Un año más
Primero de diciembre, día de su cumpleaños
y el inicio de la peor época del año para Antonio, todo le hacía recordar a su
amada Beatriz y sin poderlo evitar se deprimía. Aunque en el resto del año
nunca la olvidaba los días eran más llevaderos, su trabajo lo absorbía y el
apoyo de su familia lo reconfortaba, y así habían transcurrido cinco años de su
partida. Como lo hacía con frecuencia ese día iría a la cripta El rincón de las ánimas en el templo de
San Juan, no obstante que como ya era
su costumbre también lo haría el veinticuatro de diciembre, cuando se cumplía
un año más del fatídico día en que sucedió la tragedia que ensombreció para
siempre su felicidad.
Sin ganas entró a las oficinas de
Aeropuertos y Servicios Auxiliares, donde trabajaba como contador desde hacía
catorce años. En ese aeropuerto conoció a quien se convirtió en su esposa, matrimonio
que duró siete años de felicidad a pesar de no haber podido tener hijos.
Como siempre sucedía, pronto se sumió en
los números que le permitían sobrevivir su pena, y casi sin darse cuenta ese
día llegaba a su fin; al salir del trabajo, en su automóvil se dirigió al templo
cercano a su casa, a un lado del parque de la colonia donde el destino le jugó la
peor pasada de su existencia. El templo de San Juan se encontraba casi vacío a
esa hora de la tarde, sin embargo se apreciaba espectacular con los adornos
navideños y el pesebre con bellas figuras de cerámica representando al niño Dios,
a María y Jesús, ángeles, querubines y animales. Una vez colocada una rosa en
la cripta de su amada, hincado en un reclinatorio frente al altar con el
Espíritu Santo al centro, el Jesucristo a la derecha y la Virgen de Guadalupe a
la izquierda, Antonio les agradeció el haberle concedido un año más de vida, a
pesar de que su corazón seguía roto y no encontraba consuelo entendía que la
vida era un don divino, que por desgracia le fue arrebatado a su amada.
Sintiendo un nudo en la garganta salió del templo por la puerta que comunicaba
al parque, y caminando con lentitud llegó a una de las bancas colocadas frente
al quiosco, al cual convergían todos los caminos que rodeaban pequeños jardines
ahora adornados con motivos navideños y luces multicolores, sentándose en ella exhalando
un suspiro. Por un largo momento contempló a los niños que felices jugaban por
todas partes, y con enojo se volvió a preguntar ¿Cómo había sido posible que en
medio de tanta alegría, en esa misma banca un demonio asesino pudo arrebatarle
la vida a su amada sin que nadie hiciera algo para impedirlo? Sin poderlo
evitar su mente regresó a aquel fatídico día, cuando una vecina tocó
frenéticamente la puerta de su casa para avisarle que su esposa había sido
encontrada muerta en el parque a un lado del templo. Al llegar al lugar, la
policía tenía aislada la escena del crimen y no le permitieron entrar a ver a
su esposa hasta que se identificó. Antonio jamás olvidaría ver a su amada
reclinada en la banca con el pecho manchado con su propia sangre. El agente del
ministerio público que levantaba el acta del crimen suponía que un ladrón al
intentar arrebatarle el celular a la víctima, quien sentada en la banca hablaba
con alguien, ella se resistió hasta que el criminal le asestó una puñalada en
el pecho llevándose el celular. Al parecer algunas personas al escuchar los
gritos de la mujer, vieron a un jovenzuelo mal vestido alejarse corriendo del
lugar. Inmediatamente después del crimen la policía creyó que podría dar con el
asesino por medio del GPS que seguía encendido, por desgracia pronto se apagó.
Después de cinco años, la policía no tenía
la más mínima pista para dar con el asesino y la investigación fue a dar a un
grueso cúmulo de expedientes de crímenes sin resolver. Tratando de borrar ese
recuerdo, Antonio pensó en el día en que conoció a Beatriz en la cafetería del
aeropuerto; esa mañana se le hizo tarde y bajo a desayunar algo en el restorán
que a esa hora estaba abarrotado, y él tuvo la suerte de encontrar desocupada una
mesa para dos personas en un extremo de la cafetería. De pronto una joven llevando
en sus manos una charola con su desayuno se paró frente a él, preguntándole si
no le molestaba que se sentara en el lugar vacío. Sorprendido por la belleza de
la joven, Antonio tardó un momento en responderle, para en seguida indicarle
con gusto que lo hiciera. Pronto entablaron una conversación intrascendente, en
la cual ella le informó que laboraba en el mostrador de Aeroméxico y que con
frecuencia desayunaba y comía en ese lugar, en tanto Antonio le aclaró que
trabajaba en las oficinas de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, y que también
él frecuentaba la cafetería. A partir de esa ocasión prácticamente todos los
días coincidían en el almuerzo o la comida, y no tardaron en entablar una
bonita amistad. Sin proponérselo comenzaron a salir juntos con cualquier
pretexto y una noche al dejarla en su casa después de salir del cine, ella
rompió con la timidez de Antonio y se atrevió a besarlo en los labios con
ternura. Antonio nunca hubiera intentado subir de nivel por miedo a terminar
con la amistad que disfrutaba con ella, pero en ese momento despertó y le
correspondió con todo el corazón. Tres meses más tarde se casaron por lo civil
y por la iglesia, la ceremonia en el templo de nuestra señora de Guadalupe fue
memorable, siendo bendecida por el sacerdote de la familia de ella y
complementada con la asistencia y felicidad de familiares y amigos. El festejo
fue en grande en un salón de fiestas de moda durando hasta el amanecer del otro
día, cuando en el aeropuerto los novios fueron despedidos por sus familias y
abordaron el avión que los llevó a la ciudad de los Ángeles, donde pasaron su
primera noche de luna de miel. Al siguiente día abordaron el avión que los
llevó a la paradisiaca isla de Hawái, lugar en el cual disfrutaron toda una
semana de las maravillas de la isla, y que agradecieron en gran medida a la
ayuda prestada por sus respectivos trabajos en el Aeropuerto de la ciudad de México.
De regreso al país vivieron un tiempo en
el departamento de él, hasta que les autorizaron un crédito del INFONAVIT, para
comprar una bonita casa cercana al templo de San Juan y al agradable parque de
la colonia, ideal para un matrimonio de recién casados, lugar en el cual
disfrutaron de una felicidad casi completa, debido que a pesar de todos sus
esfuerzos no lograron ser bendecidos por el nacimiento de un hijo; sin embargo,
estaban en los trámites de adopción de una hermosa bebita, cuando por desgracia
aconteció la tragedia.
Lo regresó a la realidad el repiqueteo de
un teléfono muy cerca de él, fue hasta entonces que se percató que casi se
había sentado sobre un celular olvidado en la banca. Tomándolo con cierto
repudio respondió la llamada, contestándole una voz femenina que le ofreció una
recompensa por entregarle el celular que había extraviado en algún lugar del
parque de la colonia. Puestos de acuerdo, quedaron de verse en una cafetería Starbucks para hacer la entrega del
celular a su dueña. Como sucede en el mes de diciembre, todos los
lugares estaban repletos de gente rebosando alegría, comprando regalos o
disfrutando las fiestas navideñas en bares y restoranes, y Starbucks no fue la excepción. Por un
momento, Antonio dudó poder encontrar entre tantos comensales a la dueña del
celular; sin embargo, no tardó en distinguir a una joven sobresaliendo entre
toda la gente, como un faro en medio de una intensa neblina.
De alguna
manera supo que esa bella joven era la dueña del celular, y no se equivocó
cuando se presentó ante ella. Una vez identificados, Antonio escuchó por
primera vez el nombre de la joven: Miriam. La entrega del celular fue el
principio, sin proponérselo ambos congeniaron y con amena plática el tiempo se
les pasó volando, coincidiendo con tristeza en que el motivo por el cual se
conocieron era extraño: Miriam había asistido a la boda de una amiga celebrada
en el templo de San Juan, y al sonar su teléfono móvil salió al parque para
responder, sentándose en la banca para dar instrucciones a una amiga que no
daba con el templo; suponía que al levantarse de la banca se le cayó el celular
de su bolso, poco antes de que Antonio se sentara en el mismo lugar donde había
sido asesinada su esposa por robarle el celular, permaneciendo sentado hasta el
momento en que el celular sonó para que él respondiera, y de alguna manera la extraña
coincidencia también sucedía en diciembre, el mismo mes en que aconteció la
tragedia hacía cinco años. Como fuera la joven Miriam intentó animarlo en esas
fechas, invitándolo a la posada que celebraría en su casa y no aceptando ningún
pretexto para no ir, convenciéndolo de que era la única forma de recompensarlo
por regresarle su celular, ya que él no había aceptado ningún reconocimiento
monetario. En la posada Antonio pudo olvidar por un momento su pena, y
conociendo a su esposa fallecida, estaba seguro que de alguna manera ella había
logrado el encuentro con la bella joven para que él pudiera rehacer su vida. Miriam
resultó una excelente anfitriona que lo hizo divertirse como hacía mucho tiempo
no lo hacía, aceptando con gusto cuando lo invitó a festejar la cena navideña
en su casa. La joven no solo era realmente hermosa, sino también era
inteligente, graciosa y alegre, así que se disculpó con sus familiares por no
poder disfrutar con ellos la Nochebuena de ese año, pero había aceptado la
invitación de una nueva amiga que recién había conocido, lo cual alegró a su
familia porque deseaban que Antonio encontrara el camino para proseguir con su
vida, aunque ahora se había despertado la curiosidad en sus corazones y la
ansiedad para conocer a la nueva amiga.
Esa cena de
Navidad fue inolvidable para Miriam y Antonio, la familia de ella resultó
encantadora y lo recibieron como si fuera uno más de ellos, sin importarles a
los padres que él fuera mayor que su amada Miriam. Al repartir los regalos a
las doce de la noche, Antonio se felicitó por haber llevado unos discretos
obsequios cuando él recibió el de Miriam. Sin desear abusar de la amabilidad de
la familia, Antonio se despidió poco después agradeciendo a todos los presentes
su hospitalidad, y acompañado de la hermosa joven salió al portal de la casa
adornado con un bonito pesebre, en medio de un jardín con motivos navideños e
iluminado con luces multicolores. Al despedirse, ella miró hacia el marco de la
puerta donde colgaba el muérdago que acostumbraba la familia, y respetando la
leyenda, Miriam rompió con la timidez de Antonio y se atrevió a
besarlo en los labios con ternura.
José
Pedro Sergio Valdés Barón