcionaba su viejita
computadora, quizá lo único que querría era una laptop nueva para mejorar ese
mundo. En cuanto a su defecto congénito estaba conforme con ello, no le
importaba ni deseaba cambiarlo; según ella, Dios así la había mandado al mundo
y así esperaba irse cuando él la llamara. Nos agradeció nuestra intención de
ayudarla, sin embargo no era necesaria, solo nos pidió que la siguiéramos
amando tal y como era.
No me fue muy difícil lograr un donativo
para comprarle una nueva laptop con programas
y aplicaciones avanzadas, en cambio me fue difícil entender la manera de
pensar de Lucero, no obstante después de meditarlo un rato entendí que, para
empezar, quizá mi intención de ayudarla no fue meramente caritativa, sino más
bien fue una ostentación que para bien o para mal se derrumbó a su mínima
expresión, aunque por fortuna me enseñó que uno debe de aceptar y disfrutar lo que se tiene, en lugar
de frústranos por lo que no tenemos, sin dejar de luchar por ser mejores cada
día, tal y como lo hacía la hermosa niña Lucero.