José Pedro Sergio
Valdés Barón
Joselito salió corriendo de la escuela, esa vez no se
iba a quedar a jugar con sus amiguitos como siempre lo hacía, estaba ansioso y
preocupado porque Pita estaba próxima a parir, pero su madre no le había
permitido faltar a clases. Ella le decía que una sola falta era un día más
sumido en la ignorancia.
Al llegar a su casa su madre lo recibió con
una gran sonrisa en su rostro, y Joselito supo que ya había sucedido y al
parecer todo había salido bien, su querida Pita ya era madre por primera vez.
Después de besar a su mamá se abalanzó al cuarto de servicio, donde le habían
acondicionado un lugar apropiado para que Pita tuviera sus cachorros, al ver al
niño la perrita sólo movió la cola, como queriéndole participar del feliz
acontecimiento y orgullosa le mostraba los cuatro cachorritos que en ese
momento amamantaba. Pita era una híbrido de la raza Basset Hount, aunque había
conservado las principales características de esa raza, como los ojos con
expresión triste que dan mucha ternura, las grandes orejas que casi arrastraba
por el suelo, el color blanco con manchas cafés y negras, el largo cuerpo con
patas fuertes y cortas, pero sobre todo era cariñosa, leal y juguetona.
Moviendo la cola, Pita le permitió a Joselito tomar entre sus manos los
cachorritos uno por uno y pudiera constatar que eran muy parecidos a ella, tres
eran machos y uno hembra.
Obligado
por su madre, quien le aseguró que Pita requería descansar y disfrutar de sus
cachorros a solas, se sentó a comer con su mamá en la mesa de la cocina. Al
mismo tiempo que ella servía, le preguntó a su hijo como no queriendo la cosa:
— ¿Y
qué piensas hacer con los perritos?
—
¿Podemos quedárnoslos? —intentó probar suerte el niño.
—
¡Claro que no! Apenas nos alcanza con lo que nos manda tu padre y quieres tener
más bocas que alimentar —le aclaró su madre sin dejar lugar a dudas.
—Entonces
los venderé —propuso, Joselito, sonriendo.
— ¿Y
quién crees que te los va a comprar?, no son de raza pura y si alguien se
interesa te va a ofrecer una bicoca.
—Bueno…
más vale algo que nada, o de plano mejor los regalo a quien los cuide con amor
—dijo, Joselito, con la cara que ponía cuando le nacía una idea.
—Me parece bien… así que más te vale
ir viendo a quién se los regalas, porque tan pronto abran los ojos y empiecen a
caminar no los voy a querer en la casa ¿Entendido?
—Más
claro ni el agua de la alcantarilla —bromeó, Joselito, preguntándose quiénes serían
los afortunados; por lo pronto disfrutaría el verlos crecer un poco y ya
decidiría qué hacer con ellos; tal vez hasta convenciera a su madre para
quedarse con los cachorros, o al menos con uno.
Los
días se vinieron encima y su mamá no cedía ni un ápice, los perritos crecieron
y en verdad estaban hermosos, pero a ella no se le ablandaba el corazón y cada
vez lo presionaba más para que cumpliera su palabra y se deshiciera de ellos, Así
que no le quedó otra opción más la de decidir en serio a quién se los iba a
regalar, porque el venderlos estaba bastante difícil y ya no le quedaba mucho
tiempo, además prefería entregarlos a quienes él pudiera asegurarse que los
tratarían bien. Su mejor amigo Joaquín deseaba quedarse con uno, pero todavía
le quedaban tres problemas por resolver. Poniéndose de acuerdo con Joaquín para
que le ayudara a escoger los otros posibles dueños de las mascotas, una noche
después de hacer la tarea se pusieron a elaborar una lista con los candidatos
más factibles. Como era fin de semana les pidieron permiso a sus respectivos
padres para que Joaquín se quedara a dormir en la casa de Joselito, como ya lo
habían hecho muchas veces antes. Así no tuvieron ningún problema para quedarse
hasta tarde seleccionando a los posibles ganadores. Sin embargo, ya era de
madrugada y después que varias veces la madre de Joselito les había ordenado dormirse,
cuando pudieron darse por satisfechos de haber encontrado los candidatos idóneos;
pero como el hombre propone y Dios dispone la realidad fue otra.
Marisa
En la escuela se enteraron que los padres de Marisa
se habían presentado a la junta de padres de familia, solicitando su ayuda para
recolectar el dinero que necesitaban para completar la cantidad requerida para
la cirugía de su hija. A Marisa le habían diagnosticado un tumor benigno en el
ojo izquierdo que le estaba afectando la vista y si no era extirpado pronto
corría el riesgo de perder el ojo. Los padres de la pequeña eran pobres y no
tenían los recursos suficientes, y en las instituciones de salud
gubernamentales era muy tardado el trámite y la programación para la operación.
Ante tal situación decidieron no correr el riesgo esperando y pidieron ayuda a
familiares, amigos, y como ya les faltaba muy poco dinero, desesperados optaron
por pedir también la cooperación de la gente.
Como
ni Joaquín ni Joselito tenían dinero, se les ocurrió que sería buena idea
regalarle uno de los cachorros a su compañerita para levantarle el ánimo y
olvidara así el mal momento que estaba viviendo, y además pensaron que hasta
podrían ganar algún dinero, si pedían un peso a cada alumno en la escuela, para
la supuesta compra del perrito que le regalarían a la enferma. Al día
siguiente, una vez pedido permiso a su maestra, se presentaron en cada salón de
clases para pedir la cooperación de los alumnos en la recolecta. Al cabo de
tres días habían juntado la fabulosa cantidad de cuarentaicinco pesos y
estuvieron listos para visitar a la pequeña Marisa.
Escogieron
el cachorro más avispado y se presentaron en la casa de la niña, donde los
recibió su mamá un tanto extrañada al ver a dos alumnos de la escuela de su
hija con un perrito en las manos. Cuando Marisa vio al cachorro se le iluminó
el rostro y al tomarlo entre sus brazos se enamoró de él, y no valió ningún
pretexto de su madre para convencerla que en ese momento no podían tener una
preocupación más, la mirada y un puchero de la niña obligó a la madre aceptar
al nuevo miembro de la familia.
Viendo
la alegría de su amiguita en una situación tan difícil, conmovidos se miraron y
sin mediar palabra también le entregaron los cuarentaicinco pesos que habían
recolectado.
Por
el camino de regreso a sabiendas que todo saldría bien, Joaquín y Joselito se
sentían felices y satisfechos; no sabían exactamente la razón, pero al ver el
agradecimiento en la cara de su amiga no les importó haber dado un cachorrito y
el dinero que habían juntado.
Enrique
Durante el recreo, Enrique se
lamentaba con Joselito porque no podía quitarse de encima a su hermanito de
cinco años; todo el tiempo quería estar con él, le pedía jugar con él, si salía
con sus amigos le exigía que lo llevara también, no podía ni ver televisión
porque allí estaba su hermano. En fin, era una molestia que para quitársela de
encima le había prometido comprarle una mascota para que jugara con ella y él
pudiera tener un poco de libertad. Por desgracia la mascota más barata como era
una tortuguita costaba quince pesos, los cuales ni en sueños tenía.
La
oportunidad la pintan calva y Joselito, olvidándose de la lista una vez más, le
ofreció a su amigo Enrique un cachorrito sin costo alguno; con ello podría
quitarse por un tiempo la presión de su madre para deshacerse de los perritos. Con
Enrique, al salir de la escuela Joselito se dirigió a su casa, y alegró a su
madre con la noticia que habría un cachorro menos, después se fueron al cuarto
de servicio para que Enrique escogiera al que le llevaría a su hermano Pablito.
Como casi la mayoría de la gente lo hace, su amigo prefirió un macho, y además fue
el que tenía una mancha café con forma de estrella en la frente. Pidiéndole
disculpas a Pita y con el perrito en manos, se llevaron otro de sus cachorros
sin que ella comprendiera lo que pasaba.
Al
otro día al encontrarse con Enrique, le preguntó cómo le había ido con su
hermano, a lo cual éste le respondió enojado, porque ahora debía cargar con el
perro también. Sin duda, pensó Joselito, las cosas no salen siempre como uno
quiere.
Don Justino
Un día antes de entregar otro
cachorro, Joselito escuchó conversar a su madre con una vecina, quien se
lamentaba por haber perdido una joya familiar, al no poder pagar los elevados
intereses que le cobraba don Justino, por un dinero prestado que ella le había pedido.
Don Justino era un viejo con fama de tacaño y usurero, quien vivía en una
casona que parecía abandonada por descuidada; sus dos hijos lo habían dejado
huyendo de su amargura y mal genio, dejándolo solo como ermitaño a quien todo
el mundo le rehuía. La gente sólo se acercaba a él, para sin otra opción
solicitarle un préstamo a sabiendas de los desmedidos intereses que cobraba.
Comentando
con Joaquín lo que escuchó, Joselito le explicó su idea para deshacerse de otro
cachorro. Con la intención de enseñar y demostrarle al viejo avaro don Justino
lo que era la bondad y generosidad le regalarían la perrita que nadie quería, y
para evitar que no la aceptara y los fuera a regañar, se la dejarían en la
puerta de su casona en una caja envuelta para regalo, con una nota deseándole feliz
Navidad. Poniendo manos a la obra, ésa misma tarde se presentaron en la vieja
casona, y con gran sigilo se introdujeron por un agujero en la reja, para
depositar la caja con la perrita en la puerta bajo el pórtico de la casa.
Después de tocar el timbre que sonaba como campana, salieron corriendo
despavoridos alejándose de la propiedad del viejo don Justino muertos de la
risa.
Años
después al pasar por aquella casona de don Justino, quien había perdido la vida
uno o dos días antes, el ahora joven Joselito avistó la perrita que parecía el
clon de Pita, la cual había muerto años atrás, echada en el pórtico con la
mirada más triste que de costumbre en esos perros esperando por el amo que no
regresaría, y se le partió el corazón. Al reconocer a uno de los hijos del fallecido
don Justino que se encontraba cerrando la casa, Joselito se atrevió solicitarle
que le vendiera la perrita, después de explicarle que él había sido quien de
manera anónima le había regalado el animal a su padre.
Para
sorpresa de Joselito, el hijo de don Justino se negó, haciéndole saber que ésa
perrita tan triste, llamada Mony, había hecho feliz a su padre alegrándole sus
últimos años, convirtiéndolo en un hombre bueno y bondadoso. Ahora Mony viviría
con su familia y alegraría a sus propios hijos.
Alejándose
por la calle sintiendo que se le estrujaba el corazón, Joselito se sentía de
maravilla por una travesura que había hecho hacía muchos años. Se dijo que la
mayoría de las veces uno no puede predecir las consecuencias de sus actos, pero
si estos son buenos seguramente terminarán bien.
Doña Josefina:
Ésa fría mañana previa a la
Nochebuena, Joaquín y Joselito discutían sobre qué iban hacer con el último
cachorrito, el cual había sido el más chico de la camada. Joaquín lo reclamaba
como suyo de acuerdo a lo que habían convenido al inicio del trato de ayuda;
sin embargo, Joselito no lo negaba, pero había surgido una circunstancia que no
habían contemplado, y era que todo mundo en la cuadra comentaba la triste
situación de la señora Josefina. Nadie en todo el vecindario podía asegurar que
el matrimonio Pérez no estaba viviendo ahí cuando ellos se mudaron, parecían
ser parte del paisaje urbano. La señora Josefina y su esposo don Ignacio no
tenía hijos, pero siempre se les veía juntos y felices; con todo el mundo
platicaban y con todos eran muy amables; siempre acomedidos se prestaban para
colaborar en cualquier requerimiento que tuviera la colonia y a nadie negaban
ayuda si les era posible. Así que no es de extrañar que fuera un matrimonio muy
apreciado por la comunidad. Por desgracia hacía unos meses que don Ignacio
había abandonado este mundo, dejando a su viuda sola y desconsolada; ella no tenía
problemas de dinero porque su marido había sido heredero de una buena fortuna
familiar, la cual él había cuidado con esmero y por eso casi nunca trabajaba. Sin
embargo su ausencia era una pesada loza sobre la espalda que estaba doblando a
la señora Josefina y ahora casi nunca se le veía, permanecía recluida en su
casa y sólo salía para hacer algunas compras, y cuando lo hacía, la gente que
se acercaba a ella podía ver en su semblante la tristeza inmensa que sufría, y
a nadie podía ocultar su imagen que rápidamente se marchitaba.
La
señora Josefina se quedaba muchas horas sentada en un sillón de la sala,
contemplando imperturbable cómo se deslizaba un rayo de sol por la cansada
alfombra de la habitación, y cuando este desaparecía, con la mirada triste recorría
cada objeto que había en el lugar y que sin duda le recordaba algún momento
feliz vivido con su marido. Cada vez pensaba más en que no podía seguir
viviendo sin su esposo, su existencia se hacía día a día más amarga y se
preguntaba cuándo Dios se apiadaría de ella y le permitiera reunirse con su amado.
Se
limpió los ojos humedecidos por el llanto cuando sonó el timbre de la entrada; apenas
con ganas de levantarse del sillón se dirigió a la puerta, y al abrirla se
sorprendió al ver a dos niños hermosos con un cachorrito en brazos. Los niños
siempre le habían alegrado el corazón, y el ver en la entrada de su hogar a
Joaquín y Joselito con la alegría reflejada en sus rostros no fue la excepción,
por lo que sobreponiéndose a su pena les preguntó intentando una sonrisa:
—
¿En qué puedo servirles?
—Bueno…
mi amigo y yo deseamos que en esta Navidad sea muy feliz y queremos hacerle
este regalo —le explicó Joselito, al mismo tiempo que extendía sus brazos con
el perrito en las manos.
Doña
Josefina no supo qué hacer o decir, pero después de un prolongado silencio, sin
poder contener unas lágrimas sólo les dijo:
—
¡Gracias!
—También
mi mamá nos dio permiso para invitarla a la cena de Nochebuena en mi casa, sólo
estaremos la familia de Joaquín, mi mamá y yo.
Tomando
con mucho cuidado al perrito, la señora Josefina volvió a repetirles:
—
¡Gracias!
Esa
Nochebuena fue inolvidable para todos, la señora Josefina ya no se sintió tan
triste ni sola, y ahora tendría la compañía del cachorro que ya le había robado
el corazón y bautizado: Nacho.
FIN.